“Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Se puso en pie, increpó al viento y dijo al Lago: “¡Silencio, cállate!” El viento cesó y vino una gran calma. El les dijo: “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” (Mc 4,35-41)
La escena puede responder a distintas situaciones. Pudiera significar los obstáculos o dificultades de los discípulos de abrir el anuncio del Evangelio a otras geografías fuera de Israel. Y por eso Jesús les dice “Vamos a la otra orilla”, ellos lo llevaron en la barca donde estaba. Por eso estalla la tempestad. Responde a su mentalidad cerrada, cosa que Jesús no comparte y les hace sentir que si el Reino de Dios se encierra y no se universaliza, corre el riesgo de hundirse.
Pero también puede responder a otras muchas situaciones eclesiales, comunitarias y personales.
Los conflictos entre una iglesia que se quiere quedar en el pasado, y una Iglesia que quiere caminar con la historia.
Una Iglesia que siente está perdiendo su esplendor y su prestigio y está siendo marginada y que para muchos puede significar profundas crisis de fe: ataques venidos de fuera, divisiones internas entre sus miembros, descontentos teológicos, falta de vocaciones, distanciamientos entre pastores y fieles.
Los conflictos entre comunidades parroquiales, cada una encerrada sobre sí misma, e incapaz de abrirse a las demás.
Los conflictos que surgen en nuestras vidas cuando las cosas no salen como nosotros quisiéramos, y sentimos que Dios también está dormido y roncando tranquilo y hacernos caso.
En el relato diera la impresión de que la tormenta viene del Lago y no de ellos.
Es más fácil reconocer que los problemas nos vienen de afuera, que no reconocer que los problemas surgen de nosotros mismos.
¿Pudiéramos negar que también hoy esta barca de la Iglesia está golpeada por las olas y humanamente, y muchos llegan a creer, la Iglesia se está hundiendo?
No me asustan los ataques que vienen de fuera de la Iglesia.
Esos la fortalecen.
Lo preocupante son los líos y conflictos que surgen en la barca misma.
Cada uno nos sentimos dueños del Evangelio y dueños de la Iglesia.
Cada uno nos sentimos dueños de cuál tiene que ser la línea de la Iglesia.
Cada uno nos encerramos en nuestros propios criterios y condenamos, excluimos y silenciamos a cuantos disienten, acusándolos de infidelidad a la verdad.
Y de esto no nos escapamos ni Obispos, ni sacerdotes, ni los fieles.
Nos negamos también hoy a salir de nuestros territorios.
Nos negamos también hoy a abrirnos y a universalizarnos.
Nos negamos también hoy a abrirnos a nuevas expresiones del Evangelio.
Nos negamos también hoy a abrirnos a nuevas experiencias de vida cristiana.
Nos negamos a abrirnos a las nuevas corrientes bíblicas y teológicas y convertimos a la Iglesia, no en una comunión, sino en una guerra interna.
Es posible que muchos, también hoy gritemos un tanto desesperados: “Señor, ¿no te importa que tu Iglesia se hunda?”
“Señor, ¿no te importa que tu Iglesia se empobrezca y pierda credibilidad, a causa de nuestras divisiones internas?”
En realidad, también hoy Jesús tendría que decirnos a todos, pero a todos, no solo a los otros: “Por qué sois tan cobardes?” “¿Aún no tenéis fe?”
¿Por qué sois tan cobardes que os asustan los problemas?
¿Por qué sois tan cobardes que os asusta todo lo nuevo?
¿Por qué sois tan cobardes que os asusta todo lo que piensan, y dicen los demás?
¿Dónde está vuestra fe?
¿Pensáis solucionarlo todo con vuestra razón o con vuestras teologías?
Felizmente, hoy tenemos una figura, la del Papa Francisco, que le está dando otro rostro, la quiere hacer misionero, la quiere hace más sencilla, y quiere limpiarla de tanta hojarasca inútil, por muy elegante y llamativa que parezca. Una nueva primavera está despertando.
¡Gracias, Papa Pancho! Es posible despiertes otras olas, pero calmes el Lago y recuperemos la nueva alegría.
Clemente Sobrado C. P.
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