1. ( año I) Hebreos 10,19-25
a) Después de la teología, viene la exhortación moral.
Por una parte tenemos un óptimo Mediador, que ha entrado en el santuario del cielo, no a través del «velo» o cortina como hacía el sumo sacerdote del Templo de Jerusalén, sino a través del velo de su carne, o sea, a través de la muerte, que ha abierto su humanidad a la nueva existencia.
Por tanto, tenemos el acceso abierto hasta Dios porque Jesús nos ha purificado de nuestras culpas. Eso nos debe dar confianza. El que dijo «yo soy el camino» ha ido delante de nosotros a la presencia de Dios. El que dijo «yo soy la puerta» nos ha abierto la entrada en el Reino.
Pero además de darnos confianza, nos debe estimular a la fidelidad y a la constancia.
Vuelve el autor de la carta a urgir a sus lectores a la perseverancia, que se ve que era lo que más peligraba en ellos: «mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos», «no desertéis de las asambleas, como algunos tienen por costumbre».
Y añade una motivación interesante, la ayuda fraterna: «fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras».
b) De nuevo podemos vernos reflejados en este pasaje si en nuestra vida sentimos la tentación del cansancio y del abandono.
A veces por falta de confianza en Dios, o por cansancio, o por las tentaciones del mundo que nos rodea, a todos nos puede pasar que aflojamos en nuestro fervor y decaemos en nuestra vida de seguimiento de Cristo.
La Palabra nos anima hoy a ir creciendo en las tres virtudes principales: «con corazón sincero y llenos de fe», «firmes en la esperanza que profesamos», «para estimularnos a la caridad».
También aparece, como ejemplo expresivo de esta inconstancia y dejadez. la ausencia a las reuniones (dominicales): «no desertéis de las asambleas. como algunos tienen por costumbre». Eso de faltar a la misa del domingo es muy antiguo. Siempre nos viene más cómodo seguir nuestro ritmo.
Ir o no ir a misa es una especie de termómetro de la fidelidad a Cristo y a la pertenencia a su comunidad. La Eucaristía nos va ayudando a profundizar en nuestras raíces, en nuestra identidad. Nos alimenta, nos guía, nos da fuerzas. La carta nos ha dado otra motivación para no faltar a nuestra convocatoria dominical: nuestra presencia ayuda a los hermanos, así como nuestra ausencia les debilita: «fijémonos los unos en los otros, para estimularnos a la caridad y las buenas obras».
Marcos 4,21-25
a) Otras dos parábolas o comparaciones de Jesús nos ayudan a entender cómo es el Reino que él quiere instaurar.
La del candil, que está pensado para que ilumine, no para que quede escondido. Es él, Cristo Jesús, y su Reino, lo primero que no quedará oculto, sino aparecerá como manifestación de Dios. El que dijo «yo soy la Luz».
La de la medida: la misma medida que utilicemos será usada para nosotros y con creces.
Los que acojan en si mismos la semilla de la Palabra se verán llenos, generosamente llenos, de los dones de Dios. Sobre todo al final de los tiempos experimentarán cómo Dios recompensa con el ciento por uno lo que hayan hecho.
b) Esto tiene también aplicación a lo que se espera de nosotros, los seguidores de Cristo. Si él es la Luz y su Reino debe aparecer en el candelero para que todos puedan verlo, también a nosotros nos dijo: «vosotros sois la luz del mundo» y quiso que ilumináramos a los demás, comunicándoles su luz.
Creer en Cristo es aceptar en nosotros su luz y a la vez comunicar con nuestras palabras y nuestras obras esa misma luz a una humanidad que anda siempre a oscuras. Pero ¿somos en verdad luz? ¿iluminamos, comunicamos fe y esperanza a los que nos están cerca? ¿somos signos y sacramentos del Reino en nuestra familia o comunidad o sociedad? ¿o somos opacos, «malos conductores» de la luz y de la alegría de Cristo?
En la celebración del Bautismo, y luego en su anual renovación en la Vigilia Pascual, la vela de cada uno, encendida del Cirio Pascual, es un hermoso símbolo de la luz que es Cristo, que se nos comunica a nosotros y que se espera que luego se difunda a través nuestro a los demás. No podemos esconderla. Tenemos que dar la cara y testimoniar nuestra fe en Cristo.
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