Homilía para el IV domingo durante el año B
El Evangelio comienza con estas palabras: “Jesús entro en la sinagoga en el día del Sábado y comenzó a enseñar…” Consideremos un poco el contexto de esta narración en el Evangelio de Marcos. Estamos en el inicio del Evangelio. Jesús ha sido bautizado y ha elegido a sus discípulos. Entonces, dice exactamente el texto del Evangelio, él y sus discípulos fueron a Cafarnaúm, e inmediatamente, en el día Sábado entró en la sinagoga para enseñar. Curó inmediatamente (usa este adverbio) un hombre que estaba afectado por un espíritu impuro.
Es este el inicio del ministerio de Jesús, según el evangelio de Marcos, y es la primera vez que habla en público y el primer milagro que realiza. En este punto los evangelios de Mateo y Lucas ponen el Discurso de la Montaña. En cuanto a Marcos el no menciona el contenido de la predicación. Lo único que quiere subrayar es que Jesús hablaba con autoridad, hasta tal punto que todos estaban sorprendidos. Pero hay más. Entonces, que nos dice Marcos, Jesús hacía dos cosas 1) enseñaba y 2) expulsaba a los espíritus malignos, y ambas cosas las hacía con autoridad
Marcos subraya también el contraste entre el espíritu maligno y Jesús. En la mentalidad del tiempo, se creía que era posible expulsar un espíritu maligno utilizando unas fórmulas, y sobre todo, que se podía ejercer autoridad sobre un espíritu o sobre alguien si se podía llamarlo por su nombre. Es la razón por la cual el espíritu maligno dice a Jesús: “Yo sé quién eres tú, eres el Santo de Dios”. No se trata aquí de una declaración de fe, ciertamente, sino de un esfuerzo por parte del espíritu maligno de poner bajo su control a Jesús, pero Jesús no utiliza esos artificios. Dice simplemente “Calla (sin duda ha utilizado una expresión más popular) y sal de este hombre”. Simplemente una orden, pero expresada con autoridad.
Por eso el pueblo está sorprendido: “Enseña con autoridad, dicen, y expulsa a los demonios con autoridad”.
Había en el pueblo de Israel, antes de la venida de Cristo, tres funciones o mediaciones importantes, interdependientes pero distintas la una de la otra: la del Rey, la del Sacerdotes y la del Profeta. Al rey le competía la esfera política y al sacerdote la esfera del culto, pero, el profeta era portador de la Palabra de Dios en todos los aspectos de la vida, individual o social.
Jesús siempre se ha manifestado no como sacerdote o rey, sino como profeta. Eran empero un tipo de profeta totalmente inédito. No es simplemente el portador de un mensaje divino, el enuncia en nombre propio también; y ejerce la autoridad sobre los espíritus malignos en su propio nombre. Más tarde mandará a sus discípulos a enseñar y expulsar demonios igualmente en su nombre.
La curación, como así también la enseñanza, no constituyen un servicio individual ofrecido a personas aisladas; esto hacía parte de la construcción del Reino. Era una obra de amor, que introducía al enfermo en el poder salvífico del Misterio Pascual.
El poder salvífico de Cristo llega a nosotros a nuestra limitación y a la realidad de la creación. En este evangelio aparece el diablo, a veces o lo borramos totalmente: el diablo no existe, o le damos más poder del que tiene y lo hacemos un dios paralelo, cambiando nuestra fe en superstición. Nunca un papa ha hablado tanto del demonio como el papa Francisco, no tengamos dudas, el diablo existe y trabaja, pero si nosotros estamos a la luz del misterio pascual y nos refugiamos en la enseñanza y salud que Jesús nos ofrece, nada nos dañará, al contrario maduraremos enfrentando nuestras luchas y enfermedades.
La celebración de la Eucaristía es nuestro acceso dominical, o cotidiano, al poder salvífico de Jesús. Ahora que la celebramos, acerquémonos a Jesús con fe, exponiéndole todas nuestras heridas y todas nuestras enfermedades físicas, psicológicas o espirituales, y él nos hará acceder a una nueva vida. En unión con María vivamos de esta certeza.
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