“Dijo Jesús a la muchedumbre: “¿Se trae el candil para meterlo debajo del celemín o debajo de la cama o para ponerlo en el candelero?” (Mc 4,21-25)
Primero nos dijo que “vosotros sois la luz del mundo”.
Jesús mismo se declaró “luz del mundo”.
Ahora nos pide que no escondamos la luz.
Claro que eso de “candelero” suele tener mala fama:
“¡Cómo le gusta estar en el candelero!”
Se trata de esos que presumen y quieren que la gente los vea.
Claro que hay muchos que ansían estar en el candelero, pero no tienen luz.
Pero aquí el candelero tiene otra significación:
Nada de esconder la luz.
Para qué encender la luz y esconderla.
La encendemos para que alumbre e ilumine.
Para ello, nada de meterla debajo del celemín de una falsa humildad.
Para ello, nada de meterla debajo de la cama de una equivocada humildad.
Somos luz y estamos a llamados a ser luz para los demás.
Luz de fe, que muestre el camino al que no cree.
Luz de amor, que muestre el camino a los que no aman.
Luz de esperanza, que muestre el camino a los que no esperan ya nada.
Luz de Evangelio, que lo muestre a quienes aún no lo conocen.
Luz de Dios, que lo muestre a aquellos que no lo han visto nunca.
Luz de gracia, que la muestre a aquellos que nunca la han experimentado.
No te subas tú al candelero.
Pero haz que tu luz alumbre desde él.
No tienes por qué esconder lo bueno que haces.
No tienes por qué esconder el amor de tu corazón.
Un amor que no se ve no ama a nadie.
Un sol que no se ve no calienta.
El candelero no es para que nos vean a nosotros.
El candelero es para que la luz de nuestras vidas alumbre mejor.
El candelero no es para que estemos más altos.
El candelero es para que la luz de nuestras vidas llegue a más.
La luz de nuestra fe es para que la descubran los demás.
La luz de nuestra bondad es para animar a otros a ser mejores.
La luz de nuestra santidad es para animar a otros a ser santos.
La luz de nuestra caridad es para animar a otros a ser más caritativos.
La luz de nuestro amor es para animar a otros a amar más.
La luz de nuestra solidaridad es para animar que otros también lo sean.
La luz de nuestro compromiso es para animar a que otros también se comprometan.
Dios no nos regaló el color las flores para que lo tapemos.
Dios no nos regaló las rosas para esconderlas, sino para ponerlas adornando nuestras mesas.
Dios nos regaló las flores de la primavera para que no nos alegremos y recreemos.
Dios nos regaló las flores de la primavera para que los árboles den sabrosos frutos.
A los cristianos tienen que vernos.
A los cristianos tienen que admirarnos.
A los cristianos tienen que seguirnos.
Dios no esconde su belleza sino que la revela y manifiesta.
Necesitamos más cristianos que alumbren las tinieblas del mundo.
Necesitamos más cristianos que iluminen los caminos de los hombres.
Necesitamos más cristianos que hagan más visible a Dios.
Necesitamos más cristianos que hagan más visible el Evangelio.
Me encanta lo que escribía aquella joven madrileña, Teresita, que escribía en su diario:
“Virgencita, que quien me mire, te vea”.
Esto debiéramos decir todos los cristianos: “Señor, que quienes nos miren, te vean a Ti”.
Clemente Sobrado C. P.
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