Ya he regresado de mi querida Pérfida Albión


He llegado esta tarde de Londres. La City ya estaba invernal. Abrigos, guantes, lluvia, por supuesto. Varias charlas me esperaban. Una sobre el Templo de Jerusalén, otra sobre el Libro de Job. También me esperaba una mañana de paseo por Londres y un día entero de excursión a Canterbury. Pude visitar por primera vez el Parlamento y por segunda vez la Abadía de Westminster. Me fascinó tanto esta abadía, que era la única cosa que tenía en la agenda como segura antes de montarme en el avión.

Pero el Parlamento supuso una fantástica visita: las dos cámaras, el trono, todos los símbolos del Poder. El Reino Unido ha sabido preservar esos símbolos, lo cual ha hecho que los británicos tengan un más alto concepto del Estado y de su nación. Simplemente por haber mantenido una serie de símbolos: un parlamento, las joyas de la corona, ciertas ceremonias, cambios de la guardia y cosas así.


De Canterbury no quiero decir nada, porque tendría que escribir veinte posts. Es una catedral que es un mundo. Sólo su cripta es más extensa que toda la catedral gótica de mi diócesis.


Pero de Canterbury lo que admira no son sus dimensiones, sino la grandeza de espíritu con la que está levantada. Cuando un edificio se construye con clase, eso se nota en cada rincón y en cada piedra.



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