Bolsas de ropa. Así me las he encontrado esta mañana cuando sacaba a pasear al perro. No es la primera vez. Ropa y cualquier otra cosa. Para la parroquia, todo vale.
La gente en general es muy buena y generosa. Pero de verdad que no se hacen idea las cosas que nos traen con el pensamiento de que serán útiles en la parroquia o para alguna persona necesitada. ¿No lo han pensado? Pues vamos a ello. Además, por “lotes”.
ROPA. Lo más abundante y con diferencia. Especialmente en otoño y primavera que es cuando se impone cambio de vestuario y el espacio en cada armario se convierte en artículo de primera necesidad. Uno no llega a entender de dónde se ha sacado la gente que en todas las parroquias del universo existen inmensos roperos atendidos por legiones de voluntarios para vestir al desnudo. Un ropero exige muchísimo espacio y un ejército de voluntarios para clasificar, recoger, lavar, planchar. No en todas las parroquias se puede tener ni es necesario. Pues nada, sin preguntar: bolsas y bolsas. Y cuando dices que en la parroquia no se recoge ropa te dicen que es igual, que te la dejan ahí y que tú sabrás que hacer con ella… Y eso, si preguntan, que demasiadas veces pasa lo de hoy: ahí queda eso.
JUGUETES. En diciembre, claro. Pensando en los niños que no tienen juguetes, y pensando en Navidad y reyes que vendrán cargaditos y a ver dónde metemos tanto trasto. Es verdad que algunos juguetes se aprovechan, pero no es menos cierto que una gran cantidad son completamente desechables: el camión que le falta una rueda, ese puzle que debe tener todas las piezas creo yo, la muñeca sin ojo, el juego sin mando o el peluche sucio.
ELECTRODOMÉSTICOS. Aquí observo que ocurre una cosa curiosa. Cambiar el frigorífico o el televisor, que funcionan estupendamente, por modelos de última, hora da siempre un cierto cargo de conciencia. A no ser que esa nevera ya obsoleta, pero que enfría perfectamente, se lleve a la parroquia y la aprovecha alguna persona. Porque en ese caso la compra del nuevo trasto deja de ser un capricho para pasar a ser un efecto colateral de la caridad cristiana. Y aquí viene la nevera, o la lavadora o ese microondas que total solo le falta el plato. Interesante el stock de televisores con motivo de la TDT. Vinieron varios, por supuesto necesitando sintonizador, y alguno incluso hasta el mando. Pero… seguro que a alguien le pude venir bien. De material informático mejor ni hablamos…
MUEBLES. Lo mismo que con los electrodomésticos. La mesa rallada, la silla coja, la estantería bailarina, el armario insólito. O para regalar, o para que se use en la parroquia. Digo yo, ¿cómo vas a montar un aula de catequesis con sillas de cuatro ganaderías diferentes, dos mesas dañadas, una estantería precaria y un armario ropero?
LIBROS. Se me olvidaba el apartado libros. Muchos. Llegan muchos, y muchos más. Para empezar de texto de hace uno, dos o tres años, usados, reusados, pintados y pintarrajeados. Luego los libros de especial interés, como los “Anales del casino de la villa de Sanchonuño de Arriba contados por el boticario”, o “Técnicas del viajante de comercio, escrito en 1964 por uno del gremio”. En medio, los que hay que expurgar, como el “Libro del mormón” o “Nuevo arte amatorio para combatir la rutina en la vida de la pareja”.
La parroquia posiblemente necesite cosas, para ella misma o para Cáritas. En caso de ropa, merece la pena informarse dónde hay roperos para acercarse hasta ahí. Lo mismo podemos decir en caso de muebles, electrodomésticos o libros. Sobre todo pediría que antes de llevar nada a la parroquia, y mucho menos dejarlo ahí sin más, hablar y ver realmente qué se necesita.
Quede claro que la inmensa mayoría de la gente colabora, pregunta y cuando trae algo a la parroquia lo hace de corazón, en perfecto estado y después de hablar con el párroco o los responsables de Cáritas lo que se necesita. Pero también hay casos en los que más que ayudar, lo único que consiguen es obligarnos a hacer viajes al punto limpio de recogida de enseres viejos.
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