Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Martes de la 28 a. Semana

“Exclamó Jesús: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. (Mt 11,25-30)


Un momento de intimidad de Jesús con el Padre.

Un momento de abertura de su corazón en diálogo con el Padre.

Un momento en el que Jesús, de alguna manera:

Nos revela el modo de actuar del Padre.

Nos revela las preferencias del Padre.

Nos revela los caminos del Evangelio.

Nos revela los misterios del corazón humano.

Nos revela la pequeñez de los grandes.

Nos revela la grandeza de los pequeños.



Se trata de un momento de gozo interior del corazón de Jesús.

Un momento en el que habla con el Padre.

No de sí mismo, sino del misterio de la gracia en el corazón de los sencillos.

Del misterio de de la transparencia de los sencillos abriéndose a la gracia de Dios.


Hoy me he atrevido a preguntarle a Jesús:

Señor: ¿cuántas veces, en tu intimidad, le has hablado de mí al Padre?

Señor: ¿cuántas veces le has dado gracias al Padre por mi docilidad a tu Evangelio?

Señor: ¿cuántas veces has sentido gozo y alegría de hablarle de mí?

Señor: ¿seré yo de esos sabios y entendidos que se cierran a tu Evangelio?


Es una de tantas de tus experiencias:

De ver cómo caía tu semilla en el corazón humano.

De ver a esa gente tan poco significativa, pero que a ti te sorprendía con su respuesta.

De ver a esa gente tan poco importante que se te parecía.

De ver cómo, frente a la resistencia de muchos, otros recibían tu palabra como la tierra seca recibe el agua de la lluvia.


Ahora entiendo:

Por qué escogiste como discípulos a unos pescadores.

Por qué sanaste a aquella mujer que se contentaba con tocar la orla de tu manto.

Por qué libraste de las pedradas a aquella mujer adúltera.

Por que perdonaste a aquella pecadora que te lavó los pies con sus lágrimas.


Ahora entiendo que tú trabajas con material pobre humanamente.

Ahora entiendo que no eres tú de los que utilizan la fortaleza del acero y la grandeza.

Ahora entiendo que tú trabajas con la arcilla de nuestras debilidades.

Ahora entiendo que te sientes mejor entre la gente sencilla.

Así comenzaste tú, en un pesebre.

Así comenzaste tú, recibido por una virgen, siempre disponible.

Perdona mi atrevimiento, pero ahora entiende por qué me llamaste a mí, cuando no tenía más que lo puesto y en mi casa había necesidad de todo y falta de pan.

Y sin embargo, quisiste contar conmigo.


Señor: desearía ver el anuncio del Evangelio como tú lo ves.

Desearía ver el corazón de la gente del pueblo como tú lo ves.

Desearía ver cómo la semilla de tu Evangelio brota en los corazones.

Desearía sentir lo que tu Padre sentía el escucharte hablar de cómo te iban las cosas entre los hombres.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo C Tagged: humildad, reino de dios, revelacion, sencillez

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