10 de marzo. Abstinencia de carne.

VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

 Libro de Ezequiel 18,21-28.

Pero si el malvado se convierte de todos los pecados que ha cometido, observa todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, seguramente vivirá, y no morirá. Ninguna de las ofensas que haya cometido le será recordada: a causa de la justicia que ha practicado, vivirá. ¿Acaso deseo yo la muerte del pecador -oráculo del Señor- y no que se convierta de su mala conducta y viva? Pero si el justo se aparta de su justicia y comete el mal, imitando todas las abominaciones que comete el malvado, ¿acaso vivirá? Ninguna de las obras justas que haya hecho será recordada: a causa de la infidelidad y del pecado que ha cometido, morirá. Ustedes dirán: “El proceder del Señor no es correcto”. Escucha, casa de Israel: ¿Acaso no es el proceder de ustedes, y no el mío, el que no es correcto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete el mal y muere, muere por el mal que ha cometido. Y cuando el malvado se aparta del mal que ha cometido, para practicar el derecho y la justicia, él mismo preserva su vida. El ha abierto los ojos y se ha convertido de todas las ofensas que había cometido: por eso, seguramente vivirá, y no morirá.

Salmo 130,1-8.

Canto de peregrinación. Desde lo más profundo te invoco, Señor,
¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria.
Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?
Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido.
Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra.
Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora. Como el centinela espera la aurora,
espere Israel al Señor, porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia:
él redimirá a Israel de todos sus pecados.

Evangelio según San Mateo 5,20-26.

Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.</span></span>

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1. Hoy, viernes, las lecturas bíblicas nos invitan a pensar en nuestra conversión cuaresmal, porque también en nuestra vida puede darse el pecado.

Se nos recuerda que cada uno es responsable de sus propias actuaciones: no vale echar la culpa a los antepasados o a la sociedad o a los otros. En otras ocasiones se nos pone delante el carácter colectivo y comunitario de nuestras acciones, pero esta vez Ezequiel personaliza claramente tanto el pecado como la conversión.

Dios quiere la conversión de cada uno y que cada persona viva según sus caminos. Si un pecador se convierte, lo que importa es esto, y Dios no tendrá en cuenta lo anterior. Pero, por desgracia, también puede pasar lo contrario: que uno que llevaba buen camino caiga en la dejadez y se haga pecador, y también aquí lo que cuenta es la actitud que ha asumido ahora.

Por parte de Dios una cosa es clara: lo suyo no es castigar y estar espiando nuestra falta, sino que quiere que todos se conviertan de sus caminos y vivan, y está siempre dispuesto a acoger al que vuelve a él. Es lo que subraya más el salmo de hoy: «de ti procede el perdón… del Señor viene la misericordia y él redimirá a Israel de todos sus delitos».

2. Es un programa exigente el que Jesús nos propone para la conversión pascual: que nuestra santidad sea más perfecta que la de los fariseos y letrados, que era más bien de apariencias y superficial.

«Oísteis… pero yo os digo». No podemos contentarnos con «no matar», sino que hemos de llegar a «no estar peleado con el hermano» y a no insultarle. La conversión de las actitudes interiores, además de los hechos exteriores: los juicios, las intenciones, las envidias y rencores.

No sólo reconciliarse con Dios, sino también con el hermano. Y, si es el caso, dar prioridad a este entendimiento con el hermano, más incluso que a la ofrenda de sacrificios a Dios en el altar.

3. Ambas lecturas nos pueden hacen pensar un poco en nuestro camino de Cuaresma hacia la nueva vida pascual.

Nos urgen a convertirnos. Porque todos somos débiles y el polvo del camino se va pegando a nuestras sandalias. Convertirnos significa volvernos a Dios.

El peligro que señalaba Ezequiel también nos puede acechar a nosotros. ¿Tenemos la tendencia a echar la culpa de nuestra flojera a los demás: a la sociedad neopagana en que vivimos, a la Iglesia que es débil y pecadora, a las estructuras, al mal ejemplo de los demás? Es verdad que todo eso influye en nosotros. Pero no hacemos bien en buscar ahí un «alibi» para nuestros males. Debemos asumir el «mea culpa», dándonos claramente golpes en nuestro pecho (no en el del vecino). Sí, existe el pecado colectivo y las estructuras de pecado de las que habla Juan Pablo II en sus encíclicas sociales. Pero cada uno de nosotros es pecador y tenemos nuestra parte de culpa y debemos volvernos hacia Dios en el camino de la Pascua.

En concreto, lo que más nos puede costar es precisamente lo que señala Jesús en el evangelio: el amor al prójimo. No estar peleado con él y, si lo estamos, reconciliarnos en esta Cuaresma. ¿Cómo podremos celebrar con Cristo la Pascua, el paso a la nueva vida, si continuamos con los viejos rencores con los hermanos? «Ve primero a reconciliarte con tu hermano». No esperes a que venga él: da tú el primer paso. Cuaresma no sólo es reconciliarse con Dios, sino también con las personas con las que convivimos. En preparación a la Pascua deberíamos tomar más en serio lo que se nos dice antes de la comunión en cada Misa: «daos fraternalmente la paz».

Hoy sería bueno que rezáramos por nuestra cuenta, despacio, el salmo 129: «desde lo hondo a ti grito, Señor…», diciéndolo desde nuestra existencia pecadora, sintiéndonos débiles, pero confiando en la misericordia de Dios, y preparando nuestra confesión pascual.

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