Aún no había llegado su hora...
Y de pronto, ya, comenzamos a escuchar que se acercaba su hora, que para esta hora ha venido, y que llegada la hora en que había de ser glorificado, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo.
Ratzinger ofrece una explicación-meditación clarísima. Que él tenga hoy la palabra:
"Detengámonos por el momento en Juan, que, en su narración sobre la última tarde de Jesús con sus discípulos antes de la Pasión, subraya dos hechos del todo particulares. Nos relata primero cómo Jesús prestó a sus discípulos un servicio propio de esclavos en el lavatorio de los pies; en este contexto refiere también el anuncio de la traición de Judas y la negación de Pedro. Después se refiere a los sermones de despedida de Jesús, que llegan a su culmen en la gran oración sacerdotal. Pongamos ahora la atención en estos dos puntos capitales.
"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (13,1). Con la Última Cena ha llegado la "hora" de Jesús, hacia la que se había encaminado desde el principio con todas sus obras (cf. 2,4). Lo esencial de esta hora queda perfilado por Juan con dos palabras fundamentales: es la hora del "paso" (metabaínein - metábasis); es la hora del amor (agápe) "hasta el extremo".
Los dos términos se explican recíprocamente, son inseparables. El amor mismo es el proceso del paso, de la transformación, del salir de los límites de la condición humana destinada a la muerte, en la cual todos estamos separados unos de otros, en una alteridad que no podemos sobrepasar. Es el amor hasta el extremo el que produce la "metábasis" aparentemente imposible: salir de las barreras de la individualidad cerrada, eso es precisamente el agápe, la irrupción en la esfera divina.
La "hora" de Jesús es la hora del gran "paso más allá", de la transformación, y esta metamorfosis del ser se produce mediante el agápe. Es un agápe "hasta el extremo", expresión con la cual Juan se refiere en este punto anticipadamente a la última palabra del Crucificado: "Todo está cumplido (tetélestai)" (19,30). Este fin (télos), esta totalidad del entregarse, de la metamorfosis de todo el ser, es precisamente el entregarse a sí mismo hasta la muerte"
(J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, Vol. II, Madrid 2011, pp. 70-71).
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