27 de marzo. Jueves de la III semana de Cuaresma.

Miniatura medieval de Cristo curando a un endemoniado.

Miniatura medieval de Cristo curando a un endemoniado.



1. Escuchamos hoy una queja amarga de Dios, por medio del profeta. Una queja contra su pueblo Israel porque no cumple la alianza que había pactado: «no escucharon, caminaban según sus ideas, me daban la espalda».


Es inútil que se sucedan los profetas enviados por Dios: «ya puedes repetirles este discurso, que no te escucharán… Ia sinceridad se ha perdido».


Se trata de una acusación que clama al cielo: «aquí está la gente que no escuchó la voz del Señor su Dios».


2. A Jesús algunos tampoco le escuchan ni le hacen caso. Para no tener que prestar atención a lo que dice, que es incómodo, buscan excusas. Hoy, una que es realmente poco razonable: que lanza los demonios en connivencia con el mismo Satanás.


La respuesta de Jesús está llena de sentido común: un reino dividido no podrá subsistir. Lo que pasa es que sus adversarios no quieren reconocer lo evidente, que ya ha llegado el Reino prometido. Que ya ha llegado el que es más fuerte que el maligno y está entablando con él una lucha victoriosa. Es que, si reconocen esto, tendrán que aceptar a Jesús como el Mesías de Dios y hacer caso del testimonio que está dando.


3. Contra los que se quejan Dios en el AT y Jesús en el evangelio, son precisamente los del pueblo elegido, los que oficialmente se consideran los mejores. Pero se ve que eso mismo, de alguna manera, les inmuniza contra lo que diga Jesús y no saben escuchar la voz de Dios.


No hay sinceridad. No quieren ver la luz. Jesús les acusará en otras ocasiones de «pecar contra el Espíritu Santo», o sea, de pecar contra la luz, no queriéndola ver, a pesar de que sea evidente.


¿Estamos nosotros mereciendo de alguna manera esta acusación de Jesús? ¿estamos causándole una desilusión en nuestro camino de este año a la Pascua, que ya está exactamente en su mitad? El Viernes Santo, durante la adoración de la Cruz, cantaremos una lamentación que el profeta pone en labios de Dios: «pueblo mío, ¿qué te he hecho?».


¿Tendremos que sentirnos aludidos?


En el ritual del Bautismo hay un gesto simbólico expresivo, el «effetá», «ábrete». El ministro toca los labios del bautizado para que se abran y sepa hablar. Y toca sus oídos para que aprenda a escuchar. Dios se ha quejado hoy de que su pueblo no le escucha.


¿Se podría quejar también de nosotros, bautizados y creyentes, de que somos sordos, de que no escuchamos lo que nos está queriendo decir en esta Cuaresma, de que no prestamos suficiente atención a su palabra?


La Virgen María, maestra en esto, como en otras tantas cosas, de nuestra vida cristiana, nos ha dado la consigna que fue el programa de su vida: «hágase en mí según tu palabra».


Va por nosotros el salmo de hoy: «ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón».


«Escuchad mi voz, caminad por el camino que os mando, para que os vaya bien» (1ª lectura)


«Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (salmo)


«Ojalá esté firme mi camino para cumplir tus consignas» (comunión)


«Tú nos conduces a la salvación a través de los acontecimientos de la vida y de tus sacramentos» (poscomunión)




23:46
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