“Llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber”. “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una samaritana?” Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. (Jn 4,5-42)
Hondo estaba el pozo. Como honda está el alma.
Honda estaba el agua. Como honda es la sed.
Hondo estaba el pozo, de donde sacar el agua.
Honda estaba el agua, y se necesitaba el balde.
Sediento junto al pozo. Sediento junto al agua.
Sediento asomado al fondo. Sediento contemplando el agua.
Sedienta llegaba ella. Arrastrando la sed del alma.
Sedienta llegaba ella, caminando desde el valle.
Sedientos los dos de agua. Y uno era el agua.
Sedientos los dos de agua. Y sólo uno ofrecía agua.
Que yo tengo el balde, no sé si tú tienes el agua.
Que tú dices tener el agua, pero tú careces de balde.
¿Y si juntamos tu sed y mi sed,
y compartimos los dos mi agua?
¿Y si juntamos toda tu sed y toda mi sed,
y bebemos toda mi agua?
Que no hacen falta baldes, cuando el agua se regala.
Que no hacen falta baldes para el agua del alma.
Que basta decir sí al agua que no es agua.
Que basta decir “dame” y el agua se desmadra.
Que están de sobra los baldes, cuando te encuentras con el manantial.
Que están de sobra los baldes, cuando se hace vida el agua.
Y cuando la vida se hace agua.
Se necesitan baldes para beber tu agua.
No los necesitas para beber la mía.
Los necesitas para tu pozo.
No hacen falta para mío.
Hagamos un trueque y no discutamos.
Tú me das tu sed. Yo te doy mi agua.
Tú me das tu pozo. Yo te doy mi manantial.
Señor, que ya no tengo sed, pero necesito de tu agua.
Señor, que ya no tengo sed, pues tú la has calmado.
Que tampoco tú tienes sed, pues ¡me has ganado!
Dejemos aquí el pozo, dejemos aquí el balde.
Por si alguno otro viene, y te encuentra aquí sentado.
Señor: Tengo sed y no sé de qué.
Señor: ¿Serás tu mi sed?
Señor: ¿Serás tú mi agua?
Señor: Sé que tú eres el agua que salta hasta la vida eterna.
Señor: Sé que tú eres el agua que apaga toda mi sed.
Señor: Que cada día beba de tu agua.
Señor: Recibe cada día mi sed y tú sabrás qué hacer con ella.
Clemente Sobrado C. P.
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