21 de marzo. Viernes de la II semana de cuaresma.

José tirado a un pozo por sus hermanos, 1356-67 (fresco) de Manfredi de Battilori Bartolo di Fredi.

José tirado a un pozo por sus hermanos, 1356-67 (fresco) de Manfredi de Battilori Bartolo di Fredi.



1. Hoy, viernes, las lecturas nos presentan más explícitamente el destino de cruz y muerte que espera a Jesús al final de su camino.


Y en el AT se ha buscado una figura entrañable: José, traicionado por sus propios hermanos.


La de José es una historia novelada, «edificante», que expresa las infidelidades de Israel y sobre todo del estilo que tiene Dios de sacar bien del mal.


«Matémoslo y echémoslo en un pozo cualquiera». Aunque después se conformaron con venderle a los mercaderes que pasaban por allá. Es el fruto de una raíz interior: la envidia, el rencor de los hermanos para con José (que, por cierto, también contribuye a fomentar esos sentimientos contándoles imprudentemente sus sueños de grandeza).


La lectura termina ahí. Pero el salmo -de nuevo muy oportuno- prolonga la historia y nos dice cómo aquello, que parecía una maldad sin sentido, tuvo consecuencias positivas para la salvación de Israel: «por delante había enviado a un hombre, José, vendido como esclavo: hasta que el rey lo nombró administrador de su casa».


2. La historia de José se repite en Jesús.


La parábola de los viñadores que llegan a apalear a los enviados y a matar al hijo parece calcada del poema de Isaías 5, con el lamento de la viña estéril. Pero aquí es más trágica: «Matémoslo y nos quedaremos con su herencia». Los sacerdotes y fariseos entendieron muy bien «que hablaba de ellos» y buscaban la manera de deshacerse de Jesús.


También aquí, lo que parecía una muerte definitiva y sin sentido, resultó que en los planes de Dios conducía a la salvación del nuevo Israel, como la esclavitud de José había sido providencial para los futuros tiempos de hambre de sus hermanos y de su pueblo. El evangelio cita el salmo pascual por excelencia, el 117: «la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular». La muerte ha sido precisamente el camino para la vida. Si el pueblo elegido, Israel, rechaza al enviado de Dios, se les encomendará la viña a otros que sí quieran producir frutos.


3. a) Durante la Cuaresma, y en particular los viernes, nuestros ojos se dirigen a la Cruz de Cristo.


Todavía con mayor motivo que José en el AT, Jesús es el prototipo de los justos perseguidos y vendidos por unas monedas. La envidia y la mezquindad de los dirigentes de su pueblo le llevan a la muerte. Su camino es serio: incluye la entrega total de su vida.


Nuestro camino de Pascua supone también aceptar la cruz de Cristo. Convencidos de que, como Dios escribe recto con líneas torcidas, también nuestro dolor o nuestra renuncia, como los de Cristo, conducen a la vida.


b) También tenemos que recoger el aviso de la esterilidad y la infidelidad de Israel.


Nosotros seguramente no vendemos a nuestro hermano por veinte monedas. Ni tampoco traicionamos a Jesús por treinta. No sale de nuestra boca el fatídico propósito «matémosle», dedicándonos a eliminar a los enviados de Dios que nos resultan incómodos (aunque sí podamos sencillamente ignorarlos o despreciarlos).


Pero se nos puede hacer otra pregunta: ¿somos una viña que da sus frutos a Dios? ¿o le estamos defraudando año tras año? Precisamente el pueblo elegido es el que rechazó a los enviados de Dios y mató a su Hijo. Nosotros, los que seguimos a Cristo y participamos en su Eucaristía, ¿podríamos ser tachados de viña estéril, raquítica? ¿se podría decir que, en vez de trabajar para Dios, nos aprovechamos de su viña para nuestro propio provecho? ¿y que en vez de uvas buenas le damos agrazones? ¿somos infieles? ¿o tal vez perezosos, descuidados?


En la Cuaresma, con la mirada puesta en la muerte y resurrección de Jesús, debemos reorientar nuestra existencia. En este año concreto, sin esperar a otro.


«A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado» (entrada)


«Lleguemos a las fiestas de Pascua con perfecto espíritu de conversión» (oración)


«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único» (aclamación)


«La viña se dará a un pueblo que produzca frutos» (evangelio)


«Que el fruto de esta celebración se haga realidad permanente en nuestra vida» (ofrenda)




16:54
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