Los santos, tan presentes en la vida de la Iglesia, poseen un valor teológico más allá de la simple devoción con la que son rodeados.
¿Qué entender al hablar de la santidad? Más aún, ¿qué es un santo? Cualquier santo nos desvela las notas teológicas comunes a la santidad misma. Para ello hay que acercarse con una mirada escrutadora de la fe que supere las anécdotas o las narraciones de milagros, propias de una literatura que exalta así al personaje, para penetrar más allá y descubrir la esencia de la santidad.
El secreto de la santidad, aquel que constituye su esencia y naturaleza, y por tanto puede ser compartido perfectamente por todos y cada uno, es la amistad con Jesucristo. Un santo es un amigo de Jesucristo en largas jornadas con Él de convivencia, amistad, obediencia, fidelidad.
"El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad" (Benedicto XVI, Disc. a los seminaristas, Colonia-Alemania, 19-agosto-2005).
Hasta tal punto han sido amigos de Jesucristo, que han llegado a parecerse a Él en su forma de amar, trabajar, sentir, pensar; el Evangelio que leían fue una Palabra viva para sus existencias hasta el punto de encarnarse en sus vidas, con modulaciones distintas, mostrando aspectos del Evangelio en circunstancias y épocas distintas. Pero se atrevieron a plasmar el Evangelio, releyéndolo con la propia vida.
""Es la muchedumbre de los santos -conocidos o desconocidos- mediante los cuales el Señor nos ha abierto a lo largo de la historia el Evangelio, hojeando sus páginas... En sus vidas se revela la riqueza del Evangelio como un gran libro ilustrado" (Benedicto XVI, Disc. en la vigilia de los jóvenes, Colonia-Alemania, 20-agosto-2005).
En las épocas oscuras de la historia, cuando todo parecía tambalearse con ideologías de distinto género, nunca han faltado santos que han sido rayos de luz, señalando caminos transitables y verdaderos por los que ir, sin perderse en la oscuridad.
"Son la estela luminosa que Dios ha dejado en el transcurso de la historia, y sigue dejando aún" (Ibíd.).
Hoy, los santos siguen siendo elocuentes; de ellos podremos aprender mucho si los tomamos como referencias, como guías, y vemos en sus vidas la obra preciosa de la Gracia.
De ellos aprendemos "cómo se consigue ser cristianos; cómo se logra llevar una vida del modo justo: a vivir a la manera de Dios" (ibíd.).
Los santos fueron felices, plenamente felices, incluso cuando la cruz les pesaba y todo era cruz a su alrededor. Pero hallando su centro en Dios, desarrollaron su humanidad plenamente, y lo hicieron entregándose sin reservas.
"Los beatos y los santos han sido personas que no han buscado obstinadamente la propia felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido alcanzados por la luz de Cristo. De este modo, ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas" (ibíd.).
Así vemos qué valor encierra la santidad para la vida de la Iglesia y podemos aprender a tratar con los santos de una forma nueva.
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