En la encíclica “Evangelium vitae”, fechada el 25 de marzo de 1995, el beato Juan Pablo II había pedido la celebración anual de una “Jornada por la Vida”. Esa petición del Papa es hoy una realidad. La finalidad de la misma es, según decía el Papa: “suscitar en las conciencias, en las familias, en la Iglesia y en la sociedad civil, el reconocimiento del sentido y del valor de la vida humana en todos sus momentos y condiciones, centrando particularmente la atención sobre la gravedad del aborto y de la eutanasia, sin olvidar tampoco los demás momentos y aspectos de la vida, que merecen ser objeto de atenta consideración” (“Evangelium vitae”, 85).
“Suscitar” es promover y levantar. Y la secuencia de ámbitos en los que se ha de promover “el sentido y el valor de la vida humana” es enormemente amplio. En primer lugar, en las conciencias. La conciencia moral es el juicio de nuestra razón que nos orienta a practicar el bien y evitar el mal. Si estamos atentos a esa voz de la conciencia, percibiremos que algunas acciones son buenas y otras malas, que algunas cosas nos están permitidas y otras prohibidas. No todo está bien. No está bien matar a un inocente. No está bien mentir ni engañar. No está bien promocionar el mal o la simple ley del más fuerte.
Las familias tienen una enorme responsabilidad. La familia es la célula de la vida social, la unidad fundamental de la vida. En la familia comienza el aprendizaje humano. En ese marco deberíamos poder aprender a cuidar a los pequeños y a los mayores, a los enfermos y a las personas con discapacidad. Y también a los pobres.
La Iglesia es otro ámbito. “Cuando leemos los Evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con esta comunidad Él se prepara y edifica su Iglesia”, ha recordado el Papa Francisco en una de sus catequesis (29 de mayo de 2013).
La Iglesia tiene que recordar el evangelio de la vida. Ella misma es “el pueblo de la vida y para la vida” (“Evangelium vitae”, 78-79). La Iglesia recibe del Evangelio su identidad de pueblo de la vida, porque el Evangelio es el anuncio de Jesucristo, el autor de la vida. Es, asimismo, un “pueblo para la vida”, porque ha sido enviado por Dios para anunciar, celebrar y servir el evangelio de la vida.
Y la sociedad civil. La sociedad tiene un fin último: el respeto de la dignidad trascendente del hombre. Como recuerda el “Catecismo”: “El respeto de la persona humana implica el de los derechos que se derivan de su dignidad de criatura. Estos derechos son anteriores a la sociedad y se imponen a ella. Fundan la legitimidad moral de toda autoridad: menospreciándolos o negándose a reconocerlos en su legislación positiva, una sociedad mina su propia legitimidad moral” (n. 1930).
Reconocer el sentido y el valor de la vida humana “en todos sus momentos y condiciones” es una obligación moral en conciencia, es una obligación de las familias, es una obligación de la sociedad civil. Es, también, una obligación de la autoridad y del Estado, sino no quiere deslegitimarse.
Guillermo Juan Morado.
Novena de oración por la vida: En preparación de la solemnidad de la Anunciación del Señor
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