“Un escriba se le acercó a Jesús y le preguntó: “¿Qué mandamiento es el primero de todos?” Respondió Jesús: “El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “Amar al prójimo como uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. Jesús viendo que había respondido sensatamente, le dijo: “No está lejos del reino de Dios”. (Mc 12,28-34)
Cuando alguien le pregunta a Jesús para ponerlo a prueba, de ordinario, desvía la pregunta y va a la esencia de lo que tienen que ser las cosas.
En cambio, cuando alguien pregunta con sinceridad, con nobleza, con un corazón limpio, Jesús responde directamente.
Este escriba:
No es de los que quiere ponerle la trampa.
No es de los que quiere ponerle en apuros.
No es de los que quiere comprometerle.
Es de los que quiere saber.
Y la pregunta tiene su razón de ser.
El escriba es consciente de la infinidad de leyes inventadas por los hombres.
El escriba es consciente de que el bosque de leyes se prestaba a una casuística peligrosa.
Cuanto más multiplicamos las leyes, más complicamos la vida.
Cuanto más multiplicamos las leyes, menos valor tiene la ley.
Cuanto más multiplicamos las leyes, menos respetamos la ley.
Multiplicamos las leyes:
Cuando no vivimos la ley.
Cuando gobernamos al hombre no en base a valores y convencimientos, sino a leyes.
Cuando no tenemos verdadera autoridad, y necesitamos de los mandatos.
Por eso abundan tanto las leyes, tanto en la sociedad como en la misma Iglesia.
Nuestro Derecho Canónico tiene al menos 1731 leyes.
¿Alguien las conoce todas?
Necesitamos especialistas.
Por eso me gusta la pregunta del escriba.
No pregunta por el número de leyes.
Pregunta ¿cuál es la principal?
¿Cuál es la esencial?
Y Jesús le da tres respuestas fundamentales:
Primero: que no tenemos sino un solo Señor.
Que no hay muchos Dioses y Señores.
Segundo: que la principal de todas las leyes, la esencia y la cual el resto de leyes carece de valor es: el amor.
Pero no ese amor epidérmico de los sentimientos.
Sino el amor que abarca todo nuestro ser:
Corazón,
Alma,
Mente,
Todo tu ser.
Tercero: que la segunda es parecida a la primera.
“amar al prójimo como a uno mismo”.
Jesús todavía le está respondiendo desde el Antiguo Testamento:
La cita el Deuteronomio 6,5.
Porque más tarde, dirá: “amaos como yo os he amado”.
Alguien escribió algo que me gustó:
El amor no tiene ley.
El amor no se obliga.
Porque el amor es gratuidad.
Y ahí está la expresión de nuestra fe.
Y ahí está la expresión de nuestro bautismo.
Y ahí está la expresión de nuestra vida cristiana.
Cuando se ama de verdad:
No se necesitan leyes.
No se necesitan multiplicar las leyes.
No se necesita gobernar en base a leyes.
Basta amar a Dios con todo nuestro corazón, nuestra alma, nuestra mente y nuestro ser.
Y basta amar al hermano como a nosotros mismos.
Señor: que ame tanto que no necesite leyes.
Señor: que mi amor sea tan auténtico que inútiles todas las leyes.
Señor: que gobiernes con leyes sino sembrando amor en los corazones.
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Cuaresma Tagged: amor, ley, mandamientos
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