“Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a la viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón.
Muchos leprosos había en Israel en tiempos de profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el Sirio. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte sobre el que estaba edificada la ciudad, con intención de despeñarlo”. (Lc 4,24-30)
Hay verdades que duele escucharlas.
Hay verdades que no queremos escucharlas.
Hay verdades que nos molestan.
Hay verdades que en vez de escucharlas preferimos desbarrancar al que nos las dice.
Es que las verdades duelen.
En tanto que las mentiras nos adulan y anestesian.
Eso le pasó a Jesús.
Por eso me gusta Jesús, porque vivió la realidad de nuestras vidas.
Experimentó nuestras grandezas y nuestras miserias.
Pero pasó por la experiencia de nuestra realidad.
Porque tampoco a nosotros nos gusta nos digan la verdad.
Preferimos la anestesia de la adulación.
Preferimos la anestesia de la mentira.
Nos creemos dueños de la verdad, pero no la vivimos.
Nos creemos dueños de la salvación, y muchos tomamos otros caminos.
Nos creemos dueños de Dios, y resulta que fuera de la Iglesia también creen en él.
No sé si recuerdan aquello que le sucedió a un profesor Jesuita en una Universidad en la India.
Se conoció con un gran intelectual. Y mientras charlaban amigablemente, el Doctor le dice, “solo que entre usted y yo hay un problema”.
Solo ustedes se salvan.
Los que estamos fuera de la Iglesia estamos excluidos.
¿Quién habrá inventado ese aforismo tan exclusivista?
Porque lo que Jesús nos dice hoy suena a otra cosa:
Había muchas viudas en Israel.
Sin embargo Elías fue a ayudar a la viuda de Sarepta.
Había muchos leprosos en Israel.
Pero el profeta Eliseo solo curó a Naamán el Sirio.
Resulta llamativo que:
Los que nos creemos seguros no vivimos lo que creemos.
En cambio, paganos que vienen de lejos, creen al Profeta.
¿No recuerdas la Navidad?
Los que estaban cerca de Belén no se enteran de nada.
Son los gentiles que vienen de lejos los que lo descubren primero.
No siempre los que creemos desde que nacemos, tenemos la garantía de nuestra fe.
Y hay muchos que consideramos paganos, y viven más abiertos a Dios.
No siempre los que disponemos de todos los medios que ofrece la Iglesia, vivimos el Evangelio.
Y muchos que viven fuera de la Iglesia, viven las grandes verdades, aun sin saber que son del Evangelio.
Cuando veo las grandes ciudades, y veo que en el centro están todos los elementos activos de la Iglesia, mientras que en los márgenes apenas tienen una misa cada domingo. En mi Parroquia celebramos once misas dominicales.
¿Serán mis feligreses modelos de Evangelio para aquellos que no tienen ninguna o escasamente una?
Felizmente Dios tiene otro criterio.
Tiene la Iglesia como sacramento de salvación.
Pero muchos que dicen pertenecer a la Iglesia viven alejados.
En tanto que, muchos que están fuera de la Iglesia, llevan una vida de mayor coherencia.
Que nos digan esto nos duele.
Si yo predico esto en mi misa de domingo, la gente se me ofende.
Nos cuesta creer que Dios también actúa fuera de la Iglesia.
Nos cuesta creer que Dios también salva fuera de la Iglesia.
Nos cuesta creer que los de fuera también son amados de Dios.
Yo no tengo miedo al escándalo de los buenos.
Me alegra la bondad que hay al otro lado de la frontera de la Iglesia.
Clemente Sobrado C. P.
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