(Cfr. www.almudi.org)
(Sam 16,1.6-7.10-13) "El hombre ve lo que aparece, pero Dios ve el corazón"
(Ef 5,8-14) "Andad como hijos de la luz"
(Jn 9,1-41) "Se lavó, y volvió con vista"
(Ef 5,8-14) "Andad como hijos de la luz"
(Jn 9,1-41) "Se lavó, y volvió con vista"
--- Vocación cristiana universal. La divinidad de Jesús
¡El Señor es mi Pastor, nada me falta! (Sal 22(23),1).
El Salmo reponsorial del IV domingo de Cuaresma dirige nuestras almas hacia el misterio pascual en el que Cristo se revela realmente como Pastor que ofrece la vida por las ovejas (cfr. Jn 10,11-15). La imagen que emerge del Salmo 22 es una preparación de la figura que Cristo mismo ha delineado con la parábola del Buen Pastor. Evidentemente, el Salmo refleja una mentalidad oriental y se expresa con modalidades típicas del contexto histórico judío y, por esto, requeriría una esmerada exégesis. Sin embargo, su mensaje es fácilmente comprensible: Jesús, el Verbo Divino, se encarnó precisamente para conducir las almas a la verdad: “En verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas”.
Jesús vino para alentarnos en el camino de la vida, para guiarnos en el camino justo de la salvación, para prepararnos la mesa de la gracia, para darnos la alegría de la certeza. Jesús está con nosotros todos los días de nuestra existencia: la fe en Él nos da seguridad y valentía, aún cuando a veces tengamos que caminar en un valle oscuro... ¡A pesar de las penas y de los contrastes de la vida, a pesar de las situaciones sociales y públicas que a veces pueden llegar a ser dramáticas, no perdáis la confianza en Cristo Buen Pastor, Redentor de nuestras almas, Salvador de la humanidad!
Cristo es precisamente el Pastor Eterno de toda la humanidad porque en Él todos nosotros hemos sido elegidos por el Padre como hijos adoptivos. Y por medio de su obra redentora hemos sido unidos al Espíritu Santo, de manera que participamos así también de la misión de Cristo “Sacerdote, Profeta y Rey” (cfr. LG 31). Hacia estos pensamientos nos orienta la primera lectura del libro de Samuel, que narra la elección y la unción del futuro rey David por parte del Profeta.
Del relato del episodio histórico resulta que en el Antiguo Testamento sólo algunos eran elegidos por el Altísimo para la realización de sus designios. En este caso, uno sólo de los siete hijos de Jesé fue elegido y consagrado Rey de Israel. En cambio, la revelación de Cristo y la enseñanza perenne de la Iglesia afirman que, en el Nuevo Testamento, la elección es universal: toda la humanidad y, por esto, cada uno de los hombres es llamado y elegido en Cristo para participar en la misma vida divina mediante la gracia. ¡Así pues sentios dichosos y estad agradecidos por haber no sólo conocido estas realidades divinas, sino por haber recibido la unción y la consagración mediante el bautismo y la confirmación!
Sin embargo, el pensamiento sobre el que pone con más fuerza el acento la liturgia de hoy es que Cristo es el Pastor de nuestras almas en cuanto nos abre los ojos para ver la luz de Dios.
El relato de la curación del ciego de nacimiento, como nos lo presenta el evangelista Juan, es ciertamente una de las páginas más espléndidas del Evangelio. Jesús realizó el llamativo milagro de la curación del ciego de nacimiento para demostrar su divinidad y la consiguiente necesidad de acoger su Persona y su mensaje.
El ciego, una vez curado, no sabe todavía quién es Jesús, pero lo intuye, y contra la incredulidad de los judíos y el temor de sus mismos padres, afirma: “Jamás se oyó decir que nadie abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”. Cuando después Jesús le dice claramente que es el “Hijo del Hombre”, esto es, el Mesías, el Hijo de Dios, el ciego curado no tiene duda alguna e inmediatamente hace su profesión de fe: “Creo, Señor”.
He aquí, pues el significado inmediato del milagro realizado por Jesús: Él es verdaderamente Dios el cual, como pudo dar enseguida la vida a un ciego, mucho más puede dar la vista al alma, puede abrir los ojos interiores para que conozcan las verdades supremas que se refieren a la naturaleza de Dios y al destino del hombre. Por esto la curación física del ciego, que luego es causa de su fe, se convierte en un símbolo de la conversión espiritual. De este modo, Jesús vuelve a confirmar: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
--- Firmeza en la fe. Formación
De la meditación de las lecturas de la liturgia de hoy debemos sacar ahora alguna conclusión práctica, que pueda servir en el camino ulterior de vuestra vida personal.
Ante todo, tened siempre un profundo sentido de responsabilidad sobre vuestra fe cristiana. El relato evangélico nos hace comprender cuán preciosa es la vista a los ojos, pero cuánto más preciosa es aún la luz de la fe. Pero sabemos que esta fe exige firmeza y fortaleza, porque está siempre insidiada. Frente a la luz de Cristo, hay siempre una actitud de abierta hostilidad, o de rechazo y de indiferencia, o también de crítica injusta y parcial.
Sentios responsables de vuestra fe en la sociedad moderna en la que debéis vivir, cada uno en su puesto de vida y de trabajo, cada uno en el ámbito de sus relaciones de familia y de profesión. Y por esto, profundizad cada vez más en ella, con una catequesis sana, completa, metódica. ¡Conocer mejor la propia fe significa estimarla más, vivirla más intensamente, irradiarla con más eficaz testimonio!
--- Frecuencia de sacramentos y moralidad
Una segunda consecuencia práctica se puede sacar de la Carta de San Pablo.
"En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz” (Ef 5,8). La exortación de San Pablo es siempre actual: “Buscad lo que agrada al Señor”. “No toméis parte en las obras estériles de las tinieblas” (Ef 5,10-11).
¡Sed luz también vosotros en vuestra parroquia, en vuestra ciudad, en vuestra patria! Sed luz con la frecuencia asidua y convencida a la Santa Misa...; sed luz eliminando escrupulosamente las palabras soeces, la blasfemia, la lectura de diarios y revistas pornográficas, la visión de espectáculos negativos; sed luz con el ejemplo continuo de vuestra bondad y de vuestra fidelidad en todo lugar, pero especialmente en el ambiente privilegiado de la familia, recordando que “toda bondad, justicia y verdad son frutos de la luz”.
¡Estemos dispuestos a seguir a Cristo por los caminos que Él nos indica, también mediante la enseñanza de la Iglesia que Él ha instituido!
¡Estemos dispuestos a sacar fuerza de las fuentes de la gracia, que Él nos abre en la Iglesia mediante los sacramentos de la fe: Penitencia y Eucaristía!
Y, finalmente, ¡estemos dispuestos a buscar en Él el apoyo en todas las dificultades de nuestra vida y de nuestra conciencia! ¡No nos separemos nunca de Él! ¡Él es la luz del mundo!
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