La dignidad del cuerpo y los restos fetales quemados


Me ha llamado mucho la atención la noticia publicada en InfoCatólica sobre el tratamiento que algunos hospitales británicos han dispensado, según parece, a fetos abortados. En lugar de ser inhumados o incinerados, han sido quemados junto a otros residuos.


Y ese procedimiento ha causado escándalo: “Tras conocer la noticia las autoridades calificaron esta práctica como «totalmente inaceptable» y se han comprometido a investigar el caso”, dice la noticia.


Si lo he entendido bien, el motivo de asombro ha sido haber sometido a un procedimiento indigno a los restos de fetos humanos. En mi opinión, la conciencia, el juicio de la razón que nos dice que algo está bien o mal, se puede oscurecer, pero difícilmente se apaga del todo.


Si hay preocupación por el tratamiento digno de unos restos humanos es porque, en el fondo, se diga o no, se les reconoce a esos restos la condición de humanos. Con lo cual, indirectamente, se reconoce que abortar es matar a un ser humano. Se pide para su cadáver un reconocimiento que, no sin paradoja, se le niega al embrión humano vivo.


Porque si indigno es quemar los restos mortales de un feto humano junto a residuos de desecho – y, ciertamente, es indigno - , mucho más lo es privar de la vida al sujeto de ese cadáver - porque un cadáver humano es un cadáver de “alguien”-.


Honrar el cuerpo humano, incluso el cadáver, es una actitud muy conforme con la antropología cristiana. Y vemos cada día los esfuerzos que las autoridades hacen para recuperar los cadáveres de un accidente o de un naufragio.


El hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Y el hombre, la persona humana, es un ser a la vez corporal y espiritual. El cuerpo del hombre es el ámbito en el que la materia “toca” al Creador. No existe una barrera infranqueable entre Dios y la materia. En el hombre, la materia de su cuerpo es materia animada, espiritualizada. Y en la Encarnación, Dios se abraza a la materia y la eleva a la condición de sacramento, de signo e instrumento, de su compromiso con los hombres.



“En el hombre, el espíritu y la materia no son dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza”, nos recuerda el “Catecismo”. Donde hay un cuerpo humano hay un alma humana. Donde hay un cadáver humano, ha habido un alma humana. No es solo materia, es materia que ha sido animada, vivificada por el Espíritu de Dios.


Es muy triste oír, de un enfermo, que está en estado “vegetativo”, que es “una planta”. Un cuerpo humano vivo jamás es “una planta”. Si hay cuerpo humano vivo hay alma. Y un cadáver humano merece ser tratado con la dignidad de haber sido el cuerpo de un hombre, de un espíritu encarnado, de una persona humana.


Si somos respetuosos con los restos mortales humanos y, si la lógica no nos abandona, caminaremos hacia el respeto hacia la persona humana; también durante las primeras etapas – fetales, embrionarias – de su existencia terrena.


Guillermo Juan Morado.




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16:55

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