“Dijo Jesús: “¡Ay de ti, Corazaín, ay de ti Betsaida! Si en Tiro y Sido se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se hubieran convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y Sidón que a vosotras. Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza, y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. (Lc 10,13-16)
Una lectura para ponernos incómodos.
No todos reciben la Palabra de Dios de la misma manera.
No todos ven sus milagros de la misma manera.
Hay quien los ve sin enterarse.
Hay quien los ve sin hacerles caso.
Hay presencias de Dios de las que ni nos enteramos.
Hay presencias de Dios que nos dejan indiferentes.
Como también hay quienes:
Tienen un corazón abierto y nadie les anuncia.
Tienen un corazón disponible y no tienen posibilidades.
Tienen un corazón atento, pero no tienen que les haga escuchar su Palabra.
Hay quienes están saturados de medios para recibir la gracia y no ven.
Hay quienes están saturados de medios de formación, de reconciliación, de participar en la Eucaristía, y no los valoran.
Por eso, Jesús es bien claro:
No todos seremos juzgados de la misma manera.
No todos podremos presentarnos delante de Dios de la misma manera.
¿Cuántos dones y posibilidades he recibido?
¿Cuántos han recibido los demás?
¿Y cuál ha sido mi respuesta?
Por eso, yo no puedo compararme con nadie, porque cada uno sabe lo que Dios ha sembrado en su corazón.
No será la misma cosecha, la del que no siembra y la del que siembra.
Ni tampoco será la misma cosecha la del que sembró en tierra estéril a la del que sembró en tierra fértil.
En realidad para Jesús se trata de actitudes del corazón.
Se trata de las distintas respuestas.
Se trata de las distintas fidelidades.
Por eso:
Cada uno somos personales delante de Dios.
Cada uno somos nosotros mismos delante de Dios.
Cada uno tenemos nuestro nombre y apellido delante de Dios.
Y nadie puede reemplazarnos.
Nadie puede responder por nosotros.
Nadie puede ser fiel por mí.
Nadie puede ser santo por mí.
Delante de Dios cada uno tendremos que presentar nuestro carné bautismal personal.
Quien no escucha la palabra de los que anuncian el Evangelio no escucha a Jesús.
Y quien no escucha a Jesús tampoco escucha al Padre que lo envió.
Todo el que anuncia la Palabra de Dios lo anuncia en nombre de Jesús.
Todo el que anuncia la Palabra de Jesús la anuncia en nombre de Dios.
A más posibilidades, mayores responsabilidades.
A más posibilidades, mayores exigencias.
¿Conoces las tuyas?
¡Me dan miedo las mías!
Clemente Sobrado C. P.
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