Ayer hablamos de la llamada que sintió Francisco de Asís a reconstruir la Iglesia y de la misión de este papa y de cada uno de nosotros. Hoy el papa Francisco visita la ciudad del "poverello" y seguro que dirá cosas interesantes, pero ya ha hablado de él en varias ocasiones, de las que quiero recordar tres:
El primer texto es del discurso a los periodistas del 16 de marzo de 2013: Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Les contaré la historia. Durante las elecciones, tenía al lado al cardenal Claudio Hummes: un gran amigo. Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: «No te olvides de los pobres».
Y esta palabra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís. Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre... ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!
El segundo es de la visita al hospital para recuperación de drogodependientes en Río de Janeiro el 24 de julio de 2013: Es bien conocida la conversión del joven Francisco de Asís: abandona las riquezas y comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría era «mediador de la luz para san Francisco de Asís», porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre.
Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad.
El tercer texto lo pronunció en la vigilia de oración con los jóvenes el 27 de julio de 2013: San Francisco de Asís, ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: repara mi casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil para reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo. También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia.
El segundo es de la visita al hospital para recuperación de drogodependientes en Río de Janeiro el 24 de julio de 2013: Es bien conocida la conversión del joven Francisco de Asís: abandona las riquezas y comodidades para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso. Aquel hermano que sufría era «mediador de la luz para san Francisco de Asís», porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre.
Abrazar, abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad.
El tercer texto lo pronunció en la vigilia de oración con los jóvenes el 27 de julio de 2013: San Francisco de Asís, ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: repara mi casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil para reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo. También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia.
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