“Regresaron los setenta y dos alegres, diciendo: “Señor, hasta los demonios se nos sometían en tu nombre… No os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. (Lc 10,17-24)
Los éxitos siempre despiertan euforia.
Los éxitos siempre nos dan satisfacciones.
Los éxitos siempre levantan nuestro espíritu.
Los setenta y dos regresan felices.
Por primera vez han sentido que hasta los demonios se les sometían en nombre de Jesús.
Regresan como niños con zapatos nuevos.
Regresan como si hubiesen ganado la guerra.
Es un sentimiento natural.
Lo mismo que los fracasos nos hunden, lo éxitos nos levantan.
Lo mismo que lo malo nos causa tristeza, lo buenos nos hace felices.
Pero Jesús pone sordina a su entusiasmo.
Pone sordina a su euforia.
El éxito se presta fácilmente a creer que somos nosotros los que triunfamos.
El éxito se presta fácilmente a creer que somos superiores.
El éxito se presta fácilmente a creernos más que los demás.
La pedagogía de Jesús muy realista.
No mata el entusiasmo.
Ni les amarga su felicidad.
Porque eso tampoco les ayudaría a seguir comprometidos con el Evangelio.
Sencillamente “les pone sordina”.
Les baja de tono, pero sin desalentarles.
Todos esos triunfos están bien.
El mismo les dio poder para espantar demonios.
Pero hay algo más importante en la vida:
Que ellos mismos han creído en el Evangelio.
Que ellos mismos han creído en El.
Que ellos mismos han creído en sus posibilidades.
Y que precisamente:
Antes de echar demonios de los demás, ellos han sido liberados.
Antes de que otros hayan creído en el Evangelio, primero han creído ellos.
Y por eso:
Su mayor éxito está en haber tenido fe en la palabra de Jesús.
Su mayor éxito está en haber creído en la fuerza del Evangelio.
Su mayor éxito está en haber creído en la fuerza del Reino.
Y por eso su verdadero éxito está:
En que “sus nombres están escritos en los cielos”.
En que sus nombres están escritos en el corazón del Padre.
En que sus nombres están escritos en libro de los salvados.
Está bien nos sintamos felices de lo que hacemos.
Pero más felices seremos si nosotros vivimos la novedad del Reino.
Más felices tenemos que ser porque hemos tenido la dicha de creer.
Más felices tenemos que ser porque sabemos que estamos en el corazón del Padre.
Más felices tenemos que ser porque somos testigos de que el Evangelio nos ha liberado de los malos espíritus.
No es cuestión de renunciar a la alegría y felicidad.
Es cuestión de saber qué cosas causan esta alegría y esta felicidad.
Es cuestión de saber que nuestra felicidad nace de la bendición del Padre
Señor: Dame la alegría de poder actuar en tu nombre.
Señor: Dame la alegría de ver que otros quedan liberados de sus malos espíritu.
Señor: Dame la alegría de que puedo serte útil en el Reino.
Señor: Dame la alegría de que mi nombre está escrito en tu corazón y en el del Padre.
Clemente Sobrado C. P.
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