9 de octubre.

Padre nuestro en arameo, la lengua de Jesús.

Padre nuestro en arameo, la lengua de Jesús.



1. (Año I) Jonás 4,1-11


a) Jonás, el anti-profeta, muestra en verdad un corazón mezquino. Su reacción ante el perdón de Dios es impresentable: se enfada y entra en una crisis de depresión, hasta desearse la muerte.


¿Cómo puede irritarse un profeta de que la gente se convierta a Dios y que éste les perdone? ¿cómo puede reprochar a Dios: “ya sabía yo que eres compasivo y te arrepientes de tus amenazas”?


La parábola del ricino que se seca es la respuesta de Dios, irónica y expresiva: a Jonás le sabe mal que se seque aquella planta que era la que le daba un poco de sombra. ¿Y se extraña de que a Dios le duela que se vaya a perder todo un pueblo como el de Nínive, que también son criaturas de Dios?


b) Seguramente nuestra actitud no será tan ridícula como la de Jonás. Recordemos que el relato es caricaturizado, porque su autor quiere “dejar mal” a los judíos en su cerrazón, en contraste con los paganos que sí se convierten a Dios. El que queda mal, en la historia, es el pueblo judío, que no supo realizar su papel de “mediador de bendición para todos los pueblos”, como Dios le había anunciado a Abrahán, y se encerró en su propio egoísmo.


Pero algo de la actitud de Jonás, con sus depresiones y sus pataletas infantiles, nos puede pasar a nosotros: ¿nos sabe mal que no caigan los castigos de Dios sobre los que juzgamos corruptos y malvados? Jonás anunció el castigo y luego resultó que Dios perdonó, y eso es lo que le sabe mal: pero ¿se trata de quedar yo bien, como anunciador de desgracias, o de que se salve la gente?


Reaccionaríamos como Jonás -y como el hermano mayor del hijo pródigo- si fuéramos de corazón mezquino y egoísta, que sólo queremos el bien para nosotros mismos, y que los demás reciban su merecido. ¿Nos cuesta perdonar”, ¿nos sabe mal que Dios perdone? ¿que la oveja descarriada entre de nuevo en el redil sin castigo? ¿que el hijo pródigo sea recibido con fiesta y todo? ¿que el buen ladrón alcance el Reino en el último momento?


Apliquémonos con humildad el apólogo del ricino, en que Dios aparece preocupado de que no se le pierda un pueblo tan numeroso. ¡Qué hermosa “excusa” da Dios, qué elegante capote lanza a la maldad de Nínive: “no distinguen la derecha de la izquierda”! No se han enterado, no saben, no tienen tanta culpa como parece. ¡Hasta se preocupa de “la gran cantidad de ganado” que se va a perder! ¿Sabemos disculpar a la juventud y a la sociedad de que no tengan la fe que nosotros desearíamos? ¿es que puede tener tanta culpa una persona por no creer, con las ventoleras que le marean en este mundo y la poca formación que ha recibido?


Creamos en el amor de Dios, “bueno y clemente, rico en misericordia con los que le invocan”. Y tengamos también nosotros un corazón más abierto y tolerante para con este mundo.


2. Lucas 11,1-4


a) En el camino de Jesús a Jerusalén, también se va describiendo el camino de sus seguidores en su vida de fe. Si ayer era la escucha de la palabra de Dios lo que recomendaba Jesús, hoy y mañana nos enseña la importancia de la oración.


El Padrenuestro del evangelio de Lucas es menos desarrollado que el de Mateo: contiene dos peticiones referentes a Dios: “santificado sea tu nombre, venga tu reino” (Mateo añade “hágase tu voluntad”) y tres para nosotros: “danos el pan”, “perdona nuestros pecados” y “no nos dejes caer en la tentación” (Mateo añade “mas líbranos del mal”). Los especialistas dicen que es más fácil pensar que Mateo haya añadido matices que no que Lucas los haya suprimido, y por tanto la versión de Lucas podría considerarse más cercana a lo que dijo Jesús. Todavía hay otra versión del primer siglo, la de la Didaché, que añade una doxología final: “tuyo es el reino “, que nosotros también decimos en la Misa como conclusión del Padrenuestro.


No importan mucho estas diferencias en el texto. Nosotros rezamos la forma eclesial, la que la Iglesia ha creído más conveniente poner en labios de sus fieles, teniendo en cuenta la de las otras confesiones cristianas y también la traducción que más ayude a rezar en común a todos los que utilizan la misma lengua, como en el caso del castellano, que desde 1988 se ha unificado para los veintitantos países de habla hispana.


b) A Jesús le pidieron que les enseñara a rezar porque le vieron rezando a él. Él es el mejor modelo: él, que se dedicaba continuamente a evangelizar y atender a las personas, pero que también oraba, con una actitud filial de comunión con el Padre.


Rezamos muchas veces el Padrenuestro, y por eso tiene el peligro de que la rutina no nos permita sacarle todo el gusto espiritual que merece. Es la más importante de las oraciones que decimos, la que nos enseñó el mismo Jesús.


El Padrenuestro es una oración entrañable, que nos ayuda a situarnos en la relación justa ante Dios, pidiendo ante todo que su nombre sea glorificado y que se apresure la venida de su Reino. El centro de nuestra vida es Dios. Luego pedimos por nosotros: que nos dé el pan de nuestra subsistencia, nos perdone las culpas y nos dé fuerza para no caer en la tentación.


Es nuestra oración de hijos. Lucas trae como invocación inicial una sola palabra: “Padre”, que la comunidad primera conservó cariñosamente, recordando que Jesús llamaba a Dios “Abbá, Papá”. Mateo añade lo de “nuestro, que estás en los cielos”.


Hoy haríamos bien en decir el Padrenuestro por nuestra cuenta, despacio, saboreándolo, por ejemplo después de la comunión, creyendo lo que decimos. Además, tendríamos que enseñar a otros a rezarlo con fe y con amor de hijos. Las demás oraciones son glosas, comentarios, no tan importantes como ésta. A los hijos de una familia, a los niños de la catequesis, les tenemos que iniciar en la oración sobre todo “orando con ellos”, no tanto “mandándoles que recen”, y precisamente con estas palabras que nos enseñó Jesús.


Si tenemos la sana costumbre de hacer alguna lectura de tipo espiritual a lo largo del día, podemos hoy leer los comentarios del Catecismo de la Iglesia Católica a las peticiones del Padrenuestro, en sus números 2759-2865, en los que presenta esta oración como “corazón de las sagradas Escrituras”, “la oración del Señor y oración de la Iglesia” y “resumen de todo el evangelio”.


“Eres compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad” (1ª lectura I)


“Cuando oréis, decid: ¡Padre!” (evangelio)




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