Útil y muy sugerente, sacado de uno de mis regalos de Reyes, el tomo XII de las Obras Completas de Joseph Ratzinger. Lo copio tal cual, de la página 532:
Tras el entusiasmo de los comienzos, en todos nosotros los sacerdotes, siempre se da aquello con lo que Moisés, en la peregrinación de Israel, tuvo que luchar, el deseo de regresar a Egipto, la tentación de ser como cualquiera, de vivir sólo para sí mismo y no tener que marchar siempre de su mano, la tentación de no tener que estar expuesto al desierto de sus llamadas y a la aparente monotonía de su pan y del agua que Él da.
Pero, gracias a la misericordia divina, siempre se nos caen las escamas de los ojos, reconociendo que precisamente en la medida en que nos entregamos a él, resulta que nos encontramos también a nosotros mismos. En la medida en que reconocemos su derecho sobre nosotros, en la medida en que reconocemos el derecho de los hombres a nuestra felicidad y nos dejamos llevar por él, damos lo auténtico, podemos conducir a las aguas de la vida, podemos hacer aquello en lo que consiste la más hermosa posibiliad del hombre: darnos mutuamente aquello de lo que vivimos, el sentido que nos sostiene, la esperanza que nos mantiene, la certeza con la que verdaderamente podemos vivir y morir.
Está tan bien dicho que dan ganas de vivirlo ¡Que bien me viene, contra la monotonía diaria, leer algo así!
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