(Cfr. www.almudi.org)
(Zac 9,9-10) "Mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso"
(Rm 8,9.11-13) "El Espíritu de Dios habita en vosotros"
(Mt 11,25-30) "Aprended de mí. que soy manso y humilde de corazón"
El anuncio de un plan de salvación de la Humanidad por parte de Jesucristo, no fue aceptado por quienes andaban mendigando alabanzas unos de otros, y no se interesaban por aquella gloria que procede de Dios (Cfr Jn 5,44). De ahí que Jesús alabe a los que buscan con ardor la verdad: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido esta cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla”. Quien es sencillo de corazón y busca la verdad -no su verdad, como dice el poeta-, se codea con la grandeza y descubre la libertad verdadera, descubre a Dios. Porque allí donde está el espíritu de Dios, allí está la libertad (Cfr 2 Cor 3,17).
Jesús se dirigía y se dirige hoy, a través de su Iglesia que somos todos, a esa humanidad que anda sobrecargada de obligaciones -muchas de ellas inútiles e inventadas por los hombres (Cfr Hch 15,10), que no traen la paz al corazón-, ofreciendo otra carga que es ligera porque la hace llevadera el amor. “Cualquiera otra carga tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas, parece que le alivias del peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de sus alas y verás como vuela” (S. Agustín, Sermo, 126).
El yugo del Señor es liberación porque es la ley del Espíritu que supera la carne (2ª lect), ley de libertad interior, de obediencia filial a Dios Padre que, al amarnos más de lo que nosotros nos amamos a nosotros mismos, quiere siempre lo mejor para sus hijos. De ahí que el Salmo Responsorial afirme: “El Señor es clemente y misericordioso, bueno con todos, cariñoso con todas sus criaturas... fiel a sus palabras... El Señor sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan”.
¡No retiremos el hombro ante la carga que el Señor quiera que llevemos! ¡En cuántas ocasiones, ante las embestidas de la comodidad egoísta y la hostilidad o indiferencia que encontramos al querer influir cristianamente en nuestro entorno, se insinúa la tentación de no complicarnos la vida! Pensamos, entonces, que nadie nos comprende, que no agradecen nuestro interés, que todo les resbala, que somos un cero a la izquierda. Procuremos no dramatizar, mirándolos con lupa, esos comportamientos. No permitamos que los demonios familiares -el amor propio herido, la comodidad- se adueñen de nuestro estado de ánimo y asome la tristeza y la soledad.
Recordemos que la comodidad no libera. La permisividad y el consumismo no liberan. El capricho y el desentenderse de los demás no liberan. Estas opciones instalan en la mediocridad y la tibieza. Lo que libera es Dios. Lo que libera es la buena conciencia. Nos equivocaríamos si creyéramos que el cristianismo nos protege del dolor. No inventó él la Cruz, ésta ya existía y existe -¡cuánto sufrimiento, cuánta injusticia, en nuestro mundo!-, pero nos ha enseñado a llevarla sin quejas y a descubrir el valor redentor que encierra. “Es tan grande la fuerza de la Cruz de Cristo, dice Orígenes, que si se pone ante los ojos..., ningún mal deseo, ninguna pasión, ningún movimiento de enfado o de envidia podrá prevalecer”.
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