“Vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. El se levantó y le siguió”. (Mt 9,9-13)
Se puede pasar y no ver nada.
Se puede pasar sin interesarnos por nadie.
En cambio, Jesús pasaba y vio:
Vio primero a un “hombre”.
No vio un cliente.
No vio un pecador.
No vio un marginado.
Vio a un hombre.
Vio una persona.
Bonito gesto:
Ver hombres o mujeres.
Ver personas en nuestro camino.
Ver la dignidad de cada uno que se nos cruza.
Además, Jesús no le cuestionó:
ni por lo que era.
ni por el oficio que tenía.
ni por la mala fama que tenía.
Vio a una persona y con nombre propio: Mateo.
No lo vio como alguien anónimo sino con nombre propio.
La mirada de Jesús siempre suele ser “una llamada”.
¿Cómo curó su corazón?
¿Qué vio en él?
Un pobre hombre contando dinero.
Y sin embargo lo llama: “Sígueme”.
Y la fuerza de su palabra le hizo levantarse, ponerse en pie, y “le siguió”.
Allí quedaron sobre la mesa los dineros.
Mateo se pone en camino.
Una palabra que levanta.
Una palabra que pone en pie al caído.
Una palabra que pone en camino al sentado.
Una palabra que hace que el dinero salga del corazón y quede sobre la mesa.
Y por primera vez, Mateo hace una auténtica fiesta:
No la fiesta del negocio del día.
No la fiesta del éxito económico.
Sino la fiesta de la vida.
Porque ahora Mateo vive de verdad
Mateo:
Rompe con los prejuicios.
Rompe con la imagen que tenía.
Rompe con el que dirán.
Rompe con las críticas.
Rompe con las murmuraciones de sus compañeros.
Deja de servir al dinero y se pone en condición de servir a Dios.
Deja la esclavitud del dinero y vive la libertad del corazón.
La palabra de Dios tiene fuerza creadora.
La palabra de Dios tiene fuerza de vida.
La palabra de Dios tiene fuerza de luz.
La palabra de Dios tiene fuerza de engendrar hijos de Dios.
La palabra de Dios tiene fuerza de engendrar discípulos.
Hubo escándalo.
Pero es el escándalo de los “buenos que no creen en el cambio de los malos”.
Es el escándalo de los “buenos que no creen en la fuerza de la palabra”.
Es el escándalo de los “buenos que no se preocupa de los malos”.
Es el escándalo de los “buenos como Jonás que no cree en la conversión de Ninive”.
Por eso me encanta la frase del Papa Francisco:
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades.
No quiero una preocupada por el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos.
Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite: “Dadles vosotros de comer” . (GE 49)
Preferimos una Iglesia que se ensucia con los pecadores a una Iglesia que los margina y olvida.
Clemente Sobrado C. P.
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