Sigo en La Acebeda. Estamos ya en el tercer día de un curso de retiro y he empezado a comentar en las meditaciones algunas escenas de la vida de Jesús. Es sencillo predicar así, dejándose llevar por cada una de las historias que narra el Evangelio, sin forzar el texto, procurando sólo escuchar lo que el Señor quiere decirnos en cada suceso.
Dentro de diez minutos hablaré del encuentro de María con su prima Santa Isabel en la aldea de Ain Karín. He preparado un pequeño guión, pero sospecho que no me servirá para nada. Si acaso, para conjurar el peligro remoto de quedarme en blanco.
He terminado la meditación y salgo al pequeño jardín de la zona que ocupa el sacerdote. Este año han llegado tres parejas e golondrinas, y ya están en plena tarea de elaboración de sus nidos. Mi pareja predilecta lo está construyendo en el tejadillo donde suelo aparcar el coche. Lo han puesto a la altura de la mano y a veinte centímetros de un inquietante nido de avispas construido en barro. No estoy muy seguro de que hayan acertado en la elección.
Me siento en el porche y contemplo el espectáculo de las golondrinas, que suben y bajan, entran y salen, como balas silenciosas de una precisión absoluta. Me gustaría fotografiar el vuelo, sobre todo cuando pasan a escasos centímetros de mi cabeza; pero comprendo que eso es imposible.
De vez en cuando interrumpo la escritura para atender a alguien que viene a charlar conmigo. Ahora, por ejemplo.
Seguiré mañana.
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