Martirologio Romano: Memoria de la santísima Virgen María del Rosario. En este día se pide la ayuda de la santa Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquélla que estuvo especialmente unida a la encarnación, pasión y resurrección del Hijo de Dios.
En 1571 la cristiandad era amenazada por los turcos (musulmanes). El Papa San Pío V pidió a todos que rezaran, particularmente el rosario, para obtener la victoria. Una vez conseguida, instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario.
Cuenta la leyenda que la Virgen se apareció en 1208 a Santo Domingo de Guzmán en una capilla del monasterio de Prouilhe (Francia) con un rosario en las manos, le enseñó a rezarlo y le dijo que lo predicara entre los hombres; además, le ofreció diferentes promesas referentes al rosario. El santo se lo enseñó a los soldados liderados por su amigo Simón IV de Montfort antes de la Batalla de Muret, cuya victoria se atribuyó a la Virgen. Por ello, Montfort erigió la primera capilla dedicada a la imagen.
En el siglo XV su devoción había decaído, por lo que nuevamente la imagen se apareció al beato Alano de la Rupe, le pidió que la reviviera, que recogiera en un libro todos los milagros llevados a cabo por el rosario y le recordó las promesas que siglos atrás dio a Santo Domingo.
El rezo del Santo Rosario es una de las devociones más firmemente arraigada en el pueblo cristiano. Popularizó y extendió esta devoción el papa san Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla de Lepanto (1571), victoria atribuída a la Madre de Dios, invocada por la oración del Rosario. Más hoy la Iglesia no nos invita tanto a rememorar un suceso lejano cuanto a descubrir la importancia de María dentro del misterio de la salvación y a saludarla como Madre de Dios, repitiendo sin cesar: Ave María. La celebración de este día es una invitación a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la encarnación, la pasión y la gloria de la resurrección del Hijo de Dios.
Los musulmanes ya habían arrasado con la cristiandad en el norte de Africa, en el medio oriente y otras regiones. España y Portugal se había librado después 8 siglos de lucha. La amenaza se cernía una vez mas sobre toda Europa. Los turcos se preparaban para dominarla y acabar con el Cristianismo.
La situación para los cristianos era desesperada. Italia se encontraba desolada por una hambruna, el arsenal de Venecia estaba devastado por un incendio. Aprovechando esa situación los turcos invadieron a Chipre con un formidable ejército. Los defensores de Chipre fueron sometidos a las mas crueles torturas.
El Papa San Pío V trató de unificar a los cristianos para defender el continente pero contó con muy poco apoyo. Por fin se ratificó la alianza en mayo del 1571. La responsabilidad de defender el cristianismo cayó principalmente en Felipe II, rey de España, los venecianos y genoveses. Para evitar rencillas, se declaró al Papa como jefe de la liga, Marco Antonio Colonna como general de los galeones y Don Juan de Austria, generalísimo. El ejército contaba con 20,000 buenos soldados, además de marineros. La flota tenía 101 galeones y otros barcos mas pequeños. El Papa envió su bendición apostólica y predijo la victoria. Ordenó además que sacaran a cualquier soldado cuyo comportamiento pudiese ofender al Señor.
San Pío V, miembro de la Orden de Santo Domingo, y consciente del poder de la devoción al Rosario, pidió a toda la Cristiandad que lo rezara y que hiciera ayuno, suplicándole a la Santísima Virgen su auxilio ante aquel peligro.
Poco antes del amanecer del 7 de Octubre la Liga Cristiana encontró a la flota turca anclada en el puerto de Lepanto. Al ver los turcos a los cristianos, fortalecieron sus tropas y salieron en orden de batalla. Los turcos poseían la flota mas poderosa del mundo, contaban con 300 galeras, además tenían miles de cristianos esclavos de remeros. Los cristianos estaban en gran desventaja siendo su flota mucho mas pequeña, pero poseían un arma insuperable: el Santo Rosario. En la bandera de la nave capitana de la escuadra cristiana ondeaban la Santa Cruz y el Santo Rosario.
La línea de combate era de 2 kilómetros y medio. A la armada cristiana se le dificultaban los movimientos por las rocas y escollos que destacan de la costa y un viento fuerte que le era contrario. La mas numerosa escuadra turca, sin embargo tenía facilidad de movimiento en el ancho golfo y el viento la favorecía grandemente.
Mientras tanto, miles de cristianos en todo el mundo dirigían su plegaria a la Santísima Virgen con el rosario en mano, para que ayudara a los cristianos en aquella batalla decisiva.
Don Juan mantuvo el centro y tuvo por segundos a Colonna y al general Veneciano, Venieri. Andrés Doria dirigía el ala derecha y Austin Barbarigo la izquierda. Pedro Justiniani, quien comandaba los galeones de Malta, y Pablo Jourdain estaban en cada extremo de la línea. El Marques de Santa Cruz estaba en reserva con 60 barcos listo para relevar a cualquier parte en peligro. Juan de Córdova con 8 barcos avanzaba para espiar y proveer información y 6 barcos Venecianos formaban la avanzada de la flota.
La flota turca, con 330 barcos de todos tipos, tenía casi el mismo orden de batalla, pero según su costumbre, en forma de creciente. No utilizaban un escuadrón de reserva por lo que su línea era mucho mas ancha y así tenían gran ventaja al comenzar la batalla. Hali estaba en el centro, frente a Don Juan de Austria; Petauch era su segundo; Louchali y Siroc capitaneaban las dos alas contra Doria y Barbarigo.
Don Juan dio la señal de batalla enarbolando la bandera enviada por el Papa con la imagen de Cristo crucificado y de la Virgen y se santiguó. Los generales cristianos animaron a sus soldados y dieron la señal para rezar. Los soldados cayeron de rodillas ante el crucifijo y continuaron en esa postura de oración ferviente hasta que las flotas se aproximaron. Los turcos se lanzaron sobre los cristianos con gran rapidez, pues el viento les era muy favorable, especialmente siendo superiores en número y en el ancho de su línea. Pero el viento que era muy fuerte, se calmó justo al comenzar la batalla. Pronto el viento comenzó en la otra dirección, ahora favorable a los cristianos. El humo y el fuego de la artillería se iba sobre el enemigo, casi cegándolos y al fin agotándolos.
La batalla fue terrible y sangrienta. Después de tres horas de lucha, el ala izquierda cristiana, bajo Barbarigo, logró hundir el galeón de Siroch. Su pérdida desanimó a su escuadrón y, presionado por los venecianos, se retiró hacia la costa. Don Juan, viendo esta ventaja, redobló el fuego, matando así a Hali, el general turco, abordó su galeón, bajó su bandera y gritó: ¡victoria!. Los cristianos procedieron a devastar el centro.
Louchali, el turco, con gran ventaja numérica y un frente mas ancho, mantenía a Doria y el ala derecha a distancia hasta que el Marqués de Santa Cruz vino en su ayuda. El turco entonces escapó con 30 galeones, el resto habiendo sido hundidos o capturados.
La batalla duró desde alrededor de las 6 de la mañana hasta la noche, cuando la oscuridad y aguas picadas obligaron a los cristianos a buscar refugio.
El Papa Pío V, desde el Vaticano, no cesó de pedirle a Dios, con manos elevadas como Moisés. Durante la batalla se hizo procesión del rosario en la iglesia de Minerva en la que se pedía por la victoria. El Papa estaba conversando con algunos cardenales pero, de repente los dejó, se quedó algún tiempo con sus ojos fijos en el cielo, cerrando el marco de la ventana dijo: "No es hora de hablar mas sino de dar gracias a Dios por la victoria que ha concedido a las armas cristianas". Este hecho fue cuidadosamente atestado y auténticamente inscrito en aquel momento y después en el proceso de canonización de Pío V.
Las autoridades después compararon el preciso momento de las palabras del Papa Pio V con los registros de la batalla y encontraron que concordaban de forma precisa. Pero la mayor razón de reconocer el milagro de la victoria naval es por los testimonios de los prisioneros capturados en la batalla. Ellos testificaron con una convicción incuestionable de que habían visto a Jesucristo, San Pedro, San Pablo y a una gran multitud de ángeles, espadas en manos, luchando contra Selim y los turcos, cegándolos con humo.
En la batalla de Lepanto murieron unos 30,000 turcos junto con su general, Hali. 5,000 fueron tomados prisioneros, entre ellos oficiales de alto rango. 15,000 esclavos fueron encontrados encadenados en las galeras y fueron liberados. Perdieron mas de 200 barcos y galeones. Los cristianos recuperaron además un gran botín de tesoros que los turcos habían pirateado.
Los turcos con su orgulloso emperador fueron presa de la mayor consternación ante la derrota. Dios, que en su justicia había permitido que parte de las naciones cristianas cayeran bajo la opresión turca, impuso aquel día un límite y no permitió que el cristianismo desapareciera. El Dios que pone límites a las aguas y conoce cada grano de arena, escuchó la oración y manifestó su poder salvador. Fue la última batalla entre galeones de remos.
Los cristianos lograron una milagrosa victoria que cambió el curso de la historia. Con este triunfo se reforzó intensamente la devoción al Santo Rosario.
En gratitud perpetua a Dios por la victoria, el Papa Pio V instituyó la fiesta de la Virgen de las Victorias, después conocida como la fiesta del Rosario, para el primer domingo de Octubre. A la letanía de Nuestra Señora añadió "Auxilio de los cristianos". El Papa Pío V murió el primero de mayo de 1572, fue beatificado por Clemente X en 1672 y canonizado por Clemente XI en 1712. Sus restos mortales están en la basílica de Santa María la Mayor en Roma.
En 1569, (dos años antes de la batalla) el mismo Papa, en su Carta Apostólica ”Acostumbraron los Romanos Pontífices" ilustró – y en cierto modo, definió – la forma tradicional del Rosario.
En 1573, el Papa Gregorio XIII le cambió el nombre a la fiesta, por el de Nuestra Señora del Rosario. El Papa Clemente XI extendió la fiesta del Santo Rosario a toda la Iglesia de Occidente, en 1716 (El mismo Papa canonizó al Papa Pío V en 1712). El Papa Benedicto XIII la introdujo en el Breviario Romano y San Pío X la fijó en el 7 de Octubre y afirmó:
"Dénme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo".
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