La liturgia diaria meditada - ¿A qué se parece el Reino de Dios? (Lc 13, 18-21) 25/10



Martes 25 de Octubre de 2016
De la feria
Verde.

Antífona de entrada         cf. Sal 104, 3-4
Que la alegría llene el corazón de los que buscan al Señor. Busquen al Señor y serán fuertes, busquen siempre su rostro.

Oración colecta    
Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y para conseguir lo que nos prometes, ayúdanos a amar lo que nos mandas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos.

Oración sobre las ofrendas       
Mira, Padre, las ofrendas que te presentamos, y que la celebración de estos misterios sean para tu gloria y alabanza. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Antífona de comunión       cf. Sal 19, 6
Aclamemos tu victoria y alcemos los estandartes en nombre de nuestro Dios.

O bien:         Ef 5, 2
Cristo nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios.

Oración después de la comunión
Señor y Dios nuestro, te pedimos que lleves a su plenitud en nosotros lo que significan estos sacramentos, para que poseamos plenamente lo que ahora celebramos en esta liturgia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Lectura        Ef 5, 21-33
Lectura de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso.
Hermanos: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Las mujeres, a su propio marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. “Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos serán una sola carne”. Este es un gran misterio: y yo digo que se refiere a Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Palabra de Dios.

Comentario
El sometimiento del que habla Pablo no es la pérdida de libertad, ni de decisiones propias, ni la capacidad de responder a humillaciones. Se trata de no sentirse ni ponerse por encima de la libertad, de las decisiones o de la vida de los hermanos. Jesús ha sido un ejemplo de quien no ha sometido a nadie, y a la vez se ha entregado por amor a todos los hombres.

Sal 127, 1-5
R. ¡Feliz el que teme al Señor!

¡Feliz el que teme al Señor y sigue sus caminos! Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y todo te irá bien. R.

Tu esposa será como una vid fecunda en el seno de tu hogar; tus hijos, como retoños de olivo alrededor de tu mesa. R.

¡Así será bendecido el hombre que teme al Señor! ¡Que el Señor te bendiga desde Sión todos los días de tu vida: que contemples la paz de Jerusalén! R.

Aleluya        cf. Mt 11, 25
Aleluya. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluya.

Evangelio     Lc 13, 18-21
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas.
Jesús dijo: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció, se convirtió en un arbusto y los pájaros del cielo se cobijaron en sus ramas”. Dijo también: “¿Con qué podré comparar el Reino de Dios? Se parece a un poco de levadura que una mujer mezcló con gran cantidad de harina, hasta que fermentó toda la masa”.
Palabra del Señor.

Comentario
En el pasaje que leímos ayer, Jesús libera a una mujer encorvada. Con esa acción comienza, pequeño pero potente, el Reino de Dios. Cada vez que una persona es restituida en su dignidad como hija de Dios, la semilla del Reino crece y su levadura avanza. Y lo hace con una potencia que nada la puede frenar.

Oración introductoria
Señor, creo en Ti, pero dame una fe que no cuestione ni pida señales. Confío en Ti, pero ayúdame a seguirte aunque no me gusten las exigencias del camino. Te quiero, pero necesito que esta oración fecunde la semilla de mi amor para que crezca vigorosamente.

Petición
Padre Santo, haz que valore y busque la fuerza interior de tu Reino para que brote en mí el único anhelo de llevar a todos los hombres, mis hermanos, el mensaje del Evangelio.

Meditación 

Hoy, los textos de la liturgia, mediante dos parábolas, ponen ante nuestros ojos una de las características propias del Reino de Dios: es algo que crece lentamente —como un grano de mostaza— pero que llega a hacerse grande hasta el punto de ofrecer cobijo a las aves del cielo. Así lo manifestaba Tertuliano: «¡Somos de ayer y lo llenamos todo!». Con esta parábola, Nuestro Señor exhorta a la paciencia, a la fortaleza y a la esperanza. Estas virtudes son particularmente necesarias a quienes se dedican a la propagación del Reino de Dios. Es necesario saber esperar a que la semilla sembrada, con la gracia de Dios y con la cooperación humana, vaya creciendo, ahondando sus raíces en la buena tierra y elevándose poco a poco hasta convertirse en árbol. Hace falta, en primer lugar, tener fe en la virtualidad —fecundidad— contenida en la semilla del Reino de Dios. Esa semilla es la Palabra; es también la Eucaristía, que se siembra en nosotros mediante la comunión. Nuestro Señor Jesucristo se comparó a sí mismo con el «grano de trigo [que cuando] cae en tierra y muere (...) da mucho fruto» (Jn 12,24).

El Reino de Dios, prosigue Nuestro Señor, es semejante «a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Lc 13,21). También aquí se habla de la capacidad que tiene la levadura de hacer fermentar toda la masa. Así sucede con “el resto de Israel” de que se habla en el Antiguo Testamento: el “resto” habrá de salvar y fermentar a todo el pueblo. Siguiendo con la parábola, sólo es necesario que el fermento esté dentro de la masa, que llegue al pueblo, que sea como la sal capaz de preservar de la corrupción y de dar buen sabor a todo el alimento (cf. Mt 5,13). También es necesario dar tiempo para que la levadura realice su labor.

Parábolas que animan a la paciencia y la segura esperanza; parábolas que se refieren al Reino de Dios y a la Iglesia, y que se aplican también al crecimiento de este mismo Reino en cada uno de nosotros.

Nos reconocemos hermanos a partir de la humilde y profunda conciencia del ser hijos del único Padre celestial. Como cristianos, gracias al Espíritu Santo, recibido en el Bautismo, se nos ha concedido el don y el compromiso de vivir como hijos de Dios y como hermanos, para ser como "levadura" de una humanidad nueva, solidaria y llena de paz y esperanza. En esto nos ayuda la conciencia de tener, además de un Padre en los cielos, también una madre, la Iglesia, de la que la Virgen María es modelo perenne. A ella le encomendamos los niños recién bautizados y sus familias, y le pedimos para todos la alegría de renacer cada día "de lo alto", del amor de Dios, que nos hace sus hijos y hermanos entre nosotros. 

Propósito
Disciplinar mi lengua, guardando discreción y prudencia en todos mis comentarios, fomentando, así, la unión en mi entorno familiar y social.

Diálogo con Cristo 
No deja de ser asombroso cómo una porción de harina duplica o triplica su tamaño por el hecho de poner una mínima porción de levadura… Señor, gracias por ser la levadura que hace mi vida bella, abundante y emocionante, porque me das la posibilidad de colaborar en la extensión de tu Reino. Pido la intercesión de María, para ser como la levadura: discreto, sencillo, pero capaz de llenarlo todo de tu presencia y de tu amor.

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19:13

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