Lo hice desde Guatemala, donde pasé veinte hermosos y fructíferos años.
Ahora doy gracias a Dios por estos diez, transcurridos en esta bendita tierra española y riojana. Donde fui acogió con los brazos abiertos, como se acoge en mi tierra.
Me costó readactarme, pero conté incondicionalmente con el afecto de mi familia, la cercanía de mis hermanos sacerdotes, y el cariño de las parroquias a las que fui enviado. Esto me permitió ir subsistiendo al principio, y sentirme satisfecho, después.
Me reintegré a la vida parroquial sin escatimar esfuerzos, que los tuve que hacer abundantes. Tuve que superar la sensación de desaucio, que me produjo tener que dejar mi función de formador de sacerdotes, a la que me había dedicado en cuerpo y alma, y superar el sentirme de algún modo, incapaz para lo demás. Pude lograrlo con la ayuda eficaz de Dios, la de mi obispo de entonces Don Juan José, que fue siempre acogedor y animoso conmigo, y la paciencia de mis feligreses.
Hoy que tengo nuevo obispo, Don Carlos, empiezo con entusiasmo juvenil la nueva etapa de servicio sacerdotal que él propone con su dinamismo, su incansable ejemplo apostólico, y su sencillez y alegría.
Doy por todo ello gracias a Dios y cuento con la oración, afecto y ayuda de mi feligresía, familia y amigos para seguir feliz adelante.
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