Encuentro Nacional de Mujeres : Abortista, Anticatólico y Sacrílego (2-2)

“La Iglesia que ilumina… ”: El odio sacrílego.

Esta furia anticlerical llega incluso a la blasfemia y al sacrilegio. No exageramos las palabras. Por el contrario, lo decimos con las palabras justas y precisas. Si para entender esto es necesario detenerse a explicar los dos términos, lo haremos brevemente.

Opuesto a la virtud de la Religión, entonces, se encuentra el vicio de la irreligión que falta al primer Mandamiento. Este primer mandato reprueba y prohíbe el sacrilegio, una de las faltas de irreligión, el cual “consiste en profanar o tratar indignamente los sacramentos y las otras acciones litúrgicas, así como las personas, las cosas y los lugares consagrados a Dios”[1]. Existen, en efecto, tres clases de sacrilegio: personal (contra las personas), local (contra los lugares), y real (contra las cosas). Distinción que corresponde al diferente grado de santidad, como lo explica el mismo Santo Tomás de Aquino.[2]

Estas clases de sacrilegio son cometidas por las turbas abortistas. Ahorraremos detallar esto con testimonios puesto que las pruebas de tales sucesos se pueden encontrar en los incontables videos que circulan por la web. Sin embargo, por si queda alguna duda de si se trata o no de sacrilegio, diremos algo más sobre la clasificación.

En efecto, sacrilegio personal es comportarse irreverentemente con una persona sagrada, ya sea por el daño físico o por la deshonra, viola el honor de dicha persona. Por sacrilegio local se entiende la violación de un lugar sagrado. Bajo “lugar sagrado” se incluye no sólo una iglesia como tal, sino también los  oratorios públicos y los cementerios.[3] Por fin, el sacrilegio real refiere al trato irreverente a objetos sagrados, el maltrato consciente de imágenes sagradas o reliquias, etc.[4]

La blasfemia, por su parte, se opone al segundo mandamiento y consiste en proferir contra Dios –interior o exteriormente- palabras de odio, reproche o desafío; en  injuriar a Dios, faltarle el respeto en las expresiones, en causas del nombre de Dios. La prohibición de la blasfemia se extiende  a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. La blasfemia es de suyo un pecado grave.[5]

Cada año, durante el transcurso del ENM, especialmente la segunda jornada, la Comisión Organizadora, según sus palabras,  convoca a una marcha “por la zona céntrica de la ciudad donde se muestra la diversidad de mujeres que participan”. Sin embargo, bien sabemos que la marcha convocada se dirige a los distintos templos de la ciudad, especialmente a la Catedral, como así también a la sede arzobispal. Allí la agresión es patente: pintadas, insultos, blasfemias, escupitajos, empujones, golpes y pedradas a quienes defienden el templo sagrado. También se hacen presentes gestos y actitudes obscenas, desnudos, etc. No faltan los reproches a la Iglesia “oscurantista”, “facha”, a Ella que es “la dictadura” y amparadora de los curas que son “todos violadores”. Allí no se hacen ausentes las pisoteadas de rosarios, quema de estampas y de banderas argentinas, etc. Se oyen varios cantos y lemas anticristianos, como aquél que dice:

“A la Iglesia, Católica, Apostólica, Romana,

le decimos que salga de la cama.

Le decimos que se nos da la gana

de ser putas, travestis y lesbianas…”

            O aquél conocido grito: “saquen sus rosarios de nuestros ovarios”. Frase ésta –vale recordarlo- que causó revuelo cuando fue pronunciada en el año 2011 en medio de una sesión parlamentaria que trataba la legalización del aborto. En efecto, María José Lubertino expresó impúdicamente la infeliz frase: “saquen sus rosarios y Kipás de nuestros ovarios”.

            Todos estos lamentables episodios no se pueden reducir a una actitud revolucionaria o “revoltosa”. No son sólo actos vandálicos o manifestaciones de una “barbarie”[6]. Se trata, como hemos afirmado, de un obrar impulsado por el odio a la Fe y a Cristo Nuestro Señor. Son todos actos que se suman a una interminable lista de episodios similares. Vaya como ejemplo aquél protagonizado por las defensoras de los derechos humanos, las Madres de Plaza de Mayo, en enero de 2008. Integrantes de esta organización, encabezadas por Hebe de Bonafini, tomaron la Catedral de Buenos Aires y profanaron el templo colocando un retrete a pasos del altar.[7]

            Otro grave caso de esta misma laya es el suceso de la profanación del templo más antiguo de Buenos Aires, el 25 de septiembre de 2013, cuando alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires destruyeron e incendiaron unos bancos –incluido el de la sede litúrgica–, además de hacer sus necesidades en el altar y de realizar pintadas. Entre ellas la consabida frase: La única Iglesia que ilumina es la que arde”. Lema que se ve plasmado en las paredes de los templos durante el Encuentro de Mujeres.[8]

            Esta infeliz frase no es una sentencia de la Edad Media, como destacó el Ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires con ocasión del mencionado ataque. Por el contrario, la frase fue acuñada por el anarquista ruso Piotr Kropotkin y se hizo popular durante la guerra civil española por otro revolucionario que acostumbraba citarla, Buenaventura Derruti.

            Ante todos estos hechos repudiables no hay organización antidiscriminatoria que actúe y se haga presente. El INADI no sólo no castiga tales actos, sino que por el contrario los alienta. “Buen ejemplo de ello son las manifestaciones denominadas “del orgullo gay” (financiadas y alentadas por el INADI), en cada una de las cuales se ha agraviado al catolicismo y a otros símbolos del modo más obsceno posible”[9]. Agresiones no sólo verbales, sino también físicas.

            En definitiva, son todas tropelías del mismo cuño anticatólico. Se trata de aquél odio del que nos advirtió Nuestro Señor cuando decía: “el mundo os odiará y os perseguirá” (Jn 15, 19-20).

Prudentes como serpientes

Todo esto que referimos causa indignación, repudio, angustia e impotencia. El problema radica en la reacción que provoca en nosotros. Porque ante tamaños ultrajes muchos son los valientes que han arriesgado su cuerpo para defender lo que es sagrado. Valiente testimonio el de los jóvenes que ofrecen una humillación en reparación por las ofensas que recibe Jesucristo. Digno de imitar es la ferviente oración de quienes acompañan de rodillas con sus plegarias de perdón y desagravio.

            Pero hay también quienes han manifestado su oposición a la defensa de los templos, por ejemplo. Otros se han mostrado contrarios a que mujeres participen en los talleres del Encuentro, arguyendo que tal participación significa avalar la ideología que detallábamos más arriba.

            Los argumentos que se han dado en este respecto son muchas veces vergonzosos, cuando no patéticos. Luego del ataque a la Catedral de Bariloche (2011) el P. Pascual Bernick comentaba a Radio Seis que estos incidentes “de grupitos echan a perder un movimiento lindísimo, dado que “tratan temas que cualquier ciudadano trata” y planteó que se debe trabajar para “llegar al consenso, avanzar en el dialogar, aceptar que el otro piensa distinto, podemos hacer una sociedad buena, linda, tranquila, pensando de distintas maneras”[10]. El Padre quizás no entendió lo que hay detrás de dicho Encuentro, ni el carácter perverso de los grupos feministas. Aunque sí manifestó que fue “feo” el hecho de ensuciar la Catedral.

            Por otra parte con ocasión del ENM en 2012 el P. Alberto Barros, rector de la Catedral, fustigó por los medios de comunicación a los católicos que fueron a defender el Templo refiriéndose a ellos como “grupos intransigentes”. Como así también  criticó el accionar de la Red Federal de Familias que salió a advertir los posibles –y ocurridos– desmanes. Se los calificó como grupos integristas y ultracatólicos.

“También habría grupos católicos intolerantes, que viven la fe de manera conflictiva y no queremos que utilicen a la Catedral como trincheras… Es una actitud poco inteligente y poco cristiana porque Jesús no agredió y fue agredido; y ahí está el mensaje de la fe”. Dijo también que no importa que se ensucie y apedree la Catedral, luego se pinta y listo.[11]

            No estamos de acuerdo con quienes dicen que hay que responder con la misma violencia a los ataques. Sin embargo, debemos aclarar que la vida del cristiano fue y será siempre un continuo combate (Cfr. Job 7, 1). Debemos pelar el buen combate de la Fe como bien exhorta San Pablo (2 Tim 6, 12). Pero lo que lamentamos es el poco celo por lo sagrado. Dirá alguno que es posible también implementar una custodia policial, pero el mismo Padre fue quien dijo que no había que arriesgar a la policía por unas pintadas.

            Por si esto fuera poco, con ocasión del ENM en San Juan, un sacerdote da la diócesis –nos ahorramos dar el nombre–, en un discurso homilético expresó que no había que defender los templos. Por el contrario dijo: “que entren”. Agregando que se van a encontrar con Dios. Descuidó este sacerdote que, a pesar de que es cierto que se encontrarán con Dios, eso es justamente lo que pasó en los incidentes que antes mencionábamos. Dios fue el testigo del odio demoníaco.

            Nuestra intención no es dividir a los católicos, ni mostrar y causar la división, ya que alguno seguramente argumentará que difamamos y que nuestra intención es contraria a la unidad. Acusaciones éstas que nos tienen sin cuidado. Nada hay que deseemos que la unidad de la que habló Nuestro Señor. Empero, no podemos de ninguna manera aceptar que se fustigue de tal modo la defensa de lo sagrado argumentando que no es una actitud prudente, escamoteando así la debida y legítima confrontación. “Seguir repitiendo ante cada violación del segundo mandamiento, que se agravian sentimientos religiosos mayoritarios, que se conspira contra la convivencia democrática, que se malversan nuestros impuestos, o que está mal porque se usan espacios públicos, efecto que cesaría de ocupar la blasfemia un ámbito privado, es adulterar los hechos, distrayendo la atención de lo principal y ocultando las únicas cuestiones esenciales[12].

            Se olvidan, quienes piensan de este modo, que el odio satánico que poseen estos grupos vandálicos a la Iglesia, a su Esposo y a su Cabeza visible, no es distinto de aquella que persiguió al catolicismo y mandó encender en llamas los templos de Bs. As., la trágica noche del 16 de junio de 1955.

            Quizás la actitud pacifista y anticristiana responde a aquella afirmación de Vittorio Messori, quien expresaba que “cierto mundo católico ha cedido frente a este ataque. Al católico medio se le ha contaminado hasta lo más profundo”[13]. En este contexto se entiende la afirmación del consabido Rabino Bergman, quien luego de la profanación por parte de Madres de Plaza de Mayo, expresó: “La misma acción de presión ingresando en una sinagoga o en una mezquita o algún otro templo de cualquier confesión, sé que la reacción hubiera sido inmediata, masiva y de repudio”. Y vaya como otro ejemplo la opinión de un sedicente “ateo”, refiriéndose puntualmente al Encuentro de autoconvocadas:

“Creen tener la libertad de destruir lo que le disgusta. Dan asco. No son los únicos que creen eso. Soy ateo y la iglesia no me despierta ninguna simpatía pero que este grupo de fanáticas se considere con derecho a destruir, escupir, atacar a otros que sólo cuidan el templo donde practican la creencia que tienen es simplemente abominable. ¡Qué bazofias son!”[14]

            Por otra parte, sabemos que no hay posibilidad de alianza con las cuadrillas enemigas de la Fe. En el año 2012, por ejemplo, no se respetó el acuerdo de no agresión, pactado por el P. Barros y la Organización del Encuentro.

            La pregunta sería entonces: ¿cómo reaccionar? ¿Cómo responder ante este odio sacrílego y demoníaco?

            No podemos dejar de recordar el pasaje evangélico en el que se cuenta la reacción del mismo Jesucristo al armar un látigo y expulsar a los mercaderes del Templo. Y si hablamos del mundo pagano, en la Antígona de Sófocles (año 440 a. C.), el tirano Creonte refiriéndose a Polinices dice: “quiso incendiar el suelo de la patria y los sagrados templos de nuestros dioses tutelares”. Por lo cual decretó: “Para él, ni sepultura ni lamentos. Que su cuerpo sea comida de perros y aves, escarmiento para quien vea su miseria”. Por otra parte, el autor inspirado del Levítico, pidió la lapidación del blasfemo. San Juan Crisóstomo ensañaba que quien golpea la boca del blasfemo santifica su mano. Y, sin ir muy lejos en el tiempo, el Gral. San Martín, al igual que San Luis Rey, reclamaba la mordaza y el hierro ardiente a quien blasfemara contra la Virgen y sus Santos. Juan Manuel de Rosas, por su lado, exhortó a perseguir de muerte “al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida. Al pérfido traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena Fe”. Ni hablar de aquella otra sentencia del gobernador Martín Rodríguez: “juro al Dios que adoro, que he de vengar la Religión profanada”.

            Pueden quedarse tranquilos de que nuestra intención en este caso particular no es quemar a las hordas abortistas y blasfemas. Tampoco es nuestro deseo golpearlas y devolverles las pedradas, escupitajos y pintadas. Sabemos con Corneliu Codreanu que “ni siquiera contra el villano y sus armas viles debe usarse la villanía”. Sabemos también con Joseph De Maistre que “contrarrevolución no es la Revolución en sentido contrario, sino hacer lo contrario de la Revolución”.

            Defendemos la paz, que es fruto de la Justicia,  pero no el pacifismo que es anticristiano. Sentimos, por tanto, la necesidad y deber legítimo de defender lo sagrado. Sabemos que Dios lo quiere. Y si atañe a lo sagrado, será pues necesaria la violencia. Ofrecemos y damos gustosamente la otra mejilla (la nuestra), al agresor; acompañada del perdón correspondiente a aquellos que sí saben lo que hacen. Pero “no se nos manda poner las mejillas de la majestad divina, de la tradición católica y de la patria violada; antes bien, se nos obliga a custodiarlas a costa de la propia sangre”[15].

            Seremos prudentes, sí, pero practicando esta virtud cardinal “como serpientes”. Al mismo tiempo seremos “sencillos como palomas”, como bien lo pidió Cristo (Mt 10, 16).

            Tenemos presentes la enseñanza de Pío XII en la Navidad de 1945, cuando decía:

“Siempre será moralmente lícito o incluso, en algunas circunstancias concretas, obligatorio, rechazar con la fuerza al agresor. Un pueblo amenazado y víctima de una injusta agresión, si quiere pensar y obrar cristianamente, no puede permanecer en una indiferencia pasiva; y si no quiere dejar las manos libres a los criminales, no le queda otro remedio que prepararse para el día que tendrá que defenderse.”

            (…)

            Por eso nuestra reacción, nuestra única respuesta es aquella que hemos dejado plasmada en unos versos:

Pero es nuestra la alegría,

pues la Gracia es manifiesta.

No hay lugar a cobardía

cuando se vive una gesta.

Y a la furia descompuesta

de la masa en rebeldía,

no tenemos más respuesta

que decir: “Ave María…”

(…)

En fin, no seremos tibios. No queremos ser expulsados de la misma boca de Dios. Por el contrario nos encontraremos “como católicos militantes aguerridos, dispuestos, si la ocasión se diera, a la inevitable contienda contra el amontonamiento de sacrílegos y de blasfemos. Dispuestos a quebrar lanzas por las augustas realidades de Dios, la Patria y el Hogar.”[16]

Como cirios encendidos

 “Yo os envío como corderos en medio de lobos” (Lc 10, 3). “Todos los que aspiran a vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán persecuciones” (2 Tim 3, 12). “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí antes que a vosotros […] No es el siervo más grande que su señor. Si me persiguieron a Mí, también os perseguirán a vosotros […] Pero harán todo esto a causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió” (Cfr. Jn 15, 17ss).

Éstas son las palabras que debemos tener presentes en todo momento. Debemos entender y mirar todo esto con ojos de Fe, con ojos sobrenaturales.

(…)

Pues bien, el lema anticatólico es el que quiere que la Iglesia “arda”. Ésta es la “única Iglesia que ilumina”. Entonces, hagamos valer ese lema. Ardamos como pide Cristo que arda el mundo: “Fuego he venido a traer sobre la tierra y ¿qué quiero si no que ya esté ardiendo?” (Lc 12, 49). Seamos antorchas vivas. Seamos “luz del mundo”. No escondamos esa luz, sino iluminemos a todos como pide Nuestro Rey (Cfr. Mt 5, 14-15). Porque, en efecto, es la Iglesia la que ilumina cuando arde por Amor a su Señor.

“…Crepitan cirios en antiguos templos,

la cruz es arrebato para el mundo

y el cáliz ígnea sangre  cada tarde.

De los santos nos llegan los ejemplos,

abrasadora sed de mar profundo.

La Iglesia que ilumina es la que arde.”[17]

Las tinieblas son imagen del paganismo, de la ignorancia, el error, la incredulidad, el pecado, la impiedad, la desolación, y la desesperación; la luz, por el contrario, en el lenguaje bíblico, es figura del cristianismo, es decir de la verdad, la gracia, la fe, la sabiduría, las virtudes, la consolación y la felicidad, que vienen del Cielo y a él conducen.

Dios nos ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1 Pe 2,9). Él es luz, y no hay tinieblas en Él (1 Jn 1,5). Está vestido de gloria y honor, está envuelto de luz como un vestido (Ps 103, 1-2). Él es el “Padre de las luces” (Sant 1, 12) que “habita una luz inaccesible” (1 Tim 6, 16). Es Él el esplendor de la luz eterna (Sab 7, 26). Es la luz del mundo (Jn 12, 46). Es “la antorcha de la Jerusalén celestial” (Cfr. Ap 21, 23).

Imitémoslo entonces, como verdaderos cirios encendidos. Cirios que arden hasta consumirse y cuyo ardor representa el calor de la Caridad. Cuya dirección de la llama que apunta al Cielo, simboliza la Esperanza. Y cuya luz, ilumina al igual que el resplandor de la Fe. ¡Vaya actitud teológica la que debemos anhelar y poner en práctica! Seamos como las grandes antorchas que el emperador Constantino mandaba encender en las calles de la ciudad, que hacían a la noche de Navidad más brillante que el día más claro.

Comprendamos que “las tinieblas de la vileza no pueden ser desvanecidas mediante otras vilezas, sino tan sólo por la luz que emana del alma del héroe, llena de carácter y de honor”[18].

Comprendamos, de una vez por todas, que es Cristo el que Vence, el que Reina y el que Impera.

Comprendamos, por fin, aquella sentencia que afirma que nunca es más grande el hombre que cuando está de rodillas, y digamos al Sagrado Corazón aquella hermosa plegaria de reparación: “Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar, con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón. (…) Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra vos y contra Vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo sacramento del Amor; y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al Magisterio de la Iglesia por Ti fundada”.

Elevemos la súplica a la Santísima Virgen, la Nueva Eva, la llena de Gracia, la mujer por la que vino la salvación al mundo. La que es Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra. La que aplasta la cabeza de la serpiente. Pidámosle que ruegue por nosotros que somos pecadores, a Ella que es la “bendita entre todas las mujeres”.

Eduardo Peralta



[1] Cfr. CIC, 2120

[2] Cfr. Suma Teológica, II-II, q. 49

[3] En algunos casos el término “lugar sagrado” tiene una comprensión más amplia: incluye no sólo iglesias, capillas y cementerios, sino también el palacio episcopal, los monasterios, hospitales erigidos por la autoridad episcopal, etc.

[4] Cfr. www.ec.aciprensa.com/wiki/sacrilegio#.Um_mknAyKAg

[5] Cfr. CIC, 2148

[6] Hay quienes con ocasión de este Encuentro en San Juan, compararon el accionar de los grupos abortistas con la distinción conocida de D. F. Sarmiento, expresando que tienen lo peor de los dos términos. Cfr. El breve artículo: “Encuentro Nacional de Mujeres en San Juan. ¿Entre la civilización y la barbarie?”, publicado en: http://argentinosalerta.org/noticia/2720-encuentro-nacional-de-mujeres-en-san-juan-entre-la-civilizacion-y-la-barbarie#.UnwOh5-rsFI.facebook

[7] Cfr. http://www.clarin.com/política/Bonafini-desafio-Bergoglio-Catedral-altar_0_886711597.html

[8] Recomendamos al respecto dos artículos sobre el tema. El primero, una reflexión sobre el suceso: “La profanación de San Ignacio”, publicado en la revista Cabildo, 3ra época, Año XV, nº 105, octubre 2013, p. 32. El segundo, una nota detallada de los nombres de los protagonistas y el respectivo proceso judicial, por Miguel Ángel Depueto de Ferrari, “La profanación del templo de San Ignacio”, en revista Cabildo, 3ra época, Año XVI, nº 108, julio-agosto 2014, pp. 16-17.

[9] Cristian Rodrigo, La Dictadura del INADI”, en Cabildo, 3ra época, Año XIII, nº 104, Julio-Agosto 2013, p. 14. Vale aclarar que esta institución recibe del Estado, ni más ni menos que cincuenta millones de pesos anuales. “Anadie deberá sorprender, por tanto, encontrar al INADI, sus funcionarios y socios, envueltos directa y desembozadamente en casos de corrupción, evasión fiscal, robo, intentos de homicidio, asesinatos, terrorismo, infanticidios, trata de personas, proxenetismo, narcotráfico, drogadicción, secuestros, arbitrariedades, persecución institucional, política, ideológica y religiosa, discriminación, campañas de difamación, operativos de desinformación, enfrentamientos callejeros, violencia inaudita, insultos, despidos, borocoteadas lubertinadas, etc. Pues no puédese omitir a este propósito el hecho sustancial de que el mentado organismo y sus titulares son creaturas, muy particularmente, de Horacio Verbitzky y Nestor Kirchner; el uno ex líder terrorista y el otro notorio corrupto y fratricida social. A ellos hay que sumar una obsecuente pleyade de laderos de símil estatura moral, como Hebe de Bonafini, Estela de Carlotto, Eugenio Zaffaroni, Oyarbide, Isaac Jacobo Grossman y Eduardo Luis Duhalde, entre tantos otros.” Cristián Rodrigo Iturralde, “El Libro Negro del INADI o  la policía del Pensamiento”, en: http://cristianrodrigoiturralde.blogspot.com.ar/2014/04/el-libro-negro-del-inadi-o-la-policia.html

[10] Cfr. http://bariloche2000.com/noticias/leer/taparon-pintadas-en-la-catedral/62991

[11] Cfr. http://www.pagina-catolica.blogspot.com.ar/2012/10/salvaje-ataque-la-catedral-de-posadas.html Los comentarios del Padre también descalifican al arzobispado de Oberá y de San Rafael. Puede verse la entrevista completa en: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=i-XsAznhVXo .

[12] Caponnetto, Antonio, “Ante la gravedad de las circunstancias”, en Panorama Católico Internacional, Año 6, nº 38, febrero-marzo 2005, p. 5.

[13] Cfr. 30 Días, nº 55, 1992, pp. 43-44.

[14] Cfr. http://www.youtube.com/watch?v=iWx8-htaaSs

[15] Cfr. Caponnetto, Antonio, art. cit. Es bueno recordar al respecto las palabras del P. Alberto I. Ezcurra que explicaba esto con las siguientes palabras: “¿Qué pasa si a un joven cristiano al cual lo golpean en una mejilla, no por cobardía, sino por humildad y por caridad, tolera la ofensa y coloca la otra mejilla?, muy bien, 10 puntos, felicitaciones (…) Ahora bien, que pasa si ese mismo joven va caminando por la calle acompañado de su novia y viene un atorrante y le toca el traste a la novia, ¿qué tiene que hacer el joven?, ¿decirle a la novia que ponga el otro cachete? Ese no es un cristiano, es un estúpido. Y, sin embargo, esa es la actitud de los jóvenes cristianos hoy (…) Yo puedo poner mi propia mejilla y eso puede ser un acto de humildad, puede ser un acto que toque de alguna manera el martirio, pero yo no puedo poner la mejilla del prójimo, yo no puedo poner la mejilla ni de la novia, ni de la madre, ni la del hijo, yo no puedo poner la mejilla de Cristo y de su Iglesia y yo no puedo poner la mejilla de la Patria. Yo puedo estar dispuesto a tolerar las ofensas que a mí personalmente se me hacen y eso es un acto de Virtud, pero no puedo tolerar cuando se ofende a la familia, cuando se ofende a Dios, cuando se ofende a la patria, cuando se ofende a la Verdad.”

[16] Caponnetto, Antonio, “Buenas causas mal defendidas”, en Cabildo, 3ra época, año XIII, nº 102, Abril de 2013, p.11.

[17] Caponnetto, Antonio, Templo Profanado de San Ignacio de Loyola, (soneto, fragmento).

[18] P. Ezcurra, Alberto Ignacio, “Sermones Patrióticos”, Cruz y Fierro Editores, p. 266.

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