TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO
(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)
Vivimos en una edad secular. Mucha gente no cree en Dios, y más aún se comportan como si Dios no existiera. Algunos aún se burlan de la religión. Se reporta que en Europa se ha fundado una nueva religión que tiene como Dios la farsa llamada “el monstruo de espagueti volante”. En un país los miembros de este culto han pedido el apoyo del gobierno como una verdadera religión. En otra se congregan cada cuando para tomar cerveza. Pero no sólo hoy en día la gente quiere despreciar la fe de otras personas. Vemos a los saduceos en el evangelio hoy tratando de avergonzar a Jesús porque cree en la resurrección de la muerte.
Los saduceos vienen de la clase sacerdotal. Aferran sólo los primeros cinco libros de la Biblia – la Torá – como la revelación de Dios. Porque estos libros no hablan directamente de la resurrección, los saduceos se rehúsan a poner fe en ella. Son como las gentes que vienen a nuestras puertas criticando la veneración de la Virgen María. Dicen que no se puede hacerlo porque no está en el Nuevo Testamento.
Pero sabemos que desde la antigüedad la Iglesia ha tenido estima alta para la Virgen. En el evangelio de Lucas el ángel Gabriel le llama “llena de gracias”. En breve tiempo se conocería como la “nueva Eva”, la madre de todos los renovados en Cristo. De igual manera Jesús enseñará a los saduceos que se encuentra referencia a la resurrección de la muerte en la Torá. Pero primero escuchará su crítica.
Proponen los saduceos un caso tan absurdo como lo del hombre en la luna. Cuentan de una mujer que se casa con siete hermanos con cada uno muriendo antes de que tengan hijos. Entonces preguntan a Jesús: “’…cuando llegue la resurrección ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…’”? Su motivo es a penas ser iluminados por la sabiduría de Jesús. Más bien quieren descreditar su aprecio en los ojos del pueblo. Son como los hombres y mujeres de hoy en día que insisten que Jesús tuvo a María Magdalena como esposa. Aunque hay nada en los cuatro evangelios que sugiera tal cosa, no les importan. Quieren descreditar la Iglesia particularmente en cuanto a sus enseñanzas sobre la castidad.
No hay razón de preocuparnos de estas amenazas. Se ve la necesidad de una moral firme en los excesos que asoman todos los días. Jóvenes mirando la pornografía pierden no sólo su tiempo sino, más desgraciadamente, la calma de su espíritu. Parejas que se juntaron por el sexo dejan a sus niños en la pobreza cuando se separen. Muchachos intentando el suicidio por la desintegración de una relación sexual. Para Jesús la resolución del caso de la mujer con siete esposos es tan fácilmente vista. En primer lugar no hay matrimonio en el cielo porque no hay necesidad de procrearse. Los santos serán completamente complacidos por estar en la presencia de Dios. En segundo lugar el libro de Éxodo implica que los muertos todavía tienen la vida. Dice que Moisés reza al Señor, Dios de Abraham, Isaac, y Jacob. Si ellos no tuvieran vida, Dios no valdría mucho.
Hace poco la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió aceptar el caso de la demanda de un muchacho que se siente como una muchacha. Quiere que le permitan usar los baños públicos de mujeres. Tenemos que sentir la simpatía por el muchacho que parece confundido sobre su identidad personal. También deberíamos sentirnos por una sociedad que ha perdido su compás moral de modo que permita un tal caso alcanzar la cámara más alta de debate. Jesús nos ha enseñado hace mucho tiempo la disposición apropiada hacia el sexo. Sí es importante pero no es la plenitud de la vida. La plenitud de la vida se encuentra en el cielo con la presencia de Dios. A ello deberíamos enfocarnos con vidas dignas y moderadas.
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