(Sigue de ayer.) Desde esta perspectiva, la menorá se convierte en afirmación de una espera que ya ha pasado. Mientras que las velas sobre el altar y el cirio pascual se convierten en afirmación de nuestra fe sobre el octavo día. Además, desde los tiempos de Moisés hasta los de Jesús, sólo hubo una menorá. No había una menorá en la casa de cada familia judía. Y esa menorá, no por casualidad, sino por decreto divino, fue arrebatada al Templo.
Lo repito, no había una menorá en cada casa judía. Ni siquiera nos consta que alguna sinagoga la tuviera. La única que había en todo Judá e Israel, era un objeto sagrado, perteneciente al ajuar del Templo, y por decisión de Yahvéh desapareció de ese Templo con el Templo mismo. Lo cual no deja de un hecho cargado de significado.
La destrucción de la menorá del Templo es la consecuencia ineludible de que Dios rasgara el velo del Sancta Sanctorum. Cada vez que el Templo fue destruido, sucedió por una razón teológica, no política. Y el decreto divino fue que todo el ajuar del Templo desapareciera.
Eso fue un hecho histórico, pero un hecho histórico cargado de simbolismo. Un símbolo decidido no por un liturgista o un teólogo, sino por Dios mismo. (Mañana el último post de esta serie sobre la menorá.)
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