“La piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Los porquerizos huyeron al pueblo y lo contaron todo incluyendo lo de los endemoniados. Entonces el pueblo entero salió a donde estaba Jesús y, al verlo, la rogaban que se marchara de su país”. (Mt 8,28-34)
No es un Evangelio que leamos demasiado.
Como si no estuviésemos muy interesados con los cerdos.
Pero el problema aquí no son tanto los cerdos cuanto los dos pobres hombres deshumanizados.
Dos hombres que han perdido su dignidad humana.
Dos hombres que en vez de sentirse miembros de un la comunidad andan entre muertos en el cementerio.
Dos hombres que han perdido su sentido de relación social.
Dos hombres que, en vez de andar entre los hombres, andan en los sepulcros.
Dos hombres que, vez de vivir en relación de fraternidad viven en la violencia.
Es decir, dos hombres que han perdido el sentido de la vida.
Dos hombres que han perdido el sentido de la convivencia.
Y lo peor:
La gente se ha acostumbrado a verlos así.
La gente se ha acostumbrado a verlos así deshumanizados
La gente se ha acostumbrado a verlos vivir en zonas de muerte, los cementerios.
La gente se ha acostumbrado a verlos furiosos, intratables, insociables.
Es terrible acostumbrarnos a convivir con los que no viven sino que simplemente existen:
a convivir con los que viven una vida que es indigna del ser humano.
a convivir con los que existen pero su vida no es vida.
a convivir con los que han perdido su dignidad de personas.
a convivir con los que llevan una vida “indigna de la persona humana”.
a convivir con los que viven marginados y escupidos por la sociedad.
a convivir con los que tienen hambre.
a convivir con los que no tienen nada.
Pero la gente no se acostumbra a la vida de aquellos que luchan y protestan contra esas situaciones inhumanas.
La gente no se alegra de que Jesús los haya hecho hombres libres.
La gente no se alegra de que Jesús les haya devuelto su dignidad de personas.
La gente no se alegra de que Jesús les haya integrado a la comunidad.
La gente no se alegra de que Jesús les haya sociables y humanos.
Se habían acostumbrado a su condición inhumana.
Pero no se acostumbran a su condición de hombres libres.
Por eso no se alegra del cambio.
Prefieren ver un mundo enfermo.
Y no un mundo y una sociedad sana.
Prefieren un mundo donde priva la muerte.
Un mundo antisocial y violento.
Con tal de que no perdamos lo nuestro.
Con tal de que no perdamos nuestros cerdos.
Que haya cambio, sí.
Pero que no toquen a nuestros cerdos.
Que no toquen a lo nuestro.
Cambio, sí, pero que tengamos que renunciar a lo nuestro.
Que no tengamos que pagar nosotros con lo nuestro.
Que yo pueda seguir con mis comodidades.
Que yo pueda seguir con mi vida confortable.
Que yo pueda seguir viviendo en lo superfluo.
Y cuantos luchan por un mundo más humano.
Y cuantos luchan por un mundo donde todos recuperen su dignidad.
Y cuantos luchan por un mundo más justo.
Esos nos resultan molestos.
Todos aquellos que nos privan de nuestros cerdos.
Todos aquellos que nos piden compartir lo nuestro.
Todos aquellos que nos obliguen a cambiar, que se vayan porque son un peligro para lo nuestro.
Todos aquellos que tratan de desinstalarnos de nuestras comodidades.
Que por favor se vayan.
A Jesús le admiraron por el cambio de estos dos pobres hombres.
Pero le pidieron “que se marchara del país”.
Que preferían sus cerdos a la curación y humanización de estos dos hombres.
“Cuando vaciamos el cielo de Dios, llenamos el mundo de ídolos”.
Cuando expulsamos a Jesús de nosotros, perdemos nuestro sentido de humanidad.
La Iglesia está muy bien, pero mientras nos deje tranquilos y sin responsabilidades.
El Evangelio está muy bien, pero mientras no nos obligue a compartir lo nuestro, a luchar por la dignidad de los demás.
Que recen mucho está bien.
Pero que luego, no vengan a hablarnos de justicia social.
Porque esos perturban el orden social.
Preferimos ver al hombre entre los muertos, a que nos priven de nuestros cerdos.
Clemente Sobrado C. P.
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