18 de mayo.

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Homilía para el V domingo de Pascua A


A través de sus palabras y discursos, dirigidos tanto a sus discípulos como a la muchedumbre, Jesús habla de su Padre. Y si hay personas que están atraídas por él, y quieren conocerlo, Jesús más bien quiere conducirlos al Padre. En sus discursos, en la Ultima Cena, (de donde está tomado el Evangelio de hoy), como aquél después de la Resurrección, Jesús intenta –sin muchos resultados- convencer a sus discípulos que él ha venido para mostrarles el camino hacia el Padre, que el mismo es el camino hacia el Padre, que él es la Verdad, por su correspondencia radical con la voluntad del Padre, y que él es la Vida, porque en él, fue claramente manifestada la vida divina del Padre. Quién conoce a Jesús, conoce al Padre.


Y si Jesús encuentra una constante oposición por parte de los doctores de la ley y de los fariseos, esto es debido, al hecho que no presentaba a Dios, su Padre, de la misma manera, como ellos, querían. Para la teología de la época, Dios era más bien el Padre del Pueblo, que no de cada uno de sus integrantes.


De la misma manera, en que la vida de Jesús, estaba marcada por estas continuas tensiones, así también la Iglesia –la de la primera generación, como la de los siglos siguientes, hasta nuestros días- camina hacia el Padre en medio de tensiones similares, que son un aspecto esencial de su crecimiento. Estas tensiones se conocerán no sólo en la relación con el mundo externo, sino también en su vida interna, y desde la primera generación.


En el interior de la comunidad hebrea, en tiempos de Jesús, había dos grupos netamente distintos. Por una parte estaban los “hebreos”, es decir aquellos que permanecían en Tierra Santa, o que habían vuelto después del exilio. Estos hablaban el arameo, leían la Escritura en hebreo en las Sinagogas, y conducían a una vida religiosa toda centrada en el Templo, y sobre los horarios de los sacrificios que se hacían. Por otra parte estaban los “helenistas”, los hebreos de la Diáspora. Hablaban griego, leían la Escritura en la traducción de los Setenta (griego), y aunque observantes de la Ley, la habían purgado de los elementos inaceptables, en los países, en los cuales vivían, (o habían vivido). Entre los dos grupos se manifestaban tensiones de carácter lingüístico, cultural y religioso.


Los primeros cristianos provenían de estos dos grupos, y vivían bajo la dirección de los Doce, cuyo pensamiento seguía generalmente la tradición de los “Hebreos”. El comportamiento entre aquellos primeros cristianos, se asemejaban bastante a aquellos que, que se daban en la comunidad hebreo. Los que eran de origen hebreo continuaban viendo el Templo como el corazón de su actividad religiosa y se esforzaban por mantener una estricta observancia. Los otros se reunían en las propias casas y desarrollaban rápidamente el proyecto de proclamar el Evangelio en el mundo griego. Era inevitable que hubiese tensiones, y de hecho se daban. Una de estas bien contada en la primera lectura, de hoy.


La ocasión fue la distribución de la ayuda material a los necesitados. Ciertamente los Doce habrían tenido la tendencia de considerar primero los pedidos de los pobres que hablaban su lengua. Cada grupo se preocupaba de “sus” viudas, si uno comienza a querer ser generoso, de verdad, no tiende a ver “sus” pobres, sino al necesitado. Pero existían divergencias más importantes, que miraban a la interpretación de la Ley y su carácter más o menos obligatorio.


El relato de la institución de los diáconos refleja esta cuestión. Los apóstoles quieren que los Siete diáconos, por ellos instituidos, se limiten a la actividad caritativa, en particular al servicio de las mesas, para que así, los Apóstoles, estén más libres para la oración y la predicación. En realidad, parece, empero, a partir de relatos que poseemos, que los Diáconos no desarrollaron el rol para el cual habían sido elegidos. Pronto fueron los primeros predicadores de la Palabra entre los helenistas, prosélitos y de la naciones. Tal vez por eso lo simbólico del número siete, siete eran las naciones que ocupaban la Tierra Prometida al momento de la llegada del pueblo hebreo.


La Iglesia es el signo visible de la reunión de todos los seres humanos, en el plano de la salvación de Dios. Por eso solo la comunidad de Jerusalén no era la Iglesia y el testimonio suyo no era el adecuado. Toda la misión de cara a los paganos hubiera sido un proyecto precario hasta cuando fuera restablecida, en el Concilio de Jerusalén, la armonía entre los diversos puntos de vista. Quizá, en esto, debemos ver la enseñanza que la Iglesia no puede ser plenamente misionera en el mundo en general, hasta que no resuelva sus problemas de unidad interna. Y esto no es solo admitir todo lo que el mundo admite, o creer que son dos o tres lo que se salvan, ni el laxismo, ni el gnosticismo (una Iglesia para iniciados) es el camino al Padre.


Cristo va a la Cruz, y de la Cruz a la Resurrección, su camino es el de la obediencia, pero no a rituales muertos, sino obediencia que se traduce en total entrega a Dios y a los hombres. Por eso Jesús, es el camino (su ser es su obrar), la Verdad (su voluntad coincide siempre con el Padre) y la Vida (el evangelista utiliza la expresión griega Zoé, que significa vida plena), y anota que nadie viene al Padre, dice Jesús, si no por mí. En la medida en que, como discípulos de Jesús, sepamos gestionar nuestras tensiones y mantener un equilibro entre las diferentes sensibilidades y puntos de vista de cada uno, sabiendo, que es posible llegar a la verdad, pero no disertando, ni imponiendo, ni callando cuando hay que hablar, y por lo tanto, hablando cuando hay que callar, sino siguiendo el camino de Cristo. En el servicio al otro encontramos la Verdad, de nuestro ser cristiano, la Vida, que Jesús inauguró con su Pascua, que no es una promesa vacía, si no, que se cumple en la mediad que marchamos por la senda de Jesús, y nos alimentamos de la Eucaristía, que no es un alimento simbólico, sino su presencia real, y la prueba palpable de que este camino es posible.


Que María santísima, nos ayude, en este camino a ser más dóciles a la Verdad y a vivir conforme a Resucitados, no mirando nuestros intereses y egoísmos, sino mirando las necesidades de los demás, para dar un adecuado testimonio de la Vida, que es Cristo. Así sea.




09:28
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