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Se llama… ¡Qué más da cómo se llame! El caso es que se trata de una chiquilla que debe tener diez o doce años. El domingo entró en la sacristía al acabar la misa para contarme que en su colegio les han pedido el sacrificio y la generosidad de rezar DURANTE UN AÑO ENTERO por un sacerdote, y que ella había decidido rezar por su párroco.
Es como un contrato. Un díptico con un troquelado en el medio. En una parte está su compromiso de oración con su firma. En la otra… ¡Ay en la otra! En la otra, en un espacio en blanco, me pidió que escribiera mi intención. Te quedas en blanco. Porque yo sé que Dios no puede dejar de escuchar la oración de una cría que insiste durante un año entero rezando por la intención de su párroco.
No es fácil. Pero al final la puse, y mi firma debajo. No. No voy a contar lo que pedí al Señor. Eso queda entre los tres: entre Dios, la niña y un servidor.
No me repongo de la impresión. Ella se levó la intención y mi firma. Yo, su compromiso rubricado con un garabato infantil. Ese trocito de papel, con el compromiso de …. ¿qué más da cómo se llame? está en casa junto a una imagen de la Virgen, y cada día yo rezo por esa niña para que sea santa.
Me quedé sin palabras. Y yo que soy de lágrima fácil, me emocioné. “¿Puedo darte un beso?” Un beso y un abrazo. “Que Dios te lo pague…”
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