Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Miércoles de la 3 a. Semana – Ciclo A

“¡Escuchen!” El sembrador salió a sembrar; al sembrar, parte de la semilla cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se la comieron. Otra parte, cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra; como la tierra no era profunda, broto enseguida; pero. en cuanto salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la ahogaron y no dio fruto, Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno”. (Mc4,1-20)


Jesús se las sabe todas.

Le llaman el carpintero, nunca el agricultor.

Pero Jesús es un gran observador de la vida.



Flickr: cimmyt



La parábola del sembrador nos sugiere muchas ideas:

En primer lugar, Dios no vale para ministro de economía.

Calcula mal las ganancias de sus inversiones.

Y además invierte mal: ¡tanta semilla perdida!


Económicamente parece un fracaso tanta semilla perdida.

Y sin embargo, ¡qué bella idea cuando la semilla es la Palabra de Dios!

Dios siembra en el corazón de todos.

En el corazón endurecido.

En el corazón lleno de maleza.

En el corazón superficial.

En los corazones de mala tierra.

En los corazones de tierra buena.


Es decir, Dios anuncia su palabra a todos.

No importa si la Palabra se pierde.

No importa si la Palabra no da fruto.

El amor es tan generoso que a todos quiere ofrecer su oportunidad.


Todo esto nos viene a decir dos cosas esenciales:

Dios no niega su gracia a nadie, tampoco a los malos.

Y en segundo lugar el éxito de la Palabra de Dios y de su gracia, depende de nosotros.

Nosotros somos esa tierra en la que Dios siembra cada día.

Y corazones los hay de todos los estilos:

Corazones endurecidos como el asfalto del camino.

Corazones que tiene buena voluntad, pero son inconstantes.

Corazones llenos de un mundo de obstáculos que ahogan la Palabra.

Corazones buenos y generosos abiertos a la gracia.

Corazones que saben decir sí y saben fructificar la gracia en santidad.


La culpa de lo que somos no la tiene Dios como sembrador.

La culpa de lo que somos no la tiene la semilla que es igualmente buena para todos.

El fruto del Evangelio depende de nosotros.

Depende de la actitud con que lo recibimos.

Depende de la voluntad de respuesta.

Depende de nuestro compromiso.


Hay corazones donde la semilla no echa raíces.

Pero también hay corazones que dan fruto.

Y no olvidemos que no todos rendimos lo mismo.

Que unos solo rendimos al treinta.

Que otros solo rendimos al sesenta.

Pero también los hay que rinden al ciento por uno.

Ahí están los corazones de los santos.

Ahí están los corazones de los enamorados de Dios.

Ahí están los corazones de los que viven fieles al Evangelio.


Solo se queja de la semilla quien no reconoce su capacidad de respuesta.

Solo se queja de Dios quien no quiere aceptar su falta de compromiso.

Por eso nadie puede juzgar el corazón de nadie.

Pero todos tenemos que juzgar el nuestro


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: palabra, parabola, reino de dios, sembrador, semilla

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