“Oye, ¿por qué tus discípulos hacen en sábado lo que no está permitido?” El respondió: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado”. (Mc 2,23-28)
Los obsesivos y los intransigentes siempre crean problemas.
Y los intransigentes religiosos peor.
Pero basan su intransigencia en Dios.
La intransigencia implica que solo yo tengo la razón.
La intransigencia nunca se pone en lugar del otro.
La intransigencia piensa desde la ley.
Pero no piensa desde las necesidades de los otros.
Y con ello le hacemos un triste favor a Dios, porque damos la impresión de que Dios prefiere nuestras leyes o nuestras interpretaciones a nuestras necesidades.
El intransigente convierte en centro de su fidelidad la ley.
Pero prescinde del hombre.
Y Dios piensa de otra manera.
Primero es el hombre y luego la ley.
No hizo al hombre para cumplir leyes.
Pero sí hizo la ley para que sirva al hombre.
Así, no hizo el hombre para que cumpliera con el sábado.
Pero sí hizo el sábado para que sirva al hombre.
Al intransigente:
No le importa que el hombre tenga hambre en sábado.
No le importa que el hombre tenga necesidad de comer en sábado.
Como tampoco le importa que esté enfermo.
Lo importante es el sábado y no el hombre.
Jesús piensa de otra manera:
Sabe que los discípulos tienen hambre.
Pues que coman y corten espigas por más que sea sábado.
¿Acaso Dios quiere que el sábado sea un día de hambre?
¿Acaso Dios quiere ver sufrir en sábado al hombre?
De ordinario, los intransigentes suelen ser:
Gente que no piensa en los demás.
Gente que no valora adecuadamente a los demás.
Gente que no piensa en las necesidades de los demás.
Gente que vive de lo ordenado y mandado.
Son esclavos del orden.
Son esclavos de la disciplina.
Para ellos, vale más el orden que la vida.
Para ellos, vale más la disciplina que la vida.
Para ellos, vale más la obediencia que la vida.
En cambio para Dios:
Lo principal es la vida.
Lo principal es la libertad.
Lo principal es la alegría.
Lo principal es la fiesta.
En casa se necesita disciplina, pero sin que mate la alegría de la vida.
En casa se necesita el orden, pero sin que matemos la fiesta.
En la Iglesia se necesita la disciplina, pero sin que apaguemos la libertad de la Pascua.
Clemente Sobrado C. P.
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