En un Sermón, a propósito de la Fiesta de la Presentación del Señor, San Sofronio, después de glosar los motivos principales de esta festividad, añade: “Esto es lo que vamos celebrando, año tras año, porque no queremos olvidarlo”.
La celebración litúrgica es un antídoto contra el olvido. Celebrando, no sólo recordamos las maravillas que Dios ha obrado en favor nuestro, sino que, por la fuerza del Espíritu Santo, estos acontecimientos salvadores se hacen presentes y actuales.
La Presentación del Señor es una fiesta muy bella. En las parroquias suelen acudir más fieles que de costumbre. Quizá sea una impresión mía, pero tengo la sensación de que cuanto más se “materializa”, en el buen sentido, la Liturgia, más impacto causa en la sensibilidad religiosa de las personas: la bendición del fuego o del agua, en la Vigilia Pascual, la bendición de las candelas en la festividad de la Presentación o, más sencillamente, la devota bendición del pan el día de San Blas.
Las candelas simbolizan la luz que es Cristo, que ha venido para iluminar a las naciones, porque únicamente la Luz de Dios tiene la potencia necesaria para iluminar completamente el Universo. Donde esta Luz no llega, no porque no quiera llegar, sino porque pide, por decirlo así, permiso para hacerlo, sigue reinando la noche y el pecado.
Cristo, Luz de las naciones, es, a la vez, la “gloria de Israel”, pues Dios, desde su Pueblo, hace desbordar su amor al mundo entero. Jesús, nacido de una mujer, nace también sometido a la Ley. Él que, en cuanto Dios, es Autor de la Ley, consiente en que sus padres paguen el rescate de los pobres, un par de tórtolas o dos pichones. Y permite que su Madre Purísima acuda, como todas las madres, al templo para ser purificada. Es el realismo de la Encarnación y la paradójica humildad de nuestro Dios.
Jesús se encuentra con su Pueblo y se encuentra con cada uno de nosotros. En cierto sentido, somos como Simeón, pues Dios nos ha concedido la gracia de ver, en la fe, al Salvador, en un anticipo pasajero de la auténtica visión del Cielo.
La Fiesta de la Presentación nos compromete a ofrecernos a nosotros mismos a Dios; a salir, con lámparas encendidas, a su encuentro; a hablar de Jesús a todas las personas, como Ana y Simeón. En definitiva, a pedir que podamos presentarnos ante Él con el alma limpia.
Guillermo Juan Morado.
Autor : Juan Morado, Guillermo
ISBN : 978-84-9805-681-5
PVP : 9,13 € (s/iva) 9,50(c/iva)
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