Claro que sí, Rafa. Mis alumnas también tienen exámenes, y el profesor ―en este caso, yo― los corrige con todo rigor y los califica del 0 al 10. Los exámenes siempre han sido necesarios. Sin ellos, los alumnos más trabajadores estudiarían la mitad. Y no digamos los “listillos”. Gracias a esas pruebas finales, yo todavía sé algo de Derecho.
Es cierto que ahora las cosas son diferentes. Mis alumnas de Teología no se juegan nada; simplemente quieren “conocer” algo más, aplicando la luz de la fe y el esfuerzo de la razón a los Misterios revelados para aprender a contemplarlos como niños pequeños, que eso somos delante de Dios.
Cuando se estudia así, dar clase es una delicia, y corregir los exámenes aún más. Nadie trata de engañar al profesor: ellas reflexionan sobre lo que han oído en clase y sobre lo que han estudiado, y dejan sobre el papel el fruto de su trabajo y de su talento.
Yo tomo nota, aprendo de mis alumnas, anoto al margen algún comentario. Y casi siempre les doy el sobresaliente que se merecen.
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