–Yo creo que ya está bien ¿no?
–Yo creo que no, que habría que decir más verdades, y con más orden y concisión. Pero.
En nuestro tiempo se ha acrecentado enormemente la tentación de la curiosidad vana o mala. Durante casi toda la historia el hombre común ha tenido un acceso muy limitado a noticias y publicaciones. Normalmente el común de los hombres vivían clausurados en las noticias y comentarios de familiares y vecinos, de bodas y niños, enfermedades y muertes, de las cosas del campo. No tenían diario ni radio. Sus libros eran la Biblia y el catecismo, las vidas de santos y los libros de piedad, y quizá algún libro profano de leyendas o aventuras. A todo lo cual se añadían también algunas veces noticias, recibidas normalmente en modo confuso, que salían de lo ordinario: proyectos políticos o sociales, obras de caminos y construcciones, guerras y paces, nuevos impuestos, etc. El hombre vivía ensimismado en sí mismo y su familia, en su municipio y sus trabajos. Y si era religioso, centrado en Dios.
La imprenta aumentó con rapidez hacia el 1500 el círculo de noticias asequible a la gente. Pero ese acrecentamiento se aceleró enormemente desde hace un siglo por la radio, por la televisión después, y más recientemente –esta vez en forma torrencial y casi ilimitada– por internet y los medios de comunicación facilitados por la informática.
Antes de 1.500 Europa producía unos 1.000 títulos al año. Era necesario un siglo para formar un catálogo de 100.000 obras. Pero en 1950 Europa producía 120.000 títulos en un año. A finales de los sesenta la producción mundial de libros era de unos 2.000 títulos diarios (Alvin Toffler, El shock del futuro, Plaza-Janés 1972, 44-45). Y esta explosión cuantitativa de publicaciones se ha producido, lógicamente, de forma equivalente en las publicaciones cristianas. Si antiguamente una biblioteca monástica era considerada importante por reunir varios cientos de libros, hoy cualquier lector particular puede tener mil o 3.000 libros en su casa.
Pero ha sido Internet el medio que ha multiplicado inmensamente no sólo la cantidad de las publicaciones de noticias, textos e imágenes, sino la accesibilidad fácil a todos esos objetos de conocimiento. Cualquiera que posea un ordenador o algún terminal informático apropiado tiene acceso inmediato a miles de millones de sitios de la red (web), que le dan noticia con textos, imágenes y sonidos acerca de omni re scibile.
Es difícil saber cuántas páginas web existen en Internet, pero se calcula que hay 861 millones. Más de un tercio de los habitantes del mundo usan internet. Y el número de «objetos» conectados a internet es casi inconmensurable: ordenadores y terminales informáticos personales, de cajeros bancarios automáticos y cajas de supermercado, de semáforos y alertas en carreteras, cámaras de seguridad y alarmas, estaciones meteorológicas, webcams…
El mundo real queda así duplicado en un mundo virtual. Un mundo-B, que es la réplica de una gran parte de los objetos más importantes del mundo-A, se hace de pronto accesible a cualquier persona, de modo instantáneo y gratuito, en cualquier lugar, no sólo en su despacho o en una biblioteca, sino en cualquier circunstancia, mientras come, tumbado en la cama, paseando en un jardín, conduciendo un coche.
Por otra parte, los aparatos electrónicos e informáticos eran en un principio relativamente caros, pero cada vez son más perfectos y más baratos, de tal modo que aparatos y programas, al menos en sus modelos más sencillos, quedan en los países desarrollados al alcance de la gran mayoría de la población: aparatos como radio, televisión, teléfono fijo o móvil, smart-phone, ordenador fijo, portátil, tableta, y sistemas de comunicación como correo electrónico (e-mail), mensajes cortos (sms), Skype, Hangouts, Messenger, Google+, Facebook, Twitter, Wahatsapp, blogs personales…
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Los valores positivos de este inmenso desarrollo de las comunicaciones son obvios. Los nuevos medios posibilitan transmitir noticias, imágenes, enseñanzas científicas, religiosas, técnicas, en forma instantánea y económica, a los hombres de todos los lugares del mundo. Ponen al alcance de todos, incluso de gente pobre, casi siempre gratuitamente, objetos textuales o gráficos que para muchos eran antes inasequibles. En la vida de la Iglesia universal –transmisión de Misas, de recursos catequéticos, doctrinales, acceso a bibliotecas, etc.– tienen, y han de tener más, gran importancia. Entre cristianos, esos medios pueden fomentar la comunión de los santos, prestando ayudas a personas que han de vivir la fe contracorriente y en solitario, e informando a mucha gente de buenas iniciativas y obras, facilitándoles su posible colaboración en ellas. Esos adelantes técnicos permiten el mantenimiento y desarrollo de relaciones personales en las familias, entre amigos o en círculos más amplios, que no podrían darse sin esos medios. Hacen posible –como bien lo sabemos en InfoCatólica– la colaboración diaria en una misma obra de un buen número de personas, a veces situadas en diferentes poblaciones o incluso países. Permiten tener una voz pública relativamente potente y expansiva –vuelvo a considerar el caso de InfoCatólica– a grupos humanos de muy escaso potencial económico. Etc.
En fin, sería inacabable la relación de las ventajas de la imprenta, la radio, la telefonía, la televisión, internet. De suyo, este formidable desarrollo técnico de las comunicaciones, suscitado por la Providencia divina en nuestro tiempo, ayuda a que la humanidad entera, en la que hay tantas culturas, razas y naciones diferentes, se vaya considerando a sí misma como una familia única mundial.
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Las tentaciones y peligros de los medios de comunicación nuevos son también muy grandes. Y en este aspecto quiero fijarme especialmente, pues los valores positivos son obvios. Las observaciones que haré tendrán que ser bastante desordenadas y generales, pues son muy diversos los medios de comunicación disponibles, como los que acabo de señalar. Pero estas consideraciones pueden ser una ayuda para la reflexión personal. Y también –así lo espero– pueden ocasionar comentarios valiosos a este artículo, que precisen y amplíen cuanto en él se llegue a decir.
Luz y tinieblas. La abundancia de la mentira y de la pornografía es grande en los medios de comunicación, especialmente en la televisión y en internet. Esa abundancia del mal es un signo del poder que sobre este mundo virtual tiene el diablo. El Concilio Vaticano II enseña que «toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien el el mal, entre la luz y las tinieblas» (Gaudium et spes 13). «A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas», que durará hasta el último día (37). Pues bien, este combate enorme y continuo que existe en el mundo real, se da también el mundo virtual.
Pobreza evangélica. Ese conjunto de medios conecta mucho a la persona con el mundo que le envuelve, y si la conexión es excesiva, fácilmente lo mundaniza, o lo que es igual, los des-cristianiza. Por eso ha de vivirse también en estas cuestiones la pobreza evangélica como una gran fuerza liberadora. Cuanto menor sea el consumo del mundo, en principio, mejor. Pero ese uso y consumo prudente, habrá de ser sin duda muy diverso en un campesino, un periodista, un sacerdote, un político, un ama de casa.
En todo caso, la pobreza debe inclinarnos a –tener lo menos posible, justamente lo necesario y conveniente, nunca lo superfluo. Si nos arreglamos bien con un teléfono móvil, resistámonos a tener un smartfone. Y debe inclinarnos también a –usar con la mayor sobriedad posible el medio que tenemos: si basta con llamar a casa una vez al día, no llamemos por la mañana y por la tarde y por la noche.
Niños. Darle a un niño un smartfhone es como darle una metralleta, recomendándole que la use con cuidado. Es prácticamente imposible que el niño no se haga daño con un terminal informático de esas posibilidades. Es imprevisible que haga de él un uso útil y bueno. A un niño o adolescente le bastará muchas veces un móvil, si es que conviene que lo tenga, y si el móvil carece de conexión de internet, tanto mejor. Los cumpleaños, las celebraciones de Navidad y otras ocasiones semejantes, nunca han de ser ocasión para regalar objetos que sean perjudiciales a la persona receptora.
Privacidad y comunicatividad son dos valores que deben armonizarse en su justa medida. –Una privacidad quizá altanera y autosuficiente, que lleve a una situación morbosamente solitaria y egocéntrica –a veces disfrazada de misticismo en personas religiosas– puede ser perjudicial y asfixiante. –Una comunicatividad excesiva, en la que alguien se vincula por varios medios –blog personal, e-mail a listados, facebook, twitter–a cientos de personas, sin acabar de hacer amistad real con ninguna, ocupa mucho tiempo, da lugar a una lluvia de respuestas, que en ocasiones suscitarán réplicas. Procede a veces esa comunicatividad compulsiva de un egocentrismo, que le hace pensar al sujeto super-comunicativo que lo que a él le sucede, los pensamientos que ha tenido, las lecturas o viajes o experiencias que se van dando en su vida, deben ser comunicadas a cuantos más mejor. Nótese que un cierto narcisimo puede darse tanto en la excesiva privacidad egocéntrica como en la comunicatividad habitual ilimitada. Los santos, incluso los de vocación más activa y pública, muestran por el contrario una tendencia a pasar inadvertidos, a que nadie se fije en ellos, a transparentar a Cristo solamente: su vida «está escondida con Cristo en Dios» (Col 3,3).
Comunicatividad intimista. Hay personas que desnudan en público sus íntimos estados de ánimo, sus éxitos y fracasos. Se ve que, por ser suyos, les parecen muy importantes, y que lógicamente merecen una difusión amplia. Facebook y twitter se prestan especialmente a ello. Creen así abrirse al mundo, cuando en realidad se ensimisman, se encierran más y más en sí mismos y en las vicisitudes, a veces mínimas, de su vida personal. Creen importante todo lo que les sucede, por insignificante que sea; y por eso lo comunican a sus amigos quizá diariamente –o varias veces al día–; y en ocasiones no sólo a sus amigos sino al público en general… En algunos casos se crean situaciones en las que uno experimenta vergüenza ajena. Pero otros hay, sin embargo, que consideran muy interesantes estas informaciones confidenciales. Serán otros que probablemente sean adictos al mismo vicio. Ellos reciben con interés estos intimismos expansivos, y con sus comentarios y confidencias sobreañadidos los estimulan. Y esta retroalimentación (feed-back) se multiplica (causa-efecto-causa-efecto) formando un enorme círculo vicioso de comunicaciones.
Impulsividad. Una persona, por ejemplo, lee un artículo que le parece valioso y lo remite a un listado de cien «amigos». Fácilmente se entiende que si esa comunicatividad impulsiva y compulsiva se da también, como es frecuente, en bastantes personas de su entorno cibernético, estar conectado al correo electrónico o a ciertas redes sociales puede traer consigo verse ametrallado continuamente por innumerables mensajes, imágenes, vídeos, informes, cuestionarios, etc. indeseables o simplemente indeseados. Algunos sufren una lluvia tal de envíos informáticos, que se ven obligados a desconectarse de ciertos medios o de restringir al extremo los accesos de extraños o de conocidos insoportables.
Merece la pena señalar también que en este mundo de las comunicaciones cibernéticas abunda una agresividad sorprendente. Quizá se deba en parte a que muchas de las intervenciones de los usuarios son anónimas (el nick, por ejemplo, empleado generalmente en los comentarios de los blogs). Es probable que las mismas personas que en la red discuten insultándose y empleando palabras gruesas, reunidas físicamente en una sala para debatir alguna cuestión, tuvieran un comportamiento cortés y respetuoso, muy distinto del que usan con frecuencia en el mundo informático.
Verborrea. Algunos usuarios de las redes sociales no se cansan de hablar, quiero decir, de escribir mensajes. Ahora bien, si esos innumerables mensajes son 1) breves (no podrían ser largos si son muchos), y 2) personales, es casi inevitable que eviten la superficialidad, el narcisimo, la tontería, la murmuración, el juicio temerario, los malentendidos y discusiones, a veces violentas, la cháchara insustancial, perfectamente vana a innecesaria. Cuántas veces los hombres «calladitos, estamos mejor».
A los apóstoles que Cristo envía, conociendo él la palabrería usual de los mutuos saludos en el mundo semítico, les da esta instrucción: «no saludéis a nadie por el camino» (Lc 10,4). La frase es formalmente muy extremosa, pero se entiende perfectamente. Viene a decir: «no perdáis el tiempo en conversaciones demasiado prolijas e innecesarias; dedicáos a vuestra misión evangelizadora, porque el tiempo pasa, y no hay nada más urgente en este mundo que la predicación del Evangelio». Y recordemos también lo que dice no ya a sus enviados apostólicos especiales, sino a todos los hombres, a todos los cristianos: «en verdad os digo que el hombre dará cuenta en el día del juicio de toda palabra ociosa [inconsiderada] que haya dicho. Porque por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras serás condenado» (Mt 12,36-37).
Filtros de mensajes. En muchos casos, para reducir el ametrallaiento incontrolable de nuestros corresponsales, viene a ser imprescindible la elaboración de una lista (blacklist) que los bloquee eficazmente. Ciertos filtros para el correo, a veces gratuitos, como el Mail Washer, vienen a ser auxiliares imprescindibles. También hay otros filtros que son muy aconsejables para blindarse contra las oleadas informáticas de la pornografía.
Pornografía. Como es sabido, internet es un mundo virtual ocupado en una buena parte por la pornografía, que tanto si es dura como si es blanda, es pornográfica. Nunca el diablo de la lujuria ha tenido medios cómplices tan poderosos y casi omnipresentes para tentar a las personas. Durante la mayor parte de la historia humana, al menos para la mayoría de los ciudadanos, las tentaciones quedaba mucho más distantes. Era preciso ir a un burdel, asistir a un espectáculo indecente o comprar una revista o un libro obscenos. Actualmente la lujuria diabólica invade gran parte del mundo real. Y parece evidente que el mundo virtual es todavía más pornográfico, con mucho, que el mundo real. Por tanto, es obligado que niños, adolescentes y adultos conozcamos y reconozcamos claramente que navegar sin rumbo fijo por internet es como ir correteando sin mayores cautelas por un campo sembrado abundantemente de minas. Nadie se extrañe si se forma en seguida una muchedumbre de hombres cojos, mancos, tuertos, ciegos… o muertos.
Debemos autoprohibirnos los paseos internáuticos sin rumbo fijo. Y no sólo por el peligro de la pornografía. La navegación aleatoria por internet, curioseando por aquí y por allá sin búsquedas elegidas y determinadas, es una pésima costumbre, que trae consigo con frecuencia pérdidas grandes de tiempo, fomento de curiosidades vanas, y a veces morbosas, entradas en antros y juegos de azar en los que quizá nunca el usuario de la web entraría en el mundo real.
La vida cristiana debe ser siempre elegante, es decir, debe ser una sucesión de actos humanos: conscientes, libres, elegidos (elegans-tis, de eligere, elegir). El cristiano debe ser elegante en todas y cada una de los maneras habituales de su vida: horarios, oración, sacramentos, lecturas, comida, vestido, relación con otros, trabajos, modos de descanso, sueño, ejercicio físico, estudio, vacaciones, etc. Debe ser continuamente elegante porque ha recibido del Señor mandato y fuerza espiritual para «no configurarse al siglo presente», renovando, por el contrario, íntegramente su vida según «la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta» (Rm 12,2). Entrar asiduamente en la maraña de las redes sociales disminuye en gran medida la condición libre de nuestra vida, creando vínculos, ocasiones y actividades, que en gran medida condicionan nuestras criterios y pautas conductuales, y obligan nuestra atención y nuestra actividad. Queda entonces nuestra vida no tanto bajo la dirección de nuestras elecciones libres, es decir, bajo la iniciativa y acción del Espíritu Santo, sino a merced de estímulos exteriores, cambiantes y siempre mundanos.
Adicción. El mundo de la comunicación informática, tan inmenso, fascinante, variado, instantáneo, gratuito, asequible, ilimitado, cambiante, tiene grandes posibilidades de que crear en el usuario adicciones tan fuertes o más que el alcoholismo o la drogadicción. Los tratamientos para liberarse de vínculos malos adictivos habrán de ser aplicados con perseverancia y gran rigor –«con determinada determinación», diría Santa Teresa–, y tendrán los modos que la adicción concreta requiera. Como estudios fidedignos han demostrado ya y evaluado, entre los diversos medios de comunicación, son la televisión e internet los que más producen en los usuarios excesivos ciertos efectos hipnóticos, por los que pierden en gran medida la captación del paso del tiempo y casi anulan la voluntad en su libertad de ejercicio práctico. La bebida en exceso, por ejemplo, puede hacer que un hombre venga a ser un alcohólico. Y cuando ya lo es, ha perdido el uso libre de la bebida, lo perdió culpablemente, y ahora si bebe, cae en el abuso inevitablemente. Está claro: el mal uso de la libertad personal en la bebida lo llevó a perder su libertad respecto de ella. Esa persona mantendrá en cierto grado su libertad en otros campos de su vida; podrá, por ejemplo, alejarse de sus malos amigos; pero si libremente se junta con ellos a beber, ahí se le acaba la libertad, y recae en la cautividad alcohólica inevitablemente. Todo esto es así exactamente en las adicciones a los medios de comunicación.
La abstinencia. Niños, jóvenes y adultos debemos ser muy conscientes de nuestra vulnerabilidad ante las adicciones que pueden formarse en nosotros si, resistiéndonos a la gracia divina, no usamos bien de nuestra libertad, concretamente en internet. Y todos debemos saber –lo saben perfectamente las Sociedades antialcohólicas– que es imposible salir del abuso y llegar al uso sin pasar por la total abstinencia. Hay adicciones a la televisión, a internet, al uso morboso de ciertas redes sociales, que solamente pueden ser vencidas privándose totalmente del uso de tales medios o reduciendo éste en medida extrema. Esto es lo que quiere enseñarnos nuestro Señor Jesucristo cuando nos dice «si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti, porque mejor es para ti que perezca uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna» (Mt 5,29). Esa ascética fuerte es la única verdadera y eficaz.
Tener, por ejemplo, en casa una televisión que nos cautiva con su fascinación es aceptar una pérdida habitual de la libertad personal en una zona relativamente amplia de nuestra vida. La televisión entonces se apodera de la persona, y ya ésta no posee la televisión, sino que es poseída por ella. Mantenerla en su habitación es como tener en ella un tigre suelto. En una casa se puede tener un tigre, pero siempre que esté atado o recluido en una jaula. Mantenerlo en libertad es suicida.
Es falso, y muchas veces la persona lo sabe, que se pueda escapar de una semejante cautividad gradualmente, poco a poco: «seguiré viendo la televisión, pero moderadamente»; «seguiré bebiendo, pero con mucho más cuidado de no pasarme de lo debido». Múltiples experiencias negativas muestran y demostrarán con toda claridad al adicto que en las adicciones fuertemente arraigadas es im-po-si-ble pasar del abuso al uso por una disminución gradual. Esta persona tiene que dejar de beber totalmente. Ha de alejarse de sus amigos tabernarios. Debe quitar de su habitación la televisión. Tiene que desconectarse de facebbok, de twitter o de lo que sea. «Muerto el perro se acabó la rabia». «En la ocasión está el peligro». Si de verdad se quiere vencer el peligro y no caer en él, hay que quitarse de la ocasión. No hace falta que lo pensemos dos veces. No hay otro modo.
Las redes sociales son adictivas, están preparadas justamente para serlo. Siempre sugieren más cosas que hacer, más personas que conectar, más colaboraciones, más suministros de imágenes, juegos, actividades en las que participar, álbumes con fotos sobre viajes, bodas, bautizos. Por ejemplo, facebook. Y cuanto más se utilice, más estimulos y enganches suscita. Por lo que dicen algunos informes, son muchos los usuarios que pasan varias horas al día cautivos de ese mundo virtual, consultándolo e interviniendo en él a cada rato. Favorece así este medio y otros semejantes la multiplicación indefinida de contactos, pero siempre distantes y virtuales, sin la consistencia y el compromiso implícito de los contactos amistosos reales. Hay personas solitarias que en un principio esperan encontrar en las redes la compañía que les falta; pero pronto van experimentando que la dedicación asidua a estos medios de comunicación acrecienta su soledad, no la disminuyen, y lea desvinculan aún más del mundo real.
Lógicamente, dado su formato, medios como twitter, en los que no es posible ir más allá de los 140 caracteres, dan lugar a intervenciones muy numerosas y muy breves, de tal modo que casi es inevitable que favorezcan la crítica, el cotilleo, el lenguaje epigramático, siempre en broma, la expresión breve e imprecisa, los temas superficiales, triviales, el lenguaje alusivo, las polémicas con palabras fuertes, las peleas insultantes. Con relativa frecuencia, en el uso de este medio y de otros semejantes la distinción entre la conversación privada y la pública no es guardada con prudencia, ocasionando así perjuicios y daños, a veces graves, sobre todo en personajes públicos, artistas, políticos, que se ven enmarañados por su locuacidad cibernática con exigencias apremiantes de aclaraciones o excusas, con ataques de la prensa, con rectificaciones, etc. Un desastre. Puede cerrarse cautelosamente una comunicación personal a un círculo muy reducido, de absoluta confianza; pero basta que uno, imprudentemente, lo pase a otro de menos confianza y discreción, para que finalmente esas frases o imágenes comprometedoras tengan una ilimitada difusión.
Hacer el bien, en cualquiera de sus modalidades, es el mejor modo de evitar hacer el mal. Nuestro Señor Jesucristo «pasó haciendo el bien» (Hch 10,38). Podemos rezar, estudiar, integrar en nuestra vida la Misa y las Horas litúrgicas, estar con el cónyuge y los hijos, ayudarles, conversar con nuestros familiares y amigos, realizar ciertos trabajos manuales, prestar ayuda a un familiar agobiado, visitar diariamente a una persona que está sola, dar catequesis en la parroquia, echar una mano en Caritas o en el Coro parroquial, participar en el alguna asociación cristiana –hay muchas, variadas, buenas–, completar con lecturas bien elegidas algunas lagunas importantes de nuestra formación doctrinal y moral, histórica y estética, escuchar música, hacer ejercicio físico. La necesidad del ejercicio físico es algo peculiar de nuestro tiempo, pues a muchos nos vienen impuestos unos modos de vida muy sedentarios: no tenemos que cortar leña ni acarrearla después, tampoco hemos de sacar agua del pozo y llevarla a la casa, ni hemos de subir cuatro pisos de escaleras, tampoco nos vemos obligados a caminar cada día varios kilómetros a causa del trabajo, etc. Esta situación hace absolutamente necesario que, mediante el ejercicio físico, reactivemos asiduamente los sistemas respiratorios y musculares, circulatorios y nerviosos.
¿Cómo se ocupa el tiempo del adicto a las informaciones y comunicaciones virtuales? Es evidente que la familia, la vida religiosa, el trabajo, la atención a los amigos y a los necesitados, son un conjunto de objetos primarios para nuestra atención y dedicación. Y casi siempre, para atenderlos como quisiéramos, nos vemos muy escasos de tiempo. Ésta es la realidad. ¿Qué hace, pues, con su vida el adicto a los medios?
Puede ser –no digo que siempre sea así, por supuesto– que se derrame en interminables búsquedas informáticas aleatorias, o que se enrede en diálogos informáticos totalmente inútiles («hoy Matías puso su frase en el muro a las 3,27 hs.» – «Lleva días con el sueño alterado» – «Le afectó mucho la pelea entre Ana y Terminator» – «No, no es por eso» – «¿Tú qué sabes?» – «¿Preguntas o acusas?» – «Pregunto» – «Le cambiaron el trabajo en la empresa» – «¿Para arriba o para abajo?». etc.). Una vez terminado el diálogo, estimándolo de alto interés, lo copia y lo envía a 12 amigos. Pasa después a ver un vídeo cuyo enlace le mandó un familiar: «Lucha de perros en El Pedregal»; terrible, espantoso, sangriento. Envía el enlace del vídeo a una lista de 37 corresponsales. Mira un rato –tres cuartos de hora– los diarios nacionales más importantes. Compara el modo de dar las noticias unos y otros. Responde, a veces muy brevemente, a 17 correos electrónicos, y elimina 32 sin verlos. Escribe en un blog personal un comentario, y 3 más, empleando nombres (nicks) distintos en un portal digital. Mientras tanto la publicidad, la propaganda, le entra por todas partes. Pasa un rato visitando sus cuentas de facebook primero y después de twitter… Y así, un día y otro. Todo eso, sentado. Horas y horas… Eso no es vida.
La televisión va a menos, internet a más. Según ciertos informes, la TV, tal como la conocemos, está en vías de extinción, o al menos de perder gran parte de su influencia en la sociedad. Cada vez la ve menos gente, y los que la ven son mayores, pues los jóvenes prefieren buscar en internet las informaciones, músicas o películas que les interesan, y no «las obligadas»; a las horas que prefieren, y no «a la hora del parte o del programa», etc. Son no pocas las familias en las que la TV sólo se emplea algunos ratos a la semana, para ver todos juntos un programa o el contenido de algún DVD interesante. Este paso de la recepción pasiva a la búsqueda activa de objetos informativos o gráficos es, en principio, un adelanto, un principio de liberación. De suyo evita una dependencia excesivamente servil de «lo que nos meten en TV», que nos cuela con frecuencia vanidades, pornografía o programas elaborados al servicio de ciertos ingenierías sociales de los políticos que dominan el medio. Y todo ello sin que casi nos demos cuenta.
Termino recordando lo que la Palabra divina nos ha dicho en los cuatro artículos precedentes (251-254).
–«Oremos siempre», en todo tiempo: nunca nos olvidemos de Dios. «En Él vivimos, existimos y somos». Vivamos en su presencia. –«Contemplemos al Señor y quedaremos radiantes»; «miremos más las cosas de arriba, donde está Cristo; no las de abajo». –Pidamos: «aparta mis ojos de las vanidades, dame vida con tu Palabra». –«Si tu ojo te escandaliza, sácatelo y arrójalo fuera». –Cuanto más nos ocupemos de criaturas y pongamos en ellas nuestra atención y nuestro gozo, menos pondremos nuestro gozo y atención en Dios. –Que la palabrería humana no silencie en nosotros la Palabra divina. –Acerquémonos a los sacramentos, pues son los medios que más nos unen al Señor; pero si perdemos el tiempo, nos quedaremos sin sacramentos. –Hagamos el bien continuamente, dedicándonos a la familia, al trabajo y a las obras buenas de beneficencia y apostolado; y no tendremos tiempo para perderlo en cosas vanas o malas. –Salgamos de nosotros mismos hacia los hermanos, especialmente hacia los más próximos y hacia los más necesitados. –Que no vivamos derramados fuera de nosotros mismos, sino que entremos en nuestro interior, donde mora el Señor. –Que la curiosidad no mate en nosotros el estudio. –Que volemos alto a lo largo de nuestros días, empleando las dos alas que Dios nos ha dado: «la fe operante por la caridad». –Que dominemos los medios técnicos que la Providencia divina nos ha dado, pero que «los tengamos como si no los tuviéramos», es decir, que ellos no nos dominen, sino que los usemos libremente. –La santa y santificante pobreza evangélica modere en nosotros la avidez por saber, tener y hacer, y nos incline no a lo más, sino a lo menos posible, según la vocación y necesidad de cada uno.
El que quiera ser perfecto, que lo deje todo y que siga a Jesús.
Palabra del Señor.
José María Iraburu, sacerdote
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