“Al enterarse Jesús de que habían encarcelado a Juan, se dirigió a Galilea. Dejan Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al mar, en el territorio de de Zabulón y Neptalí. Al otro lado del Jordán, Galilea de los paganos. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una gran luz; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló. Entonces Jesús comenzó a predicar diciendo: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”. (Mt 4,12-23)
Se apaga un vela y se enciende una lámpara.
Se apaga una estrella y se enciende el sol.
Se apaga la voz del hombre y comienza a sonar la voz de Dios.
Calla Juan y comienza a hablar Jesús.
Se queda solo el desierto y ahora se enciende una luz en tierra de paganos.
Juan es encerrado en la cárcel y Jesús se va a Galilea de los gentiles.
Los caminos de Dios siempre son desconcertantes.
Juan comienza su predicación:
No en Jerusalén sino en el desierto.
No en el Templo, sino en el arenal.
No donde había gente, sino en el desierto vacío.
Y Jesús comienza su predicación, lejos de Jerusalén.
El la otra punta, como quien dice.
Allá al norte en Cafarnaún y en el Lago, en esa zona que el Evangelio de hoy citando a Isaías llama “Pueblo que habitaba en tinieblas… a los que habitaban en tierra y sombra de muerte”.
Juan comenzó predicando:
La preparación de los caminos al que estaba por venir.
Juan comenzó predicando la conversión parándose para recibir al que viene.
Jesús a predicar La “conversión”, porque está cerca el reino de los cielos”.
“Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”.
Ciertamente el detalle da mucho qué pensar.
¿Será que hay que salirse de la institución religiosa para poder comenzar de nuevo? ¿Será que hay que situarse lejos del centro de la institución religiosa para poder cambiar de verdad?
Por una parte, uno siente esa tentación, no sé si será un mal pensamiento.
Pero ciertamente las instituciones, del tipo que sean, dejan poco margen y pocas posibilidades para que uno se “convierta a la novedad del reino”.
Las instituciones lo tienen todo demasiado controlado.
Pensemos en los Partidos Políticos que cuando alguien disiente del grupo inmediatamente lo cuestionan e incluso lo dan de baja.
Lo cierto es que Jesús comienza:
No en el desierto como Juan.
No allí donde parece que brilla la luz de la verdad.
Sino “donde están los que habitan en tierra y sombras de muerte”.
La gracia puede brillar en todas partes, incluso allí donde todo parece oscuro y todo parece muerto.
Lo cual también es una ventana abierta a todos, sin excluir a nadie, de modo que nadie pueda decir que la llamada del Evangelio a la conversión del corazón no es para él.
Ni nadie podrá tampoco decir que “a mi edad ya no estoy para esas cosas”.
La gracia actúa en el corazón del hombre al margen de las circunstancias en que uno vive, y al margen de las oscuridades que pueda habar en el corazón y al margen de los años que uno tenga.
Unos se convierten de niños, otros de jóvenes y otros ya entrados en años.
Y la prueba es que Jesús no escogió como sus primeros discípulos a pipiolos adolescentes precisamente, sino a hombres mayores, cuajados ya en la lucha por la vida y cuyas manos están encallecidas de tirar de las redes y empujar los remos de la barca.
Y una pregunta cuestionadora:
Jesús comienza no en el centro donde parece estar la vida.
Sino en los márgenes donde parece no haber nada.
No en el centro donde está el Templo.
Sino en los márgenes gentiles.
No en el centro donde parece estar la luz.
Sino en los márgenes donde dominan las tinieblas y la muerte.
¿No es esta una pregunta para la Iglesia?
¿Dónde está la Iglesia?
¿Dónde encontrar la Iglesia?
¿Dónde anuncia la Iglesia?
¿Dónde ya hay luz o dónde hay sombras?
¿Dónde hay vida o dónde reinan las sombras de la muerte?
¿Dónde están los que ya creen o donde están los paganos?
Clemente Sobrado C. P.
Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: amor, apostoles, conversion, doce, eleccion, gratuidad, reino de dios, vocacion
Publicar un comentario