Los ancianos tienen vida

La Presentación del Señor


Simeón es el anciano que supo esperar.

Recibió la promesa de no morir sin ver al Mesías.

Y hoy vemos al Niño es sus brazos.



Vivimos en un momento en que los ancianos cono que ya no cuentan en la vida.

Sin embargo, hoy celebramos al Niño Jesús en bazos de un anciano que ve realizado su vida y piensa que ya el Señor puede llevarlo. porque que ya se ha realizado la promesa. Ha visto al Señor.


Esto me hace recordar el valor de los ancianos. Y quiero presentar unas reflexiones que nos ayuden a comprenderles.

El Papa Francisco nos dice: “Nosotros vivimos en un tiempo en el cual los ancianos no cuentan. Es feo decirlo, pero se descartan porque molestan». Sin embargo «los ancianos son quienes nos traen la historia, la doctrina, la fe y nos lo dejan como herencia.

Son como el buen vino añejo, es decir, tienen dentro la fuerza para darnos esa herencia noble».

Con este fin, el Papa se refirió al testimonio del gran anciano, Policarpo. Condenado a la hoguera, «cuando el fuego comenzó a quemarle» se percibió a su alrededor el perfume del pan recién horneado. Esto son los ancianos: «Herencia, buen vino y buen pan». En cambio, «sobre todo en este mundo se piensa que molestan».

Aquí el Pontífice volvió con la memoria a su infancia:


«Recuerdo —dijo— que cuando éramos niños nos contaban esta historia. Había una familia, un papá, una mamá y muchos niños. Y estaba también un abuelo que vivía con ellos. Pero había envejecido y en la mesa, cuando tomaba la sopa, se ensuciaba todo: la boca, la servilleta… no daba una buena imagen. Un día el papá dijo que, visto lo que sucedía al abuelo, desde el día siguiente tendría que comer solo. Y compró una mesita, la puso en la cocina; así el abuelo comía solo en la cocina y la familia en el comedor. Después de algunos días el papá volvió a casa y encontró a uno de sus hijos jugando con la madera. Le preguntó: “¿Qué haces?”. “Estoy jugando a ser carpintero”, respondió el niño. “¿Y qué construyes?”. “Una mesita para ti papá, para cuando seas anciano como el abuelo”. Esta historia me hizo mucho bien para toda la vida. Los abuelos son un tesoro».


Bienaventurados los ancianos que sienten la alegría y el gozo de serlo.

Bienaventurados los ancianos que no disimulan ni silencian sus años.

Bienaventurados los ancianos que no se sienten extraños en medio de los demás.

Bienaventurados los ancianos que sienten que todavía son útiles al mundo y a la Iglesia.

Bienaventurados los ancianos que no viven su ancianidad como un título para tener privilegios.

Bienaventurados los ancianos que son capaces todavía de sonreírle a la vida.

Bienaventurados los ancianos que no viven lamentándose y quejándose de todo.

Bienaventurados los ancianos que saben soportar con alegría los gritos de los hijos y de los nietos.

Bienaventurados los ancianos que cuando escuchan mal lo que se les dice no tienen dificultad en pedir que se lo repitan.

Bienaventurados los ancianos que no gritan y ni se fastidian cuando los nietos ponen alta la música.

Bienaventurados los ancianos que saben aceptar los cambios de la vida y no se lamentan de que “en su tiempo las cosas eran de otra manera”.

Bienaventurados los ancianos que no sospechan de todos de que les están robando sus ahorrillos.

Bienaventurados los ancianos que tienen un “seguro social” digno para que vivir dignamente.

Bienaventurados los ancianos que tienen un “seguro de salud” adecuado y son atendidos como personas.

Bienaventurados los ancianos que son tratados como personas.

Bienaventurados los ancianos que son capaces de decirle cada día a Dios:

“Hola, Señor, ¿cuándo nos podemos dar la mano y vernos y celebrarlo juntos?”


Señor: gracias por el don de la vida.

En mi tumba quiero que escriban:

“aquí yace alguien que amó profundamente la vida de cada día”.

Señor: gracias por todo lo que he sembrado a lo largo de mi vida.

En mi tumba quiero que escriban:

“Aquí vive alguien que vivió sembrando ilusiones y esperanzas”.

Señor: gracias por todo lo que he hecho hasta hoy.

En mi tumba quiero que escriban: Aquí yace un corazón que siempre quiso hacer lo mejor, aún en sus equivocaciones.

Señor: gracias por el montón de años que me has regalado.

En mi tumba quiero que escriban: Aquí viven muchos años juntos, todos ellos pura bendición y regalo de Dios.

Señor: Si en mi vida te he agradecido infinidad de amaneceres, hoy quiero darte gracias por este lindo atardecer.

Es cierto que mis achaques pueden molestar a algunos.

Por eso prefiero regalar a todos, en compensación el gozo y la alegría de una tarde que termina, no para entrar en la noche, sino para amanecer al nuevo gran día que no tendrá ya noche.

Doy gracias a cuantos me han hecho feliz en mi vida.

Doy gracias a cuantos me han puesto alguna espina en el camino.

Doy gracias a cuantos me han dado la oportunidad de serles de alguna utilidad.

Doy gracias a cuantos me han permitido amarles de corazón.

Doy gracias a cuantos me han amado y me han hecho más suave el camino.


Un joven sin una sonrisa nos preocupa.

Un adulto sin una sonrisa, decimos que tiene problemas.

Un anciano sin una sonrisa, decimos: le falta cariño, le falta calor humano.

Una sonrisa en labios de un niño es alegría de vivir.

Una sonrisa en los labios de un anciano es el agradecimiento a los años vividos.

Que cuando nos llegue la muerte nos encuentre vivos. Porque lo más duro es morir en vida antes de morir.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo A, Tiempo ordinario Tagged: abuelos, anciano, gratitud, presentacion, simeon, vejez

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