Algunas personas critican a las hermandades, diciendo que sus miembros no son perfectos cristianos. Esa crítica es injusta, porque los hermanos nunca han dicho que ellos sean perfectos, nunca han pretendido mostrarse como modelos. Las cofradías no son hermandades de santos, sino grupos de personas que (tengan los defectos que tengan) se esfuerzan por dar gloria a Dios con los actos que organizan.
En mi primer año como párroco en un pueblo, me impresionó ver cómo lloraba un señor que no iba nunca a misa, cada vez que sacaban el paso de su hermandad en procesión. Ese señor no iba a misa, pero se emocionaba con las más profunda religiosidad ante el paso, a lágrima viva. No iba a misa, pero no faltaba a ningún acto de la hermandad a la que pertenecía. Para él, esa cofradía esa cofradía era un alimento espiritual, un medio a través del que recibía muchas gracias para su alma.
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