Jorge Mario Bergoglio nunca se iba de vacaciones. Como arzobispo de Buenos Aires prefería quedarse en la ciudad durante el verano, los calurosos meses de enero y febrero. Aprovechaba la tranquilidad estiva para dedicarse a dos de sus hobbys preferidos: leer y escuchar buena música. Durante años mantuvo esa costumbre, por eso no extrañó cuando el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, anunció que el Papa Francisco no se tomaría un descanso formal ni se trasladaría a la residencia de Castel Gandolfo, para alejarse del infernal (por lo caluroso) agosto romano.
Así, mientras buena parte de los comunes mortales huían de la “ciudad eterna” (notablemente menos que antes, por causa de la crisis), él prefirió quedarse en Santa Marta. Cada tanto tenía reservadas algunas sorpresas, como cuando de manera no planeada visitó a los carpinteros del Vaticano o como cuando difundió un decreto que intensificó las medidas contra el lavado de dinero y el financiamiento al terrorismo en la Santa Sede.
Todo eso tomó totalmente descolocado a quien estas líneas escribe. No porque no supiese quién es el Papa, que eso -a estas alturas- se sabe de sobra. Sino porque se convirtió en prácticamente imposible lidiar con un viaje a Chile y a Perú (para promocionar el libro “De Benedicto a Francisco") con una imprevista mudanza (a 30 metros de distancia, porque el departamento nuevo está justo enfrente del anterior, lo cual no minimizó el impacto deprimente de un cambio de casa) y el cada vez más absorvente trabajo.
Esas, sólo esas y no otras fueron las razones por las cuales este blog (mea culpa) quedó demasiado tiempo sin ser actualizado. Las circunstancias obligaron a establecer prioridades. Sin misericordia alguna. Para aquellos que se preocuparon (muy pocos debo decir la verdad, lo cual no resulta demasiado estimulante en los tiempos que corren) y me escribieron para preguntar el sentido de la ausencia, les confirmo que nada malo ha pasado, salvo una invasión inarrestable de cajas de todas las medidas en el jardín de la nueva residencia.
La tentación de quien ama su trabajo es la de llegar después de las vacaciones y descubrir que todo lo mejor pasó en la propia ausencia: los bonos, las gratificaciones, la repartija de oficinas nuevas y hasta las promociones. Analogía permitiendo para un periodista lo peor es saber que el mundo no se frena al minuto cero del propio descanso y que las noticias siguen corriendo, sin que uno las pueda contar.
Y vaya que han tenido lugar noticias interesantes en estos días en El Vaticano. A comenzar por el anuncio del nuevo secretario de Estado, Pietro Parolin, o la destitución del nuncio apostólico en República Dominicana, Josef Wesolowski. Y porque la tentación es siempre mucha, algunos de estos asuntos los retomaremos aquí, con la debida licencia temporal. Es que el Papa Francisco parece un bólido, y algunos no alcanzamos a seguirle el paso.
Nota Bene.- Lamento los numerosos comentarios aportados por muchos de ustedes que quedaron esperando moderación. “Daños colaterales".
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