Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Lunes de la 5 a. Semana – Ciclo B

“En la aldea o pueblo o caserío a donde llegaba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto; y los que lo tocaban se ponían sanos”. (Mc 6,53-56)



Es importante ver, pero pareciera que resulta más importante tocar.

Cuando llega o se presenta el Papa, siempre lo rodea la policía, porque saben que todos se abalanzarían para tocarle.

Pareciera que “tocar” es una experiencia especial.

Y la sensación de tocar es primaria.

Basta ver cómo los niños todo lo quieren tocar y todo lo llevan a la boca.

Y basta ver a los enamorados que sienten necesidad de tocarse, agarrarse la mano, darse un beso, abrazarse.

El Evangelio está lleno de momentos en los que la gente quiere tocar a Jesús. En el texto de hoy, le pedían dejase que los enfermos pudiesen tocar, aunque no fuese sino la orla de su manto.

Y el texto termina diciendo que “los que lo tocaban quedaban sanos”.

Tocar es algo más que una simple experiencia sicológica.

Tocar es sentir que una corriente de vida pasa de uno al otro.

Pero hay un “tocar” que no dice nada.

El Dios de nuestra fe:

Es un Dios que quiere tocarnos.

Es un Dios que quiere le toquemos.

No es el Dios con escolta policial para que nadie le toque.

Jesús es de los que constantemente toca a los enfermos, a los niños.

Jesús es de los que se deja tocar por los enfermos.

Jesús nunca utilizó guardaespaldas que lo protegieran. Incluso cuando los discípulos se enfadaron con los niños, él los reprendió: “Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis”.

Me encanta el Papa Francisco que no quiere esos carros blindados, antibalas.

Prefiere ir a pie.

Prefiere alargar su mano.

Prefiere poner la mano sobre la cabeza de la gente.

¿Qué misterio hay en nuestras manos que constantemente quieren tocar las cosas y a las personas?

Le primera vez que mis manos le tocaron en la consagración en mi Primera Misa, mis manos temblaban y mi voz se me quebraba.

Cada día al celebrar mis manos vuelven a tocarle. “Tomando en el pan en sus manos … tomando el cáliz…”

La pregunta que me hago cada día suele ser:

¿Y me quedo también yo curado o sigo tan enfermo como antes?

¿Cuánto hay de sanación en mi vida en ese tocarle cada día, no solo a su manto sino a su propio cuerpo?

Pero no sólo yo le toco y no sólo él me toca a mí.

¿A caso no le tocamos todos cuando comulgamos.

Muchos prefieren comulgar en la mano.

Otros se escandalizan porque, dicen, las manos están socias.

Yo les pregunto si su lengua está más limpia.

¿A caso cuando le tocamos, cuando comulgamos en la lengua o lo recibimos en la mano:

¿Queda sanada y curada nuestra lengua de modo que:

ya no hable mal de nadie,

no critique ni murmure de nadie,

sino que hable bien de todos?

¿Queda sanada para:

No gritar, sino que habla con más dulzura y amabilidad?

No decir palabras que hieran, sino que alaben y bendigan?

No mienta, sino que diga siempre la verdad?

¿Y nuestras manos quedan sanadas de modo que:

Ya no hieran a nadie, sino que acaricien a todos?

Ya no hagan daño a nadie, sino repartan pan a todos?

Ya no se cierren a nadie, sino que estén abiertas a todos?

Ya no empujen a nadie alejándolo, sino atrayéndolo hacia nosotros?

Tocamos a Jesús cuando quedamos curados y sanados.

No le tocamos cuando seguimos enfermos como antes.

Ya no necesitamos pedirle que “nos toque o nos deje tocarle” pues es él mismo el que se nos acerca y nos pone la mano en a cabeza o agarra nuestras manos.

Clemente Sobrado C. P.



Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: curacion, enfermos, milagro, señal
22:59

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