Bocadillos espirituales para vivir el Tiempo Ordinario: Viernes de la 5 a. Semana – Ciclo B

“Y la presentaron un sordo, que además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. El apartándolo de la gente a un lado, le medió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”: “ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultades”.

(Mc 7,31-37)


Vivimos en un mundo de la comunión incomunicados.

Los oídos nos abren al mundo, escuchando a los demás.

La lengua nos abren al mundo, expresándonos a nosotros mismos.

El sordo y el mudo están condenados a vivir incomunicados.

Están condenados a vivir encerrados sobre ellos mimos.

Solo existen para ellos.

Los demás no existen para ellos.


Hay una triple sordera.

Hay una triple mudez.

Sordos y mudos para nosotros mismos.

Sordos y mudos para el mundo.

Sordos y mudos para Dios.


Sordos que no sabemos escucharnos a nosotros mismos.

No escuchamos nuestro corazón.

Ni escuchamos nuestros sentimientos interiores.

No existimos para nosotros mismos.

Pascal decía “pienso luego soy”.

Yo diría no me escucho, luego no existo.

Quien no se escucha a sí mismo no se conoce por dentro.

Ni vive para sí mismo.

Solo existe.


Sordos para el mundo:

Todos andamos con auriculares.

Solo escuchamos los ruidos musicales.

Pero nos impiden escuchar al que tenemos a nuestro lado.

Me llama la atención cuando hablo con alguien y tiene que quitarse los auriculares.

Quiere decir que yo no existo para él.

Por eso, vivimos en un mundo de solitarios.

Vivimos un mundo de seres pero no de personas.


Hace unos días casi no pude contener mis reacciones.

Desde mi confesionario veía a un joven sentado en la banca de la Iglesia con los auriculares en las orejas.

Se los quitó porque le vibró el celular.


Sordos para Dios:

Quien no es capaz de escucharse a sí mismo.

Quien no es capaz de escuchar a los demás.

¿Será capaz de escuchar a Dios?

Porque también habla.

Habla cuando se proclama su palabra.

Y habla con la palabra interior en su corazón.

Incluso no falta quien lee la palabra de Dios con los auriculares puestos.

¿A quién estará escuchando?

¿La canción o la palabra que lee?


Así vivimos nuestra soledad personal.

Vivimos la soledad de los que están a nuestro lado.

Vivimos la soledad de Dios que también quiere decirnos algo y comunicarse con nosotros.


Necesitamos que, en vez auriculares:

Que Jesús meta sus dedos en nuestros oídos.

Que Jesús nos diga a cada uno “effetá”, “ábrete”.

Ábrete a ti mismo.

Ábrete a los demás.

Ábrete a Dios.

Es algo urgente si queremos un mundo fraterno y en comunión.

Necesitamos tener tiempo para escuchar a los demás.

Porque los demás necesitan ser escuchados para ser ellos mismos.


Jesús abrió a este sordomudo a la comunidad.

Le abrió a la comunión con los demás.

Le curó de su soledad.


Clemente Sobrado C. P.




Archivado en: Ciclo B, Tiempo ordinario Tagged: curacion, effeta, milagro, señal, sordo
22:28

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