Comienzos y finales




Uno de los alicientes de este trabajo que me ocupa desde hace un par de años es que está lleno de comienzos y finales. No hay cabida para la rutina. Este sucederse de cursos de retiro y de convivencias convierten la vida del predicador en un continuo empezar y terminar. Esta noche acabamos en La Acebeda un retiro de hombres con treinta asistentes, y el próximo lunes empezaré otro de mujeres en Molinoviejo.




Cada comienzo es diferente. Aunque el guión sea el mismo, aunque las personas se parezcan, todo se renueva de forma inexplicable. Y, al terminar, hasta el cansancio es diferente. Es una fatiga serena que va creciendo en las conversaciones personales. Es como si cada uno me cargara con sus tristezas, sus alegrías y desalientos, y me echara sobre los hombros los propósitos que ha hecho frente al Sagrario.




En Molinoviejo habrá pocos cambios. Tendré una almohada diferente (cosas de viejos) y el antiguo oratorio, a pocos metros de mi habitación, será mi desaguadero.




Antes, como mañana es miércoles de Ceniza, leeré el grito del Profeta Joel:




—¡Ahora —oráculo del Señor— convertíos a mí de todo corazón!




O dicho con otras palabras:




—¡Rectifica el rumbo, no te desvíes, vuelve a empezar. Cántame un cántico nuevo con tu vieja partitura!




15:20

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