“Si alguien quiere venir detrás de Mí, que cargue su cruz cada día y me siga” (Lc 9, 22-25). Jesús nos da la fórmula de la felicidad: cargar la cruz de cada día y seguirlo a Él camino del Calvario. Ahora bien, hay algo anterior al “cargar la cruz”, y es algo de lo que depende la felicidad final: “querer” seguir a Jesús y es por eso que Jesús dice: “Si alguien quiere venir detrás de Mí…”. Seguir a Jesús es una cuestión de “querer”, que es, en el fondo, “amar”: nadie sigue a Jesús sin amarlo, sin quererlo, por lo mismo que nadie entrará en el cielo forzado, obligado. Jesús lo dice de modo muy claro: “Si alguien quiere venir detrás de Mí…”, debe cargar la cruz y seguirlo; ahora bien, este seguimiento de Jesús no es automático, ni forzado, ni obligado, porque está basado en el Amor, no en el amor humano, sino en el Amor de Dios, porque desear querer seguir a Jesús, es ya un movimiento de la gracia. Nadie desea cargar la cruz y seguir a Jesús, camino del Calvario, sino es por moción de la gracia. La cuestión no es menor, porque quien sigue a Jesús por Amor, cumplirá sus Mandamientos también por Amor, y así tendrá acceso al Reino de los cielos. Desde la cruz, Jesús, que es Dios, no solo nos da los Diez Mandamientos –incluyendo el “Mandamiento Nuevo” de la Ley Nueva, el mandamiento de la caridad-, y no solo nos el ejemplo perfectísimo de cómo vivir los Mandamientos, hasta la muerte de cruz, sino que nos da la fuerza misma para cumpliros y vivirlos –de otro modo, es imposible, empezando por el mandato de “amar a los enemigos”-.
Por el contrario, quien no sigue a Jesús –o, lo que es lo mismo, quien carga la cruz sin Amor-, no solo no cumple los Mandamientos de Dios, sino que cumple, indefectiblemente, los mandamientos de Satanás, puesto que no hay punto intermedio: o se cumplen los Mandamientos de Dios, dados por Jesús desde la cruz, o se cumplen los mandamientos de Satanás. Seguir o no a Jesús, es cuestión de libre albedrío y de Amor, como hemos visto, y quien así lo hace, cumple los Mandamientos de Dios y así se asegura su felicidad y el acceso a la vida feliz y eterna en el Reino de los cielos. Esto está asegurado por la Escritura, que promete la vida a quien elija la vida: “Delante de ti están la vida y la muerte, lo que elijas, eso se te dará” (cfr. Deut 30, 15-20). No seguir a Jesús –no querer seguirlo, porque no se lo ama y por eso no se carga la cruz-, implica la libre elección del seguimiento y de la obediencia a Satanás, porque quien no quiere cargar la cruz, carga el yugo pesadísimo del demonio.
“Si alguien quiere venir detrás de Mí, que cargue su cruz cada día y me siga”. Amar a Jesús, cargar la cruz y seguirlo camino del Calvario, es una cuestión, literalmente, de vida o de muerte: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha (…) si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, vivirás (…) delante de ti (está) la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, y vivirás” (Deut 30, 15-20). Delante nuestro están Jesús y su cruz, con sus Mandamientos de vida eterna, y Satanás, con sus mandamientos de muerte, que mandan lo diametralmente opuesto a los Mandamientos divinos. Lo que elijamos, eso se nos dará. Que María Santísima guíe nuestros pasos por el Camino Real de la Cruz.
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