“Designó el Señor otros setenta y dos y los mando por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega, ni alforja…”
(Mc 8,1-9)
Jesús no invita a que le sigan para que vivan al calor de su presencia.
Jesús llama para luego enviar.
Jesús llama no para quedarse en una vida cómoda.
Jesús llama para salir a los caminos.
Jesús llama para afrontar los riesgos del anuncio del Evangelio.
No quiere seguidores que le hagan coro.
Quiere seguidores que como él escriban el Evangelio primero con los pies.
Quiere seguidores que no tengan a miedo a los riesgos.
Esto lo entendió muy bien el Papa Francisco que ha visto que la Iglesia:
vive hoy encerrada en sí misma,
paralizada por los miedos,
y demasiado alejada de los problemas y sufrimientos como para dar sabor a la vida moderna
y para ofrecerle la luz genuina del Evangelio.
Su reacción ha sido inmediata: “Hemos de salir hacia las periferias”.
Quiere un Iglesia de “los llamados” y de los “enviados”.
El Papa insiste una y otra vez:
“Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle,
que una Iglesia enferma por el encierro
y la comodidad de aferrase a las propias seguridades.
No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro
y que termina clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos”.
De ahí que la llamada de Francisco está dirigida a todos los cristianos:
“No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos”.
“El Evangelio nos invita siempre a correr el riesgo del encuentro con el rostro del otro”.
El Papa quiere introducir en la Iglesia lo que él llama “la cultura del encuentro”.
Está convencido de que “lo que necesita hoy la iglesia es capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones”.
Y nos presenta el ejemplo y modelo de Pablo:
“Pablo nos enseña este camino de evangelización porque lo hizo Jesús, porque es muy consciente de que la evangelización no es hacer proselitismo: está seguro de Jesucristo y no tiene necesidad de justificarse ni de buscar razones para justificarse. Cuando la Iglesia pierde esta valentía apostólica se convierte:
en una Iglesia quieta,
una Iglesia ordenada, bella, todo bello,
pero sin fecundidad,
porque ha perdido el coraje de ir a las periferias, donde hay tantas personas víctimas de la idolatría, de la mundanidad, del pensamiento débil…tantas cosas. Pidamos hoy a San Pablo que nos dé este coraje apostólico, este fervor espiritual, de estar seguros.
‘Pero Padre, podemos equivocarnos…’.
‘Adelante si te equivocas, te levantas y sigues: este es el camino’.
Los que no caminan para no equivocarse, comenten un error mayor. Así sea”.
Clemente Sobrado C. P.
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