«Tenía que pasar por Samaria. Llegó, pues, a una ciudad de Samaria, llamada Sicar, junto al campo que dio Jacob a su hijo José. Estaba allí el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta. Vino una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dijo: Dame de beber. Sus discípulos se habían marchado a la ciudad a comprar alimentos» (Jn 4, 4-8).
El pozo de Sicar está en el interior de una iglesia ortodoxa rusa de grandes proporciones, a la entrada de Nablus. Poco antes de llegar al pueblo se alcanza a ver ese templo desde la carretera. Está cerca del campo de refugiados de Balata. Entrando en la iglesia, al fondo, se baja por unas escaleras. El pozo está en un nivel más bajo de tierra: hay que tener en cuenta que el lugar se ha ido rellenando con el paso de los siglos. También la altura del suelo ha subido a causa de los despojos que han ido dejando las sucesivas guerras.
La iglesia actual fue edificada sobre otras más antiguas que había en el lugar. En los primeros siglos se construyó una iglesia bizantina. En la época cruzada se levantó otra. La actual es de 1907. La donó Rusia, pero tuvieron que detenerse los trabajos de construcción en 1917 a causa de la Revolución Bolchevique. La iglesia pudo ser completada recientemente, en 1998.
«Entonces le dijo la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? Pues no se tratan los judíos con los samaritanos» (Jn 4, 9). En efecto, durante muchos siglos las relaciones entre judíos y samaritanos han sido muy distantes. En el año 926 a. C., las tribus del norte se rebelaron contra el Rey Roboam, hijo de Salomón. De aquí surgieron dos reinos: el del norte, con su capital en Siquem, y el de Judá en el sur, con su capital en Jerusalén. En el año 875 a. C. el rey de Israel, Omrí, traslada la capital a la ciudad de Samaria. En el año 722 a. C., los asirios conquistaron las diez tribus del reino de Israel. El pueblo original fue al exilio y fue reemplazado por foráneos, a quienes se les dio cierta instrucción religiosa similar a la judía. Aunque el pueblo samaritano —procedente de esta mezcla— reconocía la Torá, fue despreciado por el pueblo judío.
En los siglos V y VI, bajo los bizantinos, los samaritanos eran más de trescientos mil. El bajón dramático hasta la actualidad —de unos pocos centenares— se debe en parte a la matanza de más de cincuenta mil en la rebelión del año 529 contra Justiniano.
Actualmente los samaritanos en Tierra Santa apenas superan el número de seiscientos. Fueron expulsados del judaísmo por Esdras y Nehemías en el siglo V a. C. Desde entonces no han reconocido el Templo de Jerusalén, y han establecido su santuario en el monte Garizín. Este es para ellos el lugar más sagrado de la tierra. Solo aceptan a Moisés como único profeta y no admiten la tradición oral del Talmud. Tampoco reconocen como sagrados los libros de los Profetas. Se guían exclusivamente por los cinco libros de la Torá o Pentateuco. Utilizan un código llamado Hillukh que trata de aplicar la Torá a la vida social. Sus costumbres se mantienen judías. Conservan, por ejemplo, el rito de la Purificación de los pecados por medio de las cenizas de una vaca roja. Este rito lo abandonó el judaísmo con la destrucción del Templo, hace dos mil años. También el día de la Pascua ofrecen en sacrificio muchos corderos a la vez. Pueden sacrificar unos treinta a la vista del pueblo. Es el único lugar del mundo donde se sacrifican corderos según la antigua tradición judía.
Debido a la reducida población de que disponen, a su endogamia, y a la negativa que muestran para aceptar conversos, los samaritanos han tenido problemas de enfermedades genéticas. Solo en tiempos recientes han aceptado que los hombres de la comunidad se casen con mujeres no samaritanas.
Los que viven en el monte Garizín tienen el árabe como primer idioma y el hebreo moderno como segundo. En cambio, la mayoría de los de la otra comunidad, la de Holón —especialmente las generaciones jóvenes—, conservan el hebreo como su lengua materna, aunque también entienden árabe.
El pozo de Sicar es, sin duda, un lugar Santo para los cristianos. Se puede decir que se trata, con toda seguridad, de uno de los pocos sitios que Jesús tocó y que siguen en pie: «Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo».
Huellas de Jesús. El Evangelio desde Tierra Santa
Santiago Quemada
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